Ernest Cañada •  Opinión •  24/12/2021

Turismo: más exclusión que inclusión

La Organización Mundial del Turismo (OMT) centra el presente Día Mundial del Turismo, 27 de septiembre, en la promoción de un turismo al servicio de un crecimiento inclusivo. Pero la idea de inclusión asociada al turismo no es nueva. Hacemos un recorrido crítico por sus distintas formulaciones y usos.


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La preocupación por el papel del turismo en la sociedad, el malestar ante distintos tipos de impacto que ha tenido su desarrollo, está presente, como mínimo, desde los años 70, cuando el sueño de progreso y modernización, prometido por la industria turística y sus lobbies, empezó a mostrarse demasiado distante de la experiencia real, cotidiana, cada vez más palpable en muchos de los lugares que optaron por una vía de desarrollo basada en la especialización turística. Sin estas críticas pioneras no podrían entenderse el desarrollo de toda una serie de conceptos, con voluntad globalizadora unos, como turismo sostenible o turismo responsable, de carácter parcial otros, como turismo socialturismo comunitario o turismo accesible, que han sido concebidos como mecanismos potencialmente correctores de los desórdenes provocados por el desarrollo turístico predominante (Cañada y Murray, 2019).

Pero, tras el desgaste de conceptos como turismo sostenible o turismo responsable, que no pueden aportar muestras de transformación del turismo a gran escala, aparece un nuevo referente, el turismo inclusivo. Así, la Organización Mundial del Turismo (OMT), ha elegido para el Día Internacional del Turismo, 27 de septiembre, de 2021, el lema “El turismo al servicio del crecimiento inclusivo”. En la nota técnica que acompaña la presentación de la propuesta el concepto no es desarrollado más allá de los lugares comunes de la oportunidad que puede suponer el turismo como oportunidad de generar empleo y contribuir en la reducción de la pobreza. Nada que permita entender cómo el turismo tiene un papel bastante más complejo, en el que las dinámicas de exclusión superan con mucho las de inclusión.

La situación actual de crisis provocada por la pandemia de la COVID-19 ha golpeado con especial dureza a las actividades turísticas, en especial en relación con la movilidad internacional. Su impacto ha dejado al descubierto la vulnerabilidad que provoca la fuerte especialización turística que se ha producido en algunas ciudades y territorios desde la anterior crisis financiera global de 2008 (Murray y Cañada, 2021). El rey anda desnudo y, sin embargo, la OMT repite argumentario, eso sí, teñido de un enfoque social más intenso bajo la referencia a su capacidad inclusiva. ¿Pero realmente el turismo ser más inclusivo? ¿Bajo qué condiciones? ¿Y si el turismo puede ser más inclusivo no será que, en realidad, ha sido más bien excluyente?

La referencia a lo inclusivo asociada al turismo no es la primera vez que aparece. Aunque no ha tenido el protagonismo de otros referentes, como sostenible o responsable, ha estado presente en distintos momentos, con sentidos distintos, incluso contradictorios, antes de llegar al debate actual. La OMT, sin embargo, parece volver a sus formulaciones más conservadoras y legitimadoras de estatus quo.

Crecimiento inclusivo: un enfoque del Banco Mundial

Uno de sus primeros usos de la idea de inclusividad en el análisis del turismo estuvo presente en el enfoque de “crecimiento inclusivo” propuesto por el Banco Mundial. Su origen se encuentra en la revisión que hizo esta institución de la teoría económica dominante en su seno hasta los años 90, en la que se planteaba que el crecimiento económico por sí mismo sería suficiente para aliviar la pobreza en los países menos desarrollados, según su terminología (World Bank, 2004). Ante los reiterados fracasos de sus recetas económicas, en especial a través de grandes proyectos de inversión, sin que el mercado resolviera los problemas de pobreza, realizaron algunos ajustes en sus planteamientos que dieron origen a la estrategia del crecimiento inclusivo.

Para el Banco Mundial el crecimiento inclusivo sería aquel que permite a las personas contribuir y beneficiarse del crecimiento económico, y que por tanto asocia crecimiento con igualdad de oportunidades (Bakker y Messerli, 2017; Rauniyar y Kanbur, 2010). Así, para reducir la pobreza de manera efectiva, se considera que las políticas de crecimiento inclusivo deben permitir que personas de diferentes grupos (género, etnicidad, religión) y de todos los sectores de actividad (agricultura, industria manufacturera, servicios) contribuyan y se beneficien del crecimiento económico. Su acción no se ciñe únicamente en los sectores con menos ingresos, sino que pretende beneficiar a largo plazo a la mayoría de la población activa con empleo productivo y espíritu empresarial y, por tanto, presupone un incremento del tamaño de la economía, más que acciones de redistribución de la riqueza disponible. De este modo, la principal forma de reducir la pobreza y sostener un crecimiento inclusivo sería a través de la creación de oportunidades de empleo productivo (Bakker, 2018; Bakker y Messerli, 2017). A su vez, para poder avanzar en esa dirección sería necesario remover los obstáculos que dificultan al turismo jugar este papel, una idea que se inscribe en una larga tradición de pensamiento neoliberal aplicado a políticas de desarrollo.

