¿Es la multipolaridad autoritaria? Una polémica sur-sur (I)
¿Es la multipolaridad autoritaria, tal y como lo afirma Kavita Krishnan? ¿Por qué resulta esta perspectiva tan seductora para los países del Sur Global? ¿Cuál es el discreto encanto de imaginar un mundo con muchos polos de poder?
En la monumental obra «Pensamiento periférico. Una tesis interpretativa global», Eduardo Devés Valdés advertía no sólo sobre el desconocimiento general de las perspectivas eidéticas de las naciones periféricas al mundo moderno-occidental, sino sobre la falta de conocimiento recíproco, de diálogo y debate entre las intelectualidades de los países del sur global (en una relación siempre mediada por los centros de saber y de poder global, aun cuando esta relación unidireccional fuera de impugnación y crítica).
Hoy, a 62 años de la fundación del Movimiento de Países No Alineados, a 57 años de la creación de la OSPAAAL y a casi medio siglo de la última etapa de la descolonización africana, lo que las intelectualidades y organizaciones de América Latina y el Caribe sabemos de nuestros pares de Asia o África no es más –y en ocasiones es mucho menos– de lo que sabíamos hace 50 o 60 años, en aquellos tiempos en los que florecía el tercermundismo y se practicaba activamente el no alineamiento. Esto, con la salvedad de algunos nichos pos/decoloniales, que han garantizado en las últimas décadas la circulación planetaria de algunos intelectuales y obras que, asentadas de manera privilegiada en las academias más progresistas del Norte Global, han tenido un ascendiente más bien moderado a la hora de influir la acción política de los sujetos subalternos y sus organizaciones.
Por eso, habiendo tantas críticas e impugnaciones a la perspectiva multipolar que provienen más o menos obviamente de las usinas de pensamiento occidentales (y que son tanto más fáciles de impugnar por su interés y origen), quisiéramos polemizar con un artículo de una intelectual y militante india, en la búsqueda de elaborar “puentes de mundo” entre periferias que abordan similares, cuando idénticos, dilemas político-intelectuales. El artículo en cuestión lleva por título “La «multipolaridad», el mantra del autoritarismo”, y fue escrito por Kavita Krishnan, intelectual india y ex dirigenta del Partido Comunista de la India (Marxista-Leninista) Liberación. Publicado en inglés en The Indian Forum en diciembre de 2022, fue traducido al español para El Cuaderno y republicado en América Latina por la revista Nueva Sociedad (número 304), editada por la fundación socialdemócrata alemana Friedrich Ebert.
El “idioma de los tiranos”
La tesis central de Krishnan es que la multipolaridad es un “mantra” (palabra sagrada) que, aceptada, utilizada y difundida por diversas izquierdas globales, pone a hablar a estos sectores en el mismo “idioma de tiranos” como el presidente ruso Vladimir Putin, el presidente chino Xi Jinping, Alí Jamenei de Irán y los líderes de otras naciones. La unidad de discurso, se supone, entrañaría la unidad y coincidencia de acción entre “izquierdas” y “autoritarismos”.
Citando la decodificación civilizatoria del concepto por parte de filósofos como el ruso Aleksandr Duguin, la perspectiva de organizaciones paramilitares indias de extrema derecha, o incluso documentos oficiales del Estado chino como sus “libros blancos”, la autora ve una serie de equivalencias que estarían definidas por el carácter autoritario de estas formaciones políticas y estatales. En definitiva, lo que la autora denuncia es una instrumentalización de la narrativa multipolar, y una complicidad tácita o activa de diferentes izquierdas con “regímenes” que la utilizarían como mera coartada ideológica, movilizando en su favor los recelos y sentimientos antiimperialistas y anticoloniales de los países e izquierdas periféricas.
