José Antonio Medina Ibáñez •  Opinión •  24/11/2018

Los Peritos del reino español

Que los políticos españoles se hayan convertido en los principales peritos y sablistas del reino Borbón me tiene convencido de que España ha entrado en una fase de adormecimiento creativo e ideológico.

Pablo Casado, el “Catedrático” de lo que venga y el agotador del más pintado; ha logrado que tengamos la sensación de encontrarnos delante de una desbocada imaginación política, tanto que Don Julio Verne y Don Cristóbal Colón deberían bajar para tomar unas cuantas clases y posiblemente ser condecorados por el líder de la gaviota.

Lo de los 50 millones de inmigrantes africanos que quieren venir a Europa no ha sido una dosis suficiente como para pararle en su sobreexposición; más bien su estrategia parece consistir en que semana tras semana debemos convencernos de que no tiene por qué  ordenar sus ideas y títulos de Harvard.

Es tal su sobreventa mediática que Moreno Bonilla no pareciera el candidato a la presidencia del Parlamento andaluz, pero sí el que será responsable de perder las elecciones. Alguien debería decirle a Casado algo como ¡Pablo, Pablo, déjaselo a los especialistas!

En cuanto a Pedro Sánchez, parece no tener que justificar nada, incluidos sus principios de opositor como aquellos que me respondió en junio de 2014 en Marbella: Reformar el sistema electoral y limitar el mandato presidencial a 8 años.

Tanto es su vaivén que da repelús que en cualquier momento anuncie un nuevo compromiso; ¡qué pena que no termine de inflarse como presidente, aunque digan lo contrario las encuestas!

A pesar de todo, este joven presidente con mirada desvanecida y brazos infinitamente más largos que las mangas de sus chaquetas, es un sobreviviente, no olvidemos que ganó la presidencia en contra de Susana Díaz, Felipe González y de todos los diputados del Congreso. A ver quién se apuesta su salario diciendo que estaba convencido de que en aquellos momentos Sánchez sería el jefe de todos.

Así que hay que tomarse en serio lo de que hará todo por llegar a 2020 siendo presidente, aunque sea tirando restos de jabón en el suelo para que nadie le alcance.

De Albert Rivera, la gasolina se le acabó con la moción socialista y ahora está instalado, junto con Casado, en una guerra de guerrillas, adolorido de no entrar en la Moncloa tanto como antes. Pareciera que está como vacío, incapaz de desatornillarse de la imagen de héroe desterrado.

Sin embargo Rivera ha sido capaz de crear un servicio político sin límite de tiempo, las 24 horas al día, aparece donde sea y haciendo lo que haga falta para ganarse el respeto de sus contrincantes y de los españoles, a los que ve por todos lados y al lado de la cantante Marta Sánchez cantando, con interminables lágrimas, su himno roquero.

Lamentablemente su apuesta  por gobernar Andalucía no se la cree nadie, le pasa lo de a Moreno Bonilla que quiere convertir a Andalucía en Madrid y eliminar la lista de espera del hospital de la costa del Sol en Marbella.

Pablo Iglesias, no sigue siendo el mismo, ahora va con tilde de gran negociador, pero no ha sido nombrado vicepresidente.

Marcha por ahí dando lecciones de cómo se deben hacer las cosas para tener éxito, aunque él vaya de capa caída en las encuestas.

Da la impresión de que a sus mítines va menos gente y que se hace imperioso traer audiencia a fuerza de bocatas, vaso de vino y tortilla española.

Iglesias exige y exige que le escuchen sus lecciones, pero él no escucha las de los otros, incluso aquello de “Sí Podemos”, parece haberse borrado con el tiempo.

Frente a estos hacedores de las ayuditas y promesas: más salarios o menos impuestos, los votantes se encuentran como adoloridos y refunfuñando cada vez que uno de ellos aparece en la pantalla del televisor.

Para colmo – aunque ya lo sabíamos – de pronto nos hemos hecho conscientes de que los magistrados del Tribunal supremo español son otros enchufados que les deben sus cargos y devengos a los  partidos políticos.

Pero no importa, sin rencores que con ellos no se come y en este mundo, donde todos somos buenos, la única diferencia en el bosque de las infelicidades son esas actitudes desvergonzadas de esos duendes con ínfulas de genio.


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