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En este esquema, el turismo sería un sector estratégico para avanzar hacia un crecimiento inclusivo al crear oportunidades de empleo productivas. Dentro de esta línea de pensamiento, un estudio sobre la contribución del turismo al crecimiento inclusivo en la ciudad de Dullstroom, Sudáfrica, sostiene que, aunque muchos de los empleos en actividades turísticas que consiguieron sus residentes eran poco calificados y mal pagados, los trabajadores los valoraban positivamente porque implicaban contratos indefinidos a tiempo completo, y esto les garantizaba cierta estabilidad que a largo plazo podían aumentar su nivel de vida. A su vez, disponer de estos empleos les permitiría desarrollarse profesionalmente y mejorar de posición, ahorrar para seguir formándose o, incluso, crear sus propios negocios. En base a esto se afirma el potencial del empleo en el turismo para promover un crecimiento inclusivo (Butler y Rogerson, 2016).

Pro poor tourism y negocios inclusivos

El enfoque del crecimiento inclusivo, que parecía renovar el planteamiento tradicional del Banco Mundial, habría dado lugar a distintas propuestas que, dentro de un mismo esquema de pensamiento neoliberal y legitimador del papel de las corporaciones privadas de turismo, habría buscado una incidencia más directa a través de estas empresas en los sectores sociales más desfavorecidos con la generación de nuevas oportunidades. En este sentido, desde la cooperación británica se dio un especial respaldo al enfoque “pro por tourism”, a través del Department for International Development (DFID), y desde otras agencias e instituciones de cooperación internacional, como la holandesa SNV, la australiana Business for Development o el World Business Council for Sustainable Development (WBCSD), con sede en Ginebra, Suiza, se ha hecho una apuesta por el modelo “negocios inclusivos”. Este se basa en la promoción de iniciativas empresariales con objetivo de lucro que contribuyen a la reducción de la pobreza a través de la incorporación de personas de menores recursos en su cadena de valor en una estrategia beneficiosa para ambas partes. Se asume así el modelo neoliberal de crecimiento económico como fórmula que posibilitaría la salida de la pobreza por la vía de la inclusión en la economía de mercado.

En ninguna de sus distintas versiones de estas estrategias que vinculan inclusión con turismo existe un cuestionamiento del modelo estructural de desarrollo económico de orientación neoliberal que ha provocado el crecimiento de la desigualdad y la pobreza, que en el ámbito de las ciencias sociales y económicas no ortodoxas se ha abordado ampliamente(Navarro, 2007; Pickett y Wilkinson, 2009; Stiglitz, 2012; Wright, 1994). De hecho, este tipo de propuestas se han construido más bien como instrumentos de legitimación de las empresas capitalistas en contextos de desigualdad y pobreza que les permitan desactivar potenciales conflictos y mejorar su reputación.

Lejos de una preocupación real por las situaciones de pobreza, las principales motivaciones de muchas de las empresas vinculadas a este modelo tienen que ver con el mantenimiento de la posición competitiva en el sector, evitar daños en la reputación empresarial, capturar ingresos y generar lealtades (Scheyvens y Biddulph, 2017). La lógica de esta forma de proceder consiste en aislar acciones puntuales de la empresa que puedan tener impacto positivo, o ser interpretado en esos términos, sobre personas de bajos ingresos y construir sobre esas actuaciones una determinada imagen pública del conjunto de dicha empresa. Un ejemplo trágico lo aportó el informe de SNV y WBCSDNegocios inclusivos: Creando valor en América Latina (2010), en el que se destacaba a la Corporación Dinant de Honduras como ejemplo de negocio inclusivo, por su alianza con proveedores comunitarios de biomasa a partir de los frutos de corozo. Esta empresa fue fundada y era propiedad de Miguel Facussé, acusado a su vez por el despojo de sus tierras a decenas de familias campesinas en el Bajo Aguán y el asesinato de líderes comunitarios (HRW, 2014; Misión de Verificación Internacional, 2011).

