Carlos de Urabá •  Opinión •  21/10/2017

Las tropas de Franco vuelven a tomar Barcelona. Manifestación unionista 8-10-2017

Las tropas de Franco vuelven a tomar Barcelona. Manifestación unionista 8-10-2017

Parece que hemos ingresado en el túnel del tiempo para revivir la infausta fecha en que las tropas franquistas tomaron Barcelona. Fue al amanecer del día 26 de enero de 1939 cuando la vanguardia del ejército navarro y el cuerpo marroquí cruzaba el río Llobregat y entraban en Barcelona por el Tibidabo. La ciudad caía casi sin prestar resistencia en manos de los nacionales abandonada a su suerte por los restos del ejército republicano que huía camino de la frontera francesa. Por las calles más emblemáticas marchaban arrogantes y pretenciosos el general Yagüe, jefe del cuerpo del ejército marroquí, el coronel Barrón, el general Solchaga, Dionisio Ridruejo, jefe Nacional de Propaganda y otros mandos del estado mayor. El pueblo enardecido con los brazos en alto al mejor estilo fascista les daba la bienvenida al grito de ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!

El grueso de la tropa desfilaba por distintos puntos de la ciudad; la legión por el paseo de Gracia,  los regulares marroquíes por la Diagonal, los requetés junto a los falangistas escoltados por las tanquetas italianas por las Ramblas. Todos celebraban tan sinigual hazaña que en unas pocas semanas desencadenaría el fin de la guerra. Barcelona había resistido durante tres largos años el asedio y bombardeo de los nacionales apoyados por Hitler y Mussolini. La ciudad se convirtió en el  bastión de anarco-sindicalismo, el socialismo, del POUM, de los republicanos, los comunistas, de los nacionalistas catalanes. Un símbolo revolucionario inadmisible que debería  ser aplastado por la gran cruzada nacional.

En la plaza de Sant Jaume los franquistas izaron en la bandera rojigualda en el Ayuntamiento y la Generalitat anunciando de este modo el advenimiento de la era nazi-franquista. El general Yagüe asumió el mando militar dispuesto a perseguir con  a todos aquellos sospechosos de haber pertenecido al bando republicano. Porque era necesario cortar de raíz la mala hierba de los ateos bolcheviques. El generalísimo Franco nombró al general Eladio Álvarez Arenas como jefe supremo de los Servicios de Ocupación quien de inmediato aplicó todo el rigor del código de justicia militar para imponer la ley y el orden. Empezando por encarcelar a cualquier sospechoso de sedición, castigar a los culpables de traición a la patria y someterlos a  juicios sumarísimos -que muy a menudo terminaba en fusilamientos. El nuevo régimen sin contemplaciones  tenía que demostrar todo su poderío y  fortaleza.  

El general Solchaga en una acalorada alocución transmitida por la radio expresó: “mienten los que fingen un problema catalán. Después de lo que hemos visto en todos los pueblos de la región, y que han culminado en las manifestaciones espontáneas de ayer y hoy, y del comportamiento magnifico de los catalanes, no puede existir un problema catalán. Cataluña, sépanlo aquí y fuera de aquí, es uno de los más preciados florones de la corona imperial de España”  

El fascismo anuló el estatuto de autonomía; se prohibió hablar el catalán, y cualquier manifestación cultural como las fiestas populares, los bailes de sardanas en las plazas o los castellet. La represión genocida no tenía ningún límite.

Barcelona era considerada por los franquistas una ciudad impía y pecadora que necesitaba ser exorcizada con misas, tedeums solemnes y autos de fe con el fin de espantar el demonio rojo que anidaba en sus entrañas.  El clero se hizo cargo del control moral y espiritual de la ciudadanía, o sea, asumieron el papel de tutores de la vida pública y del ámbito social y familiar.  Barcelona se convirtió en una ciudad triste y oscura que con resignación tuvo que soportar cuatro décadas de nacional catolicismo medieval.

Y quien se iba a imaginar que en el año 2017 se volvería a repetir una nueva toma de Barcelona pero esta vez  llevada a cabo por los cachorros del franquismo travestidos en demócratas. Participaron miles y miles de manifestantes partidarios de la derecha españolista, la ultraderecha, monárquicos y nostálgicos del franquismo. Un río caudaloso que se desbordaba por las calles y avenidas (Tal y como había sucedido con la entrada de las tropas nacionales en 1939) empuñando banderas rojigualdas (que se agotaron en las tiendas de los chinos y los bazares) y señeras catalanas para guardar las apariencias.  Un monstruoso aquelarre dominado por la violencia y que vino a crispar aún más los ánimos de una sociedad ya de por si fragmentada y dividida.
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Repentinamente el nacionalismo español en letargo se ha reactivado con extremada virulencia. Como jamás se había visto ni siquiera en la época del caudillo Francisco Franco la histeria colectiva ha alcanzado niveles inauditos.  La prensa, la radio o la televisión vomitan día y noche la propaganda gubernamental y monárquica inoculando en la sangre del populacho el veneno del odio y el rencor. Hay que meter en cintura a esos catalanes insolidarios que pretenden desmembrar España. Las hordas separatistas quieren dinamitar 500 años de historia en común. Movilización general en todos los frentes para aplastar a los facinerosos que ponen en tela de juicio  la españolidad de Cataluña.

