Pedro Antonio Curto •  Opinión •  23/10/2017

Cataluña como laboratorio de pruebas

El conflicto de Cataluña está situado hoy en el mapa internacional como un escenario paradójico: en el territorio del capitalismo desarrollado, dentro de las democracias occidentales, de un país perteneciente a la UE, se está produciendo algo inesperado, una rebelión popular de amplia base contra el poder del estado.  Aunque el origen sea la cuestión nacional y la prohibición del derecho a decidir, la cuestión va mucho más allá de que las reivindicaciones sean de carácter democrático-nacional y atañan al marco jurídico-político del Régimen del 78.

El modelo neoliberal se esta marcando por una progresiva concentración de poderes que afecta a todos los ordenes de la vida, el económico desde luego, pero también el social, el cultural, el ideológico, de costumbres, de modus vivendi… El neoliberalismo son las calles céntricas de las grandes ciudades con parecidos escaparates, imágenes de marca, unos ciudadanos uniformados y obedientes aún representando el espectáculo de la diversidad tecnicolor. Es la Sociedad del Espectáculo que escribió Guy Debord. Y en ese espectáculo no caben más rebeliones que las de la moda, las tecnológicas o alguna que otra incolora e inodora. Lo demás debe ser destruido, y la crónica de cómo debe ser esa destrucción, es lo que tratan de planificar.

Ya en su tiempo, la construcción del Régimen del 78 tuvo una importancia que traspasó las fronteras españolas: el como pasar a una democracia formal y homologada sin destruir , ni cambiar en profundidad, el anterior estado totalitario, así como sus poderes económicos, buena parte de ellos formados en esa dictadura. Y se debe reconocer que la cosa funcionó para ellos: la transición se convirtió en idílica. Con el tiempo el régimen se ha ido gastando, en medio de una corrupción estructural y sistémica, y una crisis económica, que transformada en social e institucional, ha menguado su consenso social y su rostro más amable, hasta que ahora ha roto sus costuras, quizás por un lado que no se esperaba: la cuestión territorial catalana.

El modelo neoliberal práctica antes que nada la psicopolitica, el dominio del principio de realidad: sus modelos son los únicos posibles y cualquier cambio social supone un abismo, un colocarse en territorio imposible, hasta el capitalismo con rostro humano (véase fracaso de la socialdemocracia y los estados keynesianos) es hoy mera utopía. Y el fracaso de las utopías del siglo XX alientan ese terreno. El neoliberalismo es la distopía de la que hablaron escritores y filósofos. Y para el poder neoliberal que un pequeño territorio, Cataluña, se salga del marco establecido, es un laboratorio de pruebas de cómo conducir la situación. Porque no olvidemos que la crisis ha cronificado una fuerte desigualdad, ha desinflado ese colchón social que eran las llamadas clases medias, ha creado una especie de nuevo proletariado con escasos derechos como es el precariado, y el estado de derecho es algo cada vez más instrumental. A pesar de que hoy no existen grandes rebeliones ni conflictos, hay que planificar y prever situaciones, pues la historia no está escrita.

En ese laboratorio de pruebas se ensaya como romper el musculo de las resistencias y para ellos son necesarios varios tanques: el político-jurídico, el mediático, el económico y el de la fuerza o violencia explicita. Todos esos tanques han actuado han actuado compenetrados, primero la supuesta legitimidad del estado de derecho y agarrados como un clavo ardiendo la palabra mágica: legalidad. Y para justificar esa “legalidad”, uno de los tanques más necesarios en la sociedad del tardomodernismo: el tanque mediático. Horas y horas de televisión, de radio, kilómetros de papel, ocupación de pantallas y redes, ofreciendo diversas modulaciones, desde las aparentemente más progres, hasta las más carcas, desde algunas con cierto grado de pluralismo, hasta las más propagandísticas, pero todas con un objetivo-común: pensamiento único versus legalidad. La concentración de medios por un lado (y su ligazón económica) y la quiebra económica de otros, con gran dependencia del estado, han bastado para esa uniformidad de la que muy poco escapa. Y en buena medida lo han logrado tocando una vieja tecla: el nacionalismo español. En un conflicto con características nacionales sacarse a la patria de la chistera, sigue funcionando. Es triste comprobar como en las redes, lo que puede ser un medio de intercomunicación horizontal, buena parte de las gentes propagan como seres adocenados, la propaganda del poder. Orwell y Houxley,  entre otros, podrían ver como las dictaduras de las que hablaron, se convierten en realidad. En este sentido, también es muy triste, el papel de la mayoría de los intelectuales, en especial los más encumbrados, sometidos a la voz del amo para poder tener voz, y mientras, el pensamiento crítico languidece en los márgenes.

Y el tanque más decisivo, está siendo el económico. El famoso abandono de domicilios sociales y demás, se ha convertido en una voz imperante: O yo, o el caos. La amenaza de ruina, de empeoramiento de la situación social promovida por el poder estatal y económico, desvela una situación que se pretende ocultar: un reducido número de personas determinan la política, los derechos y hasta la vida de millones de personas. Ese es el autentico estado de derecho en la época neoliberal.

El mantenimiento de la resistencia catalana, su avance o retroceso, más allá de las cuestiones nacionales que se reclaman, es un debate entre la posibilidad de emancipación del poder vigente o el sometimiento acrítico al mismo. Y Cataluña es un ejemplo, como lo fue la España republicana en su época.

* Escritor  

 


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