Además, el enfoque de pobreza que usan está limitado a aspectos monetarios en términos cuantitativos absolutos, sin tomar en cuenta otras perspectivas de pobreza, que pueden hacer ver como problema aspectos que desde otros sistemas socios-económicos y culturales no lo serían. Igualmente, ignoran en su análisis su propia contribución a generar dinámicas que incrementan la desigualdad entre actores (Gascón, 2015, 2017). Asimismo, buena parte de su argumentación pivota sobre los supuestos beneficios del empleo en el turismo, como mecanismos de generar un crecimiento inclusivo y que reduce la pobreza entre determinados colectivos desfavorecidos. Este planteamiento no tiene en cuenta los análisis sobre la calidad de empleo generado y tiene más de construcción ideológica que de análisis concreto sobre los efectos del trabajo en el turismo como mecanismo en reducción de la pobreza. La critica a esta línea argumental será objeto de atención específica de esta tesis doctoral en uno de sus apartados.

Desarrollo inclusivo

Otra de las formulaciones recientes que vinculan turismo e inclusión ha sido la del “desarrollo inclusivo”. Este planteamiento está integrado en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible que Naciones Unidas adoptó en septiembre de 2015, y que se concretó en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y las 169 metas en el ámbito económico, social y ambiental. A partir de la constatación de la exclusión del desarrollo que sufren muchas personas a causa de su género, etnia, edad, orientación sexual, discapacidad o situación de pobreza, se concibe la idea de desarrollo inclusivo como una visión mucho más amplia que la del mero crecimiento económico. Implicaría una preocupación por la dignidad humana, la superación de desigualdades y un sentido amplio del bienestar. Desde esta perspectiva, el “desarrollo turístico inclusivo” comporta ampliar el acceso al consumo, la producción y a distribución de los beneficios en los espacios turísticos existentes, así como impulsar nuevos espacios en los que fuera posible la participación de sectores previamente silenciados en la toma de decisiones sobre el turismo (Scheyvens y Biddulph, 2017).

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A pesar de su interés potencial, la concreción de los indicadores que deben servir para medir la evolución de los objetivos y metas propuestos en el ámbito del turismo, ha puesto en duda los alcances de este modelo. En el caso particular del ODS número 8, que es en el que específicamente se hace referencia al turismo, «Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos», la elaboración de sus indicadores ha quedado en manos de la OMT. Hasta donde se sabe, insisten en el tradicional aporte del turismo en términos de crecimiento económico y no incluyen nada en relación a la calidad de estos empleos, que tienen como referencia en el objetivo el concepto de trabajo decente, tal como ha sido definido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) (OIT, 1999). Esto implica un modelo laboral en el que haya suficientes puestos de trabajo que permitan trabajar, con remuneración suficiente, seguridad y condiciones laborales salubres y que, además, disponga de un sistema de protección social garantizado. A su vez, se deben respetar los derechos fundamentales del trabajo, como son la libertad de sindicación y la erradicación de toda forma de discriminación laboral, trabajo forzoso y trabajo infantil (Espinoza, 2003; Ghai, 2003). Es por ello que se ha considerado que las perspectivas de cambio real a partir del enfoque de “desarrollo turístico inclusivo” vinculado a la Agenda 2030 de Naciones Unidas pueden ser limitadas (de Man, 2019).

Turismo inclusivo

A pesar de todo, a partir de los aportes conceptuales de propuesta de Naciones Unidas en la Agenda 2030, Regina Scheyvens y Robin Biddulph sugirieron una nueva formulación del concepto de “turismo inclusivo” en un monográfico de la revista Tourism Geographies (2017), que resume los trabajos y las discusiones de un seminario organizado por el Center for Tourism de la Universidad de Gotemburgo, Suecia, del 13 al 15 de abril de 2016. Según esta fórmula, el turismo inclusivo implica que los sectores empobrecidos o marginados de la economía dominante vean ampliadas sus posibilidades de acceso al turismo, como consumidores y como productores. Además, se considera que deben tener una mayor participación en la toma de decisiones sobre las actividades turísticas y en la distribución de los beneficios. Así el sistema turístico asumiría de forma voluntaria los intereses de sectores marginados en el consumo y la producción turística (Zapata et al., 2017).

Más que una marca o un producto que pueda ser certificado, el turismo inclusivo, según esta formulación, pretende movilizar el pensamiento crítico en relación al turismo a partir de dos preguntas clave: 1) ¿cuán inclusivo es un determinado desarrollo turístico?; 2) ¿Cómo podría ser una empresa turística más inclusiva? Para ello proponen siete aspectos que se deben tener en cuenta en la valoración del nivel de inclusión social de una determinada iniciativa o destino: potenciar el acceso de personas marginadas como productoras de turismo; mejorar el acceso de personas marginadas como consumidores de turismo; ampliar los lugares en los que tiene lugar el turismo; ampliar la participación en la toma de decisiones turísticas; promover la comprensión y el respeto mutuo entre población anfitriona y turistas; garantizar una representación digna y apropiada de los colectivos turísticos involucrados; desafiar las relaciones de poder dominantes.