El reino de España necesita un enemigo, un enemigo que le devuelva su altivez y arrogancia de otras épocas más memorables. Si en aquel entonces fueron los ingleses, los franceses, los holandeses o los musulmanes ahora el enemigo es interno y se llama Cataluña.  La imagen del rey se ha visto reforzada entre sus súbditos tras el discurso que dio por televisión advirtiendo al gobierno catalán que tenía que volver a la legalidad, es decir, acatar la constitución borbónica y respetar el estado de derecho. Felipe VI cuenta con el apoyo incondicional del gobierno en pleno, -los partidos constitucionalistas PP-PSOE-Cs que cierran filas y protegen a perpetuidad. “la España una, grande y libre” proclamada por Franco sigue vigente y con una aprobación demoledora.

El reino de España incapaz de recuperar Gibraltar, y someterla militarmente prefiere apuntar sus armas contra sus indefensos hermanos catalanes. Vaya cobardía más insensata. Se desatado tal fiebre de patrioterismo que en todos los balcones y ventanas de España cuelgan banderas rojigualdas como señal de adhesión y lealtad a la corona. 

La Sociedad Civil Catalana en alianza con el PP, PSOE, Ciudadanos, Vox y otros grupúsculos, o sea, la derecha y la ultraderecha más reaccionaria y feudal convocaron el día 8 de octubre en Barcelona la marcha unionista bajo el lema de “¡Basta ya! Recuperemos la sensatez”.  Se pretendía demostrar a la opinión pública nacional e internacional que el españolismo es capaz de competir de tú a tú con el independentismo catalán. “La revolución de la mayoría silenciosa” la calificaron sus organizadores.  Por tierra, mar y aire llegaron a Barcelona ciento de miles de súbditos procedentes de distintos puntos de Cataluña y del resto de España. La convocatoria surtió el efecto deseado y la respuesta de asociaciones, fundaciones, clubes, hermandades, entidades religiosas, folclóricas, cofradías, parroquias ha sido abrumadora. Entre la variopinta fauna que se hizo presente hay que distinguir a los veteranos de la legión, falangistas, hooligans, cabezas rapadas, ultra sur, Guardias Civiles de paisano, Policías de paisano, militares retirados, funcionarios públicos pro españolistas, jubilados, etc. Con un matiz importante y es que entre esos miles de supuestos catalanes casi nadie hablaba catalán y sus acentos los delataban como foráneos: andaluces, extremeños, gallegos, murcianos o madrileños. Con amor patrio y henchido el corazón la marabunta enarbolaba un huracán de banderas rojigualdas mezcladas con las señeras para reafirmar la premisa de que “catalanidad es hispanidad”.

Bajo el ritmo discotequero del ¡Viva España! de Manolo Escobar, Macarena de los del Río o el Torito Guapo del Fary las hordas enardecidas  daban vivas a la Legión,  a la Guardia Civil, a la Policía Nacional, a su majestad el rey, a Millán Astray y hasta el caudillo Francisco Franco. Poseídos por el espíritu de los reyes católicos y el Cid Campeador los más fanáticos y fundamentalistas, bramaban y escupían insultos e improperios. Parecía un toro malherido que se retuerce furibundo embistiendo a diestra y siniestra. Un grotesco desfile de la España profunda y analfabeta que viene a provocar y a violentar a una sociedad catalana que se ha distinguido por exacerbado pacifismo.

En la cabecera de la manifestación se distinguía lo más granado de la política, las artes, las letras y  la cultura españolista; personajes de reconocido prestigio como Vargas Llosa, Borrell, Albiol, Cristina Cifuentes, Carlos Carrizosa, Carlos Iturgaiz, Pablo Casado, Javier Arenas, Inés Arrimadas, Albert Rivera.  Los perros sabuesos del régimen monárquico, los más leales y fieles. Con pasión y furia española el populacho repetía incansablemente: ¡Puigdemont a prisión!, ¡no hay más jamón para Puigdemont! ¡no nos engañan, Cataluña es España! ¡Un bote, dos botes, tres botes, español el que no bote! ¡Yo soy español, español, español! Un escandaloso mantra que ametrallaba nuestro cerebro.

Tras concluir tan extraordinaria exhibición del más vil patrioterismo la jauría se fue retirando a sus establos y chiqueros. Un hedor insoportable se apoderó por completo la ciudad como postrer recuerdo de su sinigual visita. El nacionalismo español no vino a construir puentes de concordia y entendimiento sino a desparramar por las calles  toneladas de basura, carroña y estiércol.


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