Pero Krishnan va todavía un poco más allá de su crítica a la multipolaridad, y considera también que la integración euro-asiática sólo puede ser entendida “como parte de un plan ideológico y político explícitamente antidemocrático”. Su preocupación radica también en las definiciones “relativistas” sobre preceptos como la democracia, la libertad y los derechos humanos que diferentes países y potencias no occidentales conceptúan y practican. Como medida profiláctica, la autora propone un “reinicio urgente” ante lo que percibe como los extravíos morales de sectores que defienden “una multipolaridad despojada de valores”.
Tres definiciones de la multipolaridad: geopolítica, economía e historia
Sin embargo, tratándose de un artículo dedicado a interrogar la multipolaridad y el autoritarismo, es curioso que la autora no se detenga ni siquiera un momento a definir ninguno de los dos términos, convirtiéndose el primero en un significante vacío, y degradándose el segundo en una mera invectiva sin carnadura conceptual (y volviéndose incluso equivalente a otras nociones igualmente indefinidas como las de “totalitarismo”, “hipernacionalismo”, “fascismo” o “tiranía”, sobre las que volveremos en el próximo artículo). A falta de una, desarrollemos ahora tres definiciones diferentes sobre la multipolaridad, desde una mirada geopolítica, una mirada histórica y un enfoque de economía-política.
Como concepto geopolítico, el multipolarismo tiene una definición meramente negativa, que no presupone ningún contenido ideológico específico, ni a nivel nacional ni a nivel internacional: su propia equivalencia, y su uso indistinto por naciones, liderazgos y formaciones políticas bien diversas así lo demuestra. De hecho, el organismo más representativo de esta tendencia en la arena internacional –el bloque BRICS– se define como una asociación de integración y cooperación comercial que elude explícitamente toda definición político-ideológica. Desde su invención en 2001 por parte de Jim O’Neill, el acrónimo, así como el mismo concepto asociado de «economías emergentes», identificaba en aquellos cuatro países (no se hablaba de Sudáfrica todavía) una serie de variables comunes (extensión territorial, densidad demográfica, envergadura económica) que nada tenían que ver con la identidad política o la afinidad de proyectos ideológicos.
“…el bloque BRICS se define como una asociación de integración y cooperación comercial que elude explícitamente toda definición político-ideológica”
Por eso no sorprende que la política de Brasil hacia el espacio haya encontrado más continuidades que rupturas entre el segundo gobierno de Lula da Silva, el mandato de Dilma Roussef, el gobierno del Michel Temer surgido del golpe, la presidencia de Jair Bolsonaro, y el actual mandato de Lula. Por caso, el presidente chino Xi Jinping se reunió en sucesivas ocasiones con Roussef, Temer, Bolsonaro, y acaba de cerrar más de 15 acuerdos comerciales en la reciente visita de Lula, quien estaría considerando la posibilidad de sumarse a la Nueva Ruta de la Seda. La incorporación al bloque de países como Irán, Argelia, Turquía, Argentina y otros, no haría más que dilatar este panorama.
El concepto de multipolaridad sólo constata el declive del ultrahegemonismo norteamericano consolidado tras la disolución de la Unión Soviética, y describe –y en ocasiones prescribe– la existencia de diferentes centros de influencia y poder, a lo que considera como una situación más ventajosa o deseable que el unipolarismo y el unilateralismo occidental. Evidentemente, como asegura Krishnan, el concepto es tributario de un enfoque «realista» de las relaciones internacionales, que desde su estado-centrismo suele soslayar otros factores y polos no estatales de influencia y poder; podríamos citar aquí a las grandes corporaciones tecnológicas, los organismos multilaterales de crédito, los complejos militar-industriales, el paramilitarismo trasnacional, las economías ilícitas y muchos otros.