Una de las principales virtudes de esta propuesta conceptual del turismo inclusivo expuesta por Scheyvens y Biddulph, es su capacidad para operar como marco de análisis en distintos contextos, tanto en el Norte como en el Sur Global. Puede también integrar, a pesar de sus diferencias, otras propuestas conceptuales, como el turismo social, accesible o comunitario. Sin embargo, sus mismos autores son conscientes de la dificultad de avanzar en esta dirección. Los obstáculos para su extensión y consolidación son de diversa índole. Por una parte, las políticas neoliberales, que refuerzan el poder corporativo, están consolidando una dinámica turística que funciona cada vez más en términos de enclaves excluyentes, es decir, haciéndolos más inaccesibles para la población local, a no ser que sea como mano de obra barata. Por otro lado, muchos productos turísticos se basan en explotar las diferencias (entre ricos y pobres, entre culturas), en lugar de romperlas y contribuir a crear procesos de entendimiento y comprensión mutua. Esta lógica clasista y racista refuerza un mercado turístico que va en contra de lo que pretende el turismo inclusivo. Finalmente, cuando los sectores populares son capaces de poner en marcha iniciativas propias, se encuentran con enormes dificultades derivadas de la carencia del lenguaje, las habilidades, redes o capital para consolidarlas. Los fracasos de numerosas experiencias de turismo comunitario en diferentes países del Sur Global muestran el peso de estos obstáculos. Por otra parte, aun si logran funcionar comercialmente, no es siempre garantía de que no se acentúen las desigualdades internas, los conflictos o los procesos de desempoderamiento. Asimismo, como argumenta uno de los mismos autores en una investigación en Camboya, aun cuando las empresas sociales han logrado crear oportunidades laborales para personas pobres y marginadas, y han contribuido también ha revitalizar la cultura local, su capacidad para dar continuidad a estos beneficios sociales es limitada porque el turismo es muy impredecible a causa de un entorno altamente competitivo e inestable y ni siquiera empresas exitosas y bien administradas pueden estar seguras (Biddulph, 2017).

A pesar del interés de la propuesta, que supone un avance con respecto a otras formulaciones, como las de crecimiento inclusivo, negocios inclusivos, “pro-poor tourism o turismo responsable como conjunto de buenas prácticas de carácter voluntario, tal como ha sido formulada muestra también algunas limitaciones para que pueda ser útil para un proceso de transformación del turismo desde perspectivas emancipatorias. Las críticas que pueden plantearse son de diverso tipo, desde una concreción insuficiente en ciertos aspectos clave hasta la desatención de dinámicas centrales que condicionan el funcionamiento del turismo y su encaje en la sociedad en la que tiene lugar.

En primer lugar, no se presta suficiente atención a los términos en los que se espera que se genere mayor inclusividad en la industria turística más allá de la voluntariedad empresarial. Cuando se hacen explícitas estas posibilidades de cambio se concentran en las acciones tomadas por las propias empresas, que operan en un marco de potenciales influencias y presiones externas reputacionales, aunque a su vez se constatan los resultados más bien pobres obtenidos. Así, por ejemplo, se han realizado investigaciones que exploran hasta qué punto el sector empresarial turístico puede actuar y ser influido a favor de criterios de mayor inclusividad (Zapata et al., 2017). A partir del caso de Apollo, uno de los tres mayores operadores turísticos de Suecia, y uno de los pioneros en los países nórdicos en adoptar políticas de Responsabilidad Social Corporativa (RSC), se ha analizado qué cambios se han podido producir en un gran tour operador emisor y cómo se podría influir significativamente para transformar sus prácticas en un sentido más inclusivo. Se ha considerado a este tipo de actores por su capacidad de influencia estratégica en el resto de la industria turística, a causa de su fuerte concentración empresarial y la vinculación con agencias de viajes, hoteles, aerolíneas y otras empresas turísticas. Dado su papel en la cadena de valor del turismo, tendrían una capacidad decisiva para impulsar cambios en un sentido más inclusivo, como la contratación de grupos marginados en destinos locales con trabajos decentes y salarios justos, políticas de contratación más inclusivas a nivel social y ambiental, o el incentivo de las compras a proveedores locales de alimentos, entre otras. Si bien Apollo se encuentra a la vanguardia entre empresas de su sector en la adopción de normas, pactos y códigos con respecto a los derechos humanos, los derechos de la infancia o acciones comerciales responsables, los grupos sociales considerados marginales siguen excluidos de su agenda de RSC. Pero también se identifica que la incorporación de preocupaciones por la inclusión acostumbra a ser una respuesta a las inquietudes de los clientes, las actividades de las ONG o publicidad negativa, que puede afectar en su reputación, y con ello en el comportamiento del consumidor. Y que si no hay un marco de presiones institucionales (leyes, regulaciones e incentivos) es probable que se perpetúe la adopción de prácticas inclusivas limitadas y superficiales (Zapata et al., 2017). Esto podría ser complementado con el análisis de las capacidades de regulación pública y de presión desde organizaciones sindicales y sociales para generar cambios efectivos en las empresas en un sentido inclusivo. No tomar en cuenta también las dimensiones de política pública y de conflicto restringe la propuesta de turismo inclusivo deScheyvens y Biddulph a poco más que formas renovadas de Responsabilidad Social corporativa (RSC).

