Tormenta en el Golfo de Génova
- Capitán, piénselo bien, estamos ya cerca de casa, en el Golfo- suplicó la contramaestre Delacospe.
- El Golfo es el que quiere que sea nuestra casa los marineros y es los marineros el que quieren que el Golfo es lo que seamos-contesto críptico Mariano.
Delacospe ordenó soltar el lastre: los marineros metieron a un grupo de llorosos ex compañeros en un bote que soltaron en las embravecidas aguas. Matas, Bárcenas, Granados, Ignacio González, Rita Barberá, Esperanza Aguirre, Pedro Antonio Sánchez, Ricardo Costa, Juan Cotino, Carlos Fabra… alzaron sus brazos hacia Mariano, antes de desaparecer para siempre. Él, lacónico y enigmático, les envió un último susurro: “sed fuertes”. Después volvió junto a la rueda del timón.
- Timonel-ordenó-, rumbo norte poconordeste una cuarta al sur y cien gramos de alcachofas.
El joven timonel, perplejo, hizo girar la rueda del timón sin ton ni son y el galeón se estremeció, desnortado, a la deriva. Delacospe corrió junto a Drakejoy:
- Señor, señor, nos hundiremos si no recogemos velamen.
- Sí, mi fiel amiga, tienes razón y tal. Tomaré una decisión.
La marinería se echó a temblar al escuchar a Mariano. “Tomará una decisión…”, se les oía repetir desolados. “¿Cuándo?”, se atrevió a preguntar un grumete de las Novas Tripulaciones, antes de ser arrojado accidentalmente por la borda.
- Lo más sensato, lo de sentido común, es recoger velamen- concluyó el capitán, cucando el ojo debajo del parche.- Velamen y lastre, las dos cosas.
La tripulación pasó de la desolación a la alegría y de esta al temor. ¡Soltar lastre! ¿Quién sería ahora señalado por el inmisericorde dedo de Mariano? El ojo del capitán recorría el complicado velamen del galeón, intentando recordar los nombres de ese montón de trapos, rumiando: “it is very difficult todo esto…”
- ¡Vale, ya!-rugió satisfecho-. Para empezar, Cospemari, arria el palomáster del trinquete de la Cifu, y lo lanzas por la proa. Ah, y que se lleve todas las cremas, que pesan una tonelada.
Delacospe, lamentando la pérdida de la necesaria y rejuvenecedora protección solar, cumplió las órdenes. La rubia cabellera desapareció bajo las aguas.
- Ahora, vas y me coges la vela de mesana de Gallardón, y a los tiburones con él.
Un chapuzón y las gafitas del ex contramaestre quedaron flotando como sobre una alberca colombiana de Aguas de Madrid.
- A ver, a ver… ¡sí! Corta el trapo ese grande, el del bauprés de Mayor Oreja, y que siga a Gallardón.
Y así, ante una tripulación encogida y atemorizada, el ojo infalible de Mariano buscaba la forma de salvar al Sotodelreal, de soltar todo el lastre posible, de borrar todo lo que le impidiera arribar a Génova.
- ¿Dónde están las contramesanas de Agustín Conde y del senador Agramunt, esos golfillos de Azerbaiyán?
En ese momento, la contramaestre Delacospe, para salvar a su amigo Conde, alertó al capitán con un grito:
Mariano se giró y, mirando por el catalejo puesto del revés, avistó al buque del Corsario Riviera Naranja.
- Bah. Están lejísimos, y además son unos charlatanes y tal.
Ante la inquietud de Delacospe, Mariano sentenció:
- No te preocupes. Además, date cuenta de una cosa: ellos también navegan hacia el Golfo. Puedes estar tranquila, en el fondo somos Corsarios hermanos, nada cambiará.
Delacospe suspiró aliviada… sobre todo porque, aprovechando la distracción de Mariano, había escondido a su amigo Agustín Conde en la bodega. Perdida España, siempre les quedaría Castilla-La Mancha. Pero esa sería otra tormenta…