Si adoptamos un enfoque de economía política, el multipolarismo es un hecho empíricamente constatable. Basta ver la evolución de las principales variables económicas de dos bloques de países a lo largo de las últimas décadas: el BRICS y el G7 (conformado por Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Europea). Por poner un ejemplo, el bloque de «economías emergentes» ya representa una cuota superior del PIB mundial (31,5 frente al 30,7% del «bloque occidental), distancia que no hará sino ensancharse con la incorporación de otras potencias regionales. Además, la entrada en vigor de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) implicó la constitución del mayor área de libre comercio del planeta entre 15 naciones de Asia y Oceanía, desplazando con holgura a la Unión Europea y el T-MEC (conformado por México, Canadá, Estados Unidos). Más allá de las resoluciones institucionales adoptadas y de los precarios equilibrios geopolíticos, el eje económico global se desplaza de manera acelerada hacia el Oriente.
Por último, como hecho histórico, la multipolaridad es apenas una fase de una transición hegemónica global con destino abierto. Desde la teorización pionera del trinitense Oliver Cox –el auténtico inventor caribeño de la teoría del sistema-mundo– sabemos que la geopolítica global ha atravesado una serie de fases, comandadas siempre por una o varias «naciones dirigentes»; que la estructura global capitalista es intrínsecamente desigual y piramidal (la «división axial» entre centros y periferias, como la llamó Immanuel Wallerstein, reconocido deudor de Cox); y que el control del comercio exterior es un factor determinante para establecer las jerarquías globales.
Pero si bien podemos constatar el declive de la ultra-hegemonía norteamericana, aún es prematuro para certificar el nuevo orden que emergerá, aunque todos los análisis coinciden en el protagonismo de Asia y la centralidad del espacio del Indo-Pacífico en los tiempos por venir. Además, una mirada macro-histórica como la de Enrique Dussel (en particular en relación a China), permite entender que la centralidad occidental ha sido un capítulo más bien breve de la historia humana, siendo, hasta el despegue de la Revolución Industrial, un espacio geográfico subalterno y dependiente de Asia.
En síntesis: como hecho económico, el multipolarismo es una realidad. Como hecho geopolítico, una tendencia. Como hecho histórico, una oportunidad (veamos ahora en qué sentido).
El discreto encanto de la multipolaridad
Según las muy generales definiciones precedentes, ¿promete la multipolaridad el fin del imperialismo? No. ¿Augura el «nuevo orden mundial» el cese de las relaciones coloniales e imperiales entre centros y periferias globales? Tampoco. ¿Vislumbra este esquema el fin de las relaciones asimétricas y el surgimiento de un sistema internacional regido por los principios de igualdad plena, fraternidad, autodeterminación y soberanía? Menos que menos, dado que la propia idea de “polos” (y por tanto de países “no polares”) indica una forma de distribución y regionalización de las capacidades decisorias, una redistribución del poder que no elude las desigualdades ni las asimetrías. Entonces, ¿cuál es el discreto encanto de la multipolaridad? ¿Por qué seduce tanto a los países no occidentales (e incluso, crecientemente, a algunos países occidentales)?
“… como hecho económico, el multipolarismo es una realidad. Como hecho geopolítico, una tendencia. Como hecho histórico, una oportunidad”
La multipolaridad es una forma, que ni añade ni sustrae per se valores democráticos ni de ninguna otra índole. Y es, de hecho, una forma definida por su heterogeneidad: no hay detrás del BRICS, la RCEP, la Iniciativa de la Franja y de la Ruta, ni de ningún otro bloque o asociación equivalente, una propuesta civilizatoria comparable a la occidental. La multipolaridad es un punto de diversificación, y por eso no ha de extrañar que coincida con procesos de afirmación y reafirmación nacionales (sean de signo progresivo o reaccionario).
