Filosofía de la contingencia
¡Qué difícil obtener resultados prácticos desde una filosofía ajena al tiempo, una filosofía sujeta al miedo a la verdad o lejana a la imperfección que a toda costa hay que evitar! Parece más útil ir tanteando los elementos y resortes que acompañan a objetivos requeridos por los grupos humanos, que ir creando lenguajes ejemplares sin ninguna repercusión directa en la vida de los hombres, tal y como la tradición racionalista europea de la filosofía nos ha ido ilustrando dentro de la academia y luego, en el mundo de la vida, ejemplarizando como únicos e insustituibles.
Es inevitable el recurso a Dewey, desde siempre crítico con la cultura europea y, a su vez, punto de inicio para un pensamiento deconstructivo y, desde luego, más democrático, mucho más permeable y contingente que aquéllos dogmas de la razón -incluida la teológica- que pesaron como cubiertas de panteón. En la búsqueda del nuevo estilo, el lenguaje ha supuesto un instrumento muy característico, desde luego desde Wittgenstein. Con él, los juegos de lenguaje han supuesto una liberación del pensamiento, una amplificación de éste, que ha encontrado en otros muchos filósofos desde Goodman, Lewis o Quine hasta Rorty, Davidson o Putnam aplicaciones muy diversas.
Para la nueva filosofía de la contingencia, los textos literarios son un instrumento para resolver o desenredar los nudos de los que hablaba Wittgenstein cuando topaba con el lenguaje de la filosofía metafísica. Vimos en él una inclinación hacia la poesía como único camino para asumir mundos interpretativos que, desde la ficción, tienen más alcance que la consabida explicación racionalista. No hay jerarquía entre disciplinas, dice Rorty: humanidades y ciencias componen un todo, un gran juego de lenguaje destinado a las relaciones sociales. Lenguaje y cultura proporcionan una contingencia que es simplemente el resultado de pequeñas mutaciones.