México: La tormenta perfecta para López Obrador
“A Los Pinos, o a La Chingada”. Con esa frase ilustra Andrés Manuel López Obrador su futuro cercano. O triunfa en las elecciones del 1 de julio y se gana el derecho a utilizar la residencia presidencial de Los Pinos, en la Ciudad de México o, en caso de perderlas, se va a “La Chingada”, su finca en Palenque, Chiapas.
Hasta el momento, nada puede ir mejor para el político tabasqueño en su tercera candidatura presidencial cuando faltan 3 meses para una elección presidencial cuyo periodo de campaña comienza oficialmente el 30 de marzo. Hace meses que lidera todas las encuestas, no importa qué consultora sea quien las haga, y actualmente mantiene una ventaja de en torno a 10 puntos sobre el candidato que le sigue, Ricardo Anaya.
Pero mientras que Amlo continua un ascenso lento pero imparable, Ricardo Anaya se ha visto salpicado por un escándalo1 de lavado de dinero, tras denunciarse que compró un terreno a un empresario amigo por medio millón de dólares, y 2 años más tarde vendió el mismo terreno en forma de nave industrial al mismo empresario (con una red de empresas fantasma por medio) por casi 3 millones de dólares. Un importante incremento del patrimonio para un político de 39 años.
Por si fuera poco, Anaya es candidato de una coalición entre el PAN, partido de la derecha mexicana históricamente relacionado con el nazismo2, y el PRD, partido en un claro proceso de descomposición política que representaba a la izquierda electoral hasta la llegada de Morena. Una coalición en principio anti natura, que sigue el modelo de “Catch-all party”, impulsado por un sector de las elites mexicanas ante el descontento de la ciudadanía con la corrupción institucionalizada en el PRI, partido de gobierno.
El propio PRI ha tenido que colocar como candidato a un no priista que ha trabajado en las administraciones tanto del PAN como del PRI, y que supone la victoria del grupo3 tecnócrata del Canciller Videgaray, respaldado por un el sector más importante de las élites económicas, sobre el Grupo Hidalgo y un priísta de pura cepa como el ya ex Secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong.
La cuarta candidata y única “independiente” en conseguir, a pesar de múltiples irregularidades, las firmas necesarias para poder competir en la elección presidencial, es Margarita Zavala, con una muy leve trayectoria política, y cuyo principal merito es haber sido Primera Dama de México durante el gobierno de su esposo Felipe Calderón (2006-2012). Zavala intentó conseguir la candidatura presidencial por el PAN, y al no lograrlo, se lanzó como independiente contando actualmente con una intención de voto de en torno al 10%.
Este escenario parece perfecto para que finalmente la tercera sea la vencida para López Obrador, con su principal competidor Anaya sumido en un escándalo de lavado de dinero y estancado en las encuestas, un Meade sin ningún carisma para crecer en tercer lugar, y Zavala que por mucho margen de crecimiento que tenga, solo puede ser a costa del voto duro panista.
¿Una elección ganada?
Sin embargo, ni Morena, ni el PT y PES, socios de la coalición Juntos Haremos Historia que encabeza López Obrador, deben confiarse. Tres meses de campaña electoral, así como el mismo día de la elección, pueden cambiar la tendencia actual que manifiestan las encuestas.
En primer lugar, porque México tiene por delante la elección más grande de su historia. Un presidente, 128 senadores, 500 diputados, 9 gobernaciones, incluida la Ciudad de México, 928 diputaciones en 27 congresos estatales, y miles de cargos locales. Un censo de 90 millones de mexicanos y mexicanas para un total de 150.000 casillas electorales.
Todos estos intereses a lo largo y ancho del país van a convertir la elección no solo en la más disputada, sino también con total seguridad en la más intensa y sucia jamás recordada. En ese sentido, es importante la madurez que Amlo está demostrando ante los primeros ataques, pero más importante aún es estar prevenidos pues en cuanto el PRI, por medio de las instituciones estatales como la Procuraduría General de la República, termine de destrozar la candidatura de Anaya, va a concentrar todo su fuego contra López Obrador y el resto de candidatos y candidatas de Morena. Todo ello con el apoyo de los grandes grupos mediáticos y la oligarquía tradicional, que, aunque ya no ven a Amlo como el peligro de 2006, siguen teniendo un plan A llamado Meade, uno B llamado Anaya, y si fallan los 2 primeros, un plan C llamado Zavala.
Del 30 de marzo al 28 de junio que comienza la veda electoral, la batalla va a ser principalmente mediática. Y si esa guerra comunicativa logra reducir lo suficiente la ventaja entre López Obrador y segundo candidato mejor posicionado, el 1 de julio podría ser el día en que se consume el fraude electoral más grande de la historia, con la compra primero, de millones de votos (y para eso las élites beneficiadas por el régimen y las licitaciones millonarias, y por qué no, el narco, pondrán todo el dinero que sea necesario), y después quien sabe si mediante otro tipos de fraude ya ensayados en el laboratorio que supusieron las elecciones en el Estado de México en 2017.