Practicar, abogar y beneficiarse de la multipolaridad no excluye adoptar posiciones diferentes y hasta contradictorias en materia de política doméstica e internacional. Esto, de hecho, no es nada novedoso, si recordamos a la Conferencia de Bandung y a la escueta carta de principios fundacionales del Movimiento de Países No Alineados; principios igualmente “formales” y “despojados”, ratificados por una serie de países no sólo diversos, sino que incluso concurrían de manera distinta y hasta contradictoria en el contexto de la Guerra Fría, sosteniendo algunos de ellos modelos societales antagónicos y conflictos históricos. Pero aquellos países “no alineados geopolíticamente” (o que buscaban en el MNOAL ganar márgenes de autonomía en el mundo bipolar) sí estaban por lo general bastante “alineados” en términos económicos, ya sea con el modelo capitalista o con el comunismo en su versión soviética.
“La multipolaridad es un punto de diversificación, y por eso no ha de extrañar que coincida con procesos de afirmación y reafirmación nacionales (sean de signo progresivo o reaccionario)”
Por eso, la idea de una “multipolaridad despojada de valores”, utilizada como un ariete de crítica, poco dice y nada refuta. Justamente, lo que unifica a un campo tan diverso de aspiraciones e intereses es una serie de mínimos comunes denominadores (los mismos “mínimos” que el Occidente ha sostenido con sus incómodos aliados “iliberales”, desde las dictaduras propiciadas por los Chicago Boys en Indonesia y Chile en los tiempos de implantación del modelo neoliberal, hasta regímenes contemporáneos como el israelí o el saudita, país que hoy está consumando un viraje geopolítico que el “enfoque basado en valores” de la autora difícilmente podría explicar.
Esto conduce, por supuesto, al espinoso debate sobre la guerra Rusia-Ucrania-OTAN (carácter tripartito que acaba de ser corroborado con la presencia confirmada de tropas de la alianza atlántica en los campos de batalla). Para Krishnan, “La izquierda global y la india han legitimado y amplificado en diversos grados el discurso fascista ruso, amparando la invasión como un desafío multipolar al imperialismo unipolar liderado por Estados Unidos”.
No nos detendremos mucho aquí, porque ya hemos abordado esto en otro artículo, pero diremos, en carácter de réplica: 1) Después de los combatientes, los países periféricos son los principales afectados por el conflicto, y no derivan ninguna ganancia material de aquel, por lo que nadie podría dudar de su disposición a la paz. 2) Desde estas latitudes, importa que la guerra termine, pero también el cómo termine. 3) Esta guerra definirá el curso definitivo que seguirá la transición hegemónica. 4) El fin de la guerra tendrá impactos desiguales y combinados en los centros y periferias globales. 5) Una victoria inapelable sobre Rusia llevará a Estados Unidos a reconcentrar sus esfuerzos sobre China y los otros “retadores multipolares”, así como a ajustar tuercas sobre su “natural área de influencia” en América Latina y el Caribe. 6) La conquista del «nuevo siglo americano» que persiguen los neoconservadores prorrogaría un equilibro de poder global que da a Europa un lugar privilegiado, aunque sea a costa de su subordinación, pero que ha llevado la guerra y el neoliberalismo al resto del planeta. 7) Como todos los países, aquellos periféricos intentan velar por sus propios y desarticulados intereses, lo que nos los vuelve ni “iliberales”, ni “belicistas” ni “reaccionarios”.
Asegura la autora que el lenguaje de la “polaridad” parte de la escuela realista de las relaciones internacionales, el que asegura incompatible con la visión marxista, aseveración muy discutible en función de la relectura de numerosos textos canóninos de la tradición post-marxiana, y sobre todo del camino anticolonial seguido por las revoluciones anticoloniales y por el marxismo no occidental desde la década del 20. Pero aún más importante es que la idea de un equilibrio deseable entre “polos” de poder está presente (al menos en el caso de América Latina y el Caribe) en tradiciones anticoloniales no marxistas, desde Simón Bolívar hasta José Martí (“desde el fiel de América”, “para equilibrar el universo”), pasando por infinidad de ensayistas, líderes políticos y cientistas sociales.
