Jaime Martínez Porro •  Opinión •  22/08/2022

30 años del Pogrom de Lichtenhagen

El 22 y el 24 de agosto de 1992 cientos de personas asaltaron el Centro de Acogida de Solicitantes de Asilo de Lichtenhagen, en un contexto de terrorismo neonazi generalizado en Alemania.

30 años del Pogrom de Lichtenhagen

En 1990 Alemania Occidental (RFA) se anexionaba Alemania Oriental (RDA) tras la caída del muro de Berlín en 1989. Se ha llamado comunmente «reunificación», pero realmente, el proceso fue más propio de una anexión y una colonización. La industria y centros de producción públicos de la RDA fueron desmantelados bajo los auspicios de la «Treuhand», un organismo que privatizó el 53% de los mismos, cerró el 32% y solamente mantuvo en manos comunales el 2%. Además, las empresas públicas más rentables fueron deslocalizadas, trasladándolas desde los antiguos estados de la RDA a los de la RFA. De 16 millones de habitantes, la Treuhand generó en 4 años más de 2,5 millones de personas desempleadas.

A todo ello se sumó un programa de cancelación de todo lo que tuviera que ver con la RDA, de sus expresiones artísticas y culturales, así como una demonización de sus estructuras sociales, mientras se extendía un proceso de colonización cultural de la RFA hacia la RDA bajo el gobierno del conservador Helmut Kohl.

En este contexto, el descontento entre la población de la RDA creció rápidamente. Desempleo, frustración, falta de perspectiva vital… fueron alimentados por la derecha para buscar, como siempre en estas situaciones, al enemigo en la figura de «el otro», o sea, las personas migrantes. No era para nada nuevo ni antiguo en la historia de la RFA. En la Crisis del Petróleo de los años 70, la derecha usó carteles que apuntaban a que el problema del desempleo eran aquellos trabajadores invitados (Gastarbeiter*innen), que habían hecho funcionar la industria alemana desde los años 50.

El terrorismo neonazi se extendió a toda velocidad en Alemania en los años 90. Entre 1981 y 1990 hubo 38 asesinatos neonazis en las dos Alemanias (una cifra nada desdeñable). Entre 1991 y 1994, en solo 4 años, pasaron a 83. Entre los ataques más conocidos (aunque no hubiera víctimas), fue el asalta entre los días 22 a 24 de agosto de la «Torre de los Girasoles» de Lichtenhagen, un barrio a las afueras de Rostock, en Mecklemburgo-Pomerania Occidental, un antiguo estado de la RDA con salida al Báltico. En esa torre se encontraba el Centro de Acogida de Solicitantes de Asilo del estado federal.

Las semanas previas al ataque, el centro se vio sobrepasado por las solicitudes de asilo, hasta el punto de que sugirieron establecer un campamento en los entornos de la torre, un campamento al que las autoridades locales no surtieron de agua potable, lavabos o recogida de basuras. En lugar de solidarizarse con la situación deplorable de las personas asiladas, las amenazas neonazis empezaron a crecer, anunciando «la limpieza de la zona». La policía no hizo nada en estos días previos, a pesar de que las amenazas eran serias y creíbles.

El 22 de agosto una protesta vecinal empezó con el lanzamiento de piedras al centro de acogida. Sin embargo, la masa de neonazis enseguida se sumó, atacando con cócteles molotov, piedras y tratando de acceder al centro con bates de béisbol. Una multitud de varios que llegó a las 3.000 personas observaban las acciones de los neonazis, les jaleaban y les aplaudían. El 24 de agosto se decidió evacuar el centro de acogida, algo que se consiguió en torno a las 15h, pero la turba neonazi atacó y prendió fuego al edificio contiguo con cócteles molotov. En él se encontraban 115 vietnamitas, una trabajadora social y un equipo de la televisión pública ZDF. Por suerte, al final también pudieron escapar de las llamas y de la turba.

En las semanas siguientes actos similares se extendieron por los centros de acogida o casas de asilo de los antiguos estados de la RDA: Wismar, Rostock-Hinrichshagen, Lübz, Neubrandenburg, Greifswald, Güstrow, Schwarzendorf, Schwerin… llenan una lista de ataques que, pese a todo, siguen siendo una pequeña parte de lo que sucedió en Alemania en los años 90. En toda esta oleada, la policía fue puesta en tela de juicio por su pasividad para evitar que se desencadenaran estos actos.

Las respuestas de quienes gobernaban fueron aún más vergonzosas. El canciller Kohl dijo que «la STASI (el servicio secreto de la RDA) ha iniciado las revueltas en Mecklemburgo-Pomerania Occidental, para acabar con la democracia», una frase recogida por el sensacionalista Bild con el titular «la STASI dirige a los extremistas de Rostock». Otros dirigentes de su partido, la CDU, en el estado federal declararon que no estaba claro si se trataba de violencia de derechas o de izquierdas, poniendo en el foco a la llamada «izquierda autónoma» y en radicales de izquierdas. Las consecuencias políticas también repercutieron en una caída drástica de la tramitación de solicitud de asilo y un clima de inseguridad generalizada para las personas migrantes en Alemania (recordemos el número de asesinatos neonazis en estas fechas).

El 21 de agosto de este año, un día antes del trigésimo aniversario del incidente, se han enfrentado en Rostock los equipos de fútbol del Hansa de Rostock y el St. Pauli. Los primeros, cuya hinchada es conocida por haber participado en los incidentes de 1992 y seguir teniendo estructuras nonazis, colgaron durante el partido una pancarta de burla, orientada hacia la hinchada del St. Pauli, con un girasol y el nombre «Lichtenhagen», en referencia al centro de acogida incendiado. Por si quedaban dudas de quién estaba detrás de los incidentes de 1992. Cabe recordar que el St. Pauli representa todo lo contrario: la solidaridad, la acogida, la defensa del barrio obrero del que proceden, así como su crítica al capitalismo.

En un contexto en el que la guerra y la crisis se ha instalado en nuestra sociedad, es importante recordar cómo la extrema-derecha va a aprovechar el descontento para buscar en «el otro» al enemigo. En Alemania el partido de extrema-derecha AfD ya está intentando alimentar el fuego de su descontecto para sus intereses, mientras la izquierda anticapitalista y el partido de la izqierda de Die LINKE. llaman a un «otoño caliente» por la redistribución de la riqueza, los impuestos a los ricos, el freno de las deudas, los topes de precios y la subida de los salarios. Porque el enemigo, «el otro», no viene de otros países, sino que se sientan en consejos de administración.

Jaime Martínez Porro.

IU Berlín.


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