¿Esto quita que no haya una instrumentalización real o teóricamente posible de la perspectiva multipolar? No, aunque sus efectos de ilusión son muy limitados si nos atenemos a las definiciones precedentes, realistas y limitadas. ¿Es esta la única causa por la que decenas de países abrazan su perspectiva de manera entusiasta? Creemos que no. ¿Ofrece en cambio la unipolaridad (la forma realmente existente que se opone a la multipolaridad) garantías de “valores democráticos añadidos”? De ninguna manera. ¿Es más compatible la multipolaridad con el autoritarismo que con otras formas y valores políticos? Difícil sería demostrarlo, y de seguro Krishnan no lo ha hecho en su artículo.
“…la idea de un equilibrio deseable entre ‘polos’ de poder está presente (al menos en el caso de América Latina y el Caribe) en tradiciones anticoloniales no marxistas”
Por otra parte, la autora afirma que Rusia y China “interpretan la soberanía como desentendimiento de la rendición de cuentas ante los estándares universales de democracia, derechos humanos e igualdad”. Quizás una de las más flagrantes contradicciones que deben enfrentar los occidentalistas es el hecho de que la propia arquitectura institucional creada por occidente tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (o segunda gran guerra europea), sea hoy tan cómodamente habitada por las potencias emergentes y utilizada en pos de las estrategias de multipolarización.
Más bien ha sido Estados Unidos el país que ha practicado el “desentendimiento”, desfinanciando a la OMS y la UNESCO, declarando «guerras preventivas» consideradas ilegales por las propias Naciones Unidas (como lo afirmó Kofi Annan respecto de la Guerra de Irak), y rechazando o abandonando diferentes acuerdos internacionales en materia de derechos humanos, como el Acuerdo de París contra el cambio climático o el Tratado de No Proliferación Nuclear con Irán, entre varios otros. Por caso, en 2020 sólo Bután suscribía menos acuerdos en la materia que los Estados Unidos. Por su parte, los BRICS sostuvieron, desde su primera cumbre de presidentes en Ekaterimburgo, que su objetivo era fortalecer y reformar la ONU, no suprimirla ni socavarla.
Por otro lado, Krishnan habla de una “multipolaridad imperialista”. Esta mirada, que tiende a simplificar en exceso la caracterización sobre el imperialismo (recomendamos a propósito los textos de Claudio Katz publicados en ALAI), termina usando el concepto para englobar cualquier de tipo de asimetría entre países, una abstracción que de poco sirve (sobre todo en las periferias globales) para trazar una relación certera e inteligente con los diferentes polos emergentes de poder.
Una mirada similar adoptan quienes comparan la base militar China en Yibouti (única base en territorio extranjero) con las más de 700 desplegadas por Estados Unidos y la OTAN en todo el globo, o la intervención de las tropas de Rusia y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) en Kazajistán en 2022, con las decenas de invasiones, guerras y golpes de Estado propiciados por Estados Unidos y sus aliados occidentales en Asia, África y América Latina. Además, este enfoque olvida que los países periféricos siempre intervinieron en los contextos de transición hegemónica ubicándose entre las potencias rivales con astucia, desde lugares de concertación y unidad, y alternando estrategias de acercamiento y no alineamiento. Es posible que, como sucedió en otras épocas, esta formación global multipolar se rebela episódica e inestable y propende hacia la construcción de una nueva hegemonía planetaria (una suerte de “cierre geopolítico”); por eso, los países periféricos saben que tienen tan sólo una transitoria ventana de oportunidad para hacer valer sus intereses y conquistar en este período espacios de unidad, soberanía y autonomía.
En polémica abierta contra las posiciones dominantes en su antiguo partido, afirma la autora: “La idea de que los deberes de solidaridad internacional de la izquierda deban posponerse en favor de lo que se percibe como prioridad nacional es un caso de marxismo internacionalista enturbiado por el concepto «realista» de interés nacional, aplicado esta vez no solo a los Estados-nación, sino también a los propios partidos nacionales de izquierda”. Resulta de interés recordar aquí una carta de enviada por Friedrich Engels a Karl Kautsky el 7 de febrero de 1882. Allí, frente a quienes negaban la prioridad puesta por los polacos en sus luchas de liberación nacional (proponiendo en cambio una maximalista y abstracta revolución proletaria inmediata), la respuesta de Engels fue exactamente la opuesta a la que da la intelectual india a sus antiguos camaradas:
“Hablando en general, un movimiento internacional del proletariado solo es posible entre naciones independientes […]. Mientras Polonia permanezca dividida y subyugada, no podrá desarrollarse un poderoso partido socialista dentro del propio país […] Todo campesino y obrero polaco que sale de su letargo para participar en el interés común es confrontado de inmediato con el hecho de la sumisión nacional; este es el primer obstáculo que encuentra por todos lados. […] De ninguna manera es nuestra tarea contener los esfuerzos de los polacos por alcanzar condiciones de vida esenciales para su desarrollo, o persuadirlos de que, desde un punto de vista internacional, la independencia nacional es una cuestión muy secundaria cuando de hecho es la base de la cooperación internacional. […] Por lo tanto soy de la opinión de que hay dos naciones en Europa que no solo tienen el derecho, sino también el deber de ser nacionales antes de ser internacionales, Irlanda y Polonia” (destacados nuestros)
Como nos recuerda Engels, no hay internacionalismo posible cuando la propia existencia de las naciones (en particular de aquellas ubicadas “al sur del sur”) no está garantizada. La autora asegura que no se trata de “una elección de suma cero entre unipolaridad y multipolaridad”, para recaer de inmediato en otra opción maniquea: aquella que obliga a optar entre nacionalidad e internacionalismo o, peor, entre democracias liberalmente concebidas y autoritarismos unipolarmente definidos. Pero nos dedicaremos a estos temas en la segunda parte de este artículo.
Bibliografía
Biosca Azcoiti, Javier (2020). “Estados Unidos, ajeno a los acuerdos internacionales: sólo Bután ha ratificado menos tratados de derechos humanos”. En “El Diario”. Disponible en: https://www.eldiario.es/internacional/estados-unidos-acuerdos-internacionales-butan-ratificado-tratados-derechos-humanos_1_6241752.html
Bolivar, Simón. (2013). Carta de Jamaica. Nuestra América.
Cox, C. Oliver (1959). The foundations of capitalism. Peter Owen Limeted: London.
Devés Valdés, Eduardo (2012). Pensamiento periférico. Una tesis interpretativa global. Santiago de Chile: Idea, USACH.
Dussel, Enrique (2004). “China (1421-1800): Razones para cuestionar el Eurocentrismo”. En Archipiélago n° 44, año 11, abril-junio 2004.
Engels, Friedrich (1882). Carta a Karl Kautsky del 7 de febrero de 1882. Disponible en: https://rolandoastarita.blog/2022/03/09/un-texto-de-engels-sobre-la-liberacion-de-polonia/
Krishnan, Kavita (2023). “La «multipolaridad», el mantra del autoritarismo”. En Nueva Sociedad, n° 304, marzo-abril 2023. Disponible en: https://nuso.org/articulo/304-multipolaridad-mantra-autoritarismo/
Rivara, Lautaro (2023). “Guerras largas, vidas breves”. Disponible en: https://www.alai.info/guerras-largas-vidas-breves-ucrania-medianoche-mundo/
Sociólogo argentino, doctorando en Historia (CONICET) y docente universitario. Periodista y analista especializado en temas latinocaribeños. Corresponsal de Globetrotter (Independent Media Institute) y editor general de ALAI. Coordinador de los libros “El nuevo Plan Cóndor” e “Internacionalistas”.
Fuente: https://www.alai.info/es-la-multipolaridad-autoritaria-una-polemica-sur-sur-i/