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En segundo lugar, la idea de que los sectores populares sean productores de turismo está demasiado focalizada en las posibilidades de generación de sus propias empresas como negocios independientes que pueden insertarse en la cadena de valor de corporaciones de mayor tamaño. Sin menospreciar la importancia que esto puede tener, se corre el riesgo de desatender el grueso del trabajo turístico, que hoy por hoy se produce bajo estructuras corporativas cada vez de mayor tamaño y capacidad de dominio estratégico, y sometido a un intenso proceso global de precarización. Es en las condiciones y relaciones de trabajo en la industria turística donde se encuentra la posibilidad real de transformar estas actividades en términos más inclusivos. Esto obligaría a una mirada más compleja sobre las formas en las que se organiza el trabajo en el turismo y qué implicaciones tiene, así como la capacidad de las propias organizaciones sindicales e instituciones públicas para transformar este empleo.

En tercer lugar, es una propuesta insuficientemente sensible a las desigualdades por razones de género. La participación de las mujeres en el turismo es fundamental, y la forma en la que se organiza esta industria no podría entenderse sin la desigualdad estructural de género, que las empresas naturalizan y sobre la que se sostienen. La literatura académica con enfoque de género que analiza el turismo es, aunque con vacíos, suficientemente amplia como para no tomarla en cuenta (Moreno y Cole, 2019). La formulación deScheyvens y Biddulph no incluye el análisis de género de forma transversal en cada uno de los ámbitos en que se propone que se asiente la idea de turismo inclusivo y, además, requeriría de un enfoque específico que abordara los procesos de exclusión, en forma de desigualdad y discriminación de las mujeres en el turismo, y de marcos más inclusivos en términos de género.

En cuarto lugar, otro de los problemas de la propuesta es que no toma suficientemente en cuenta las externalidades generadas por el desarrollo turístico en los territorios en los que se asienta. Hay un problema en la caracterización de la “naturaleza excluyente” del turismo que formulan sus autores. Así, cuando se argumenta que solo las clases medias y altas pueden viajar y disfrutar de actividades de ocio en otros lugares distintos a los de su residencia, y que los beneficios de este turismo se concentran en grandes empresas, mientras que los sectores “pobres” y “marginados” no logran aprovechar las oportunidades de desarrollo asociadas al turismo, hay una lectura sesgada. El problema no es que los sectores populares no logren aprovechar las oportunidades generadas por el turismo, sino que en economías rurales este desarrollo turístico les puede despojar de sus medios de vida, desestructurar sus territorios y desplazarles hacia otras áreas, o subordinarles en la economía del turismo como mano de obra barata. Si pensamos en destinos urbanos, el desarrollo turístico puede tener impactos igualmente graves, como el encarecimiento de la vivienda y el incremento del costo de la vida, la destrucción del tejido comercial de proximidad o la generación de un entorno hostil para la vida cotidiana. Es decir, que el problema con el turismo no es únicamente que excluye a ciertos sectores de sus beneficios, sino que sus impactos generan dinámicas contrarias a los intereses y derechos de estos sectores a los que se dice querer incluir, que no se resuelven con más turismo, aunque sea más controlado o supuestamente beneficioso para estos sectores. Cómo se integra el turismo en el territorio en el que tiene lugar es actualmente uno de los elementos claves del debate turístico, y una propuesta de turismo inclusivo debería poder incorporar esta dimensión.

En quinto y último lugar, y a pesar de las intenciones de los autores, la potencia comunicativa del concepto turismo inclusivo facilita que pueda ser especialmente atractiva en términos de limpieza de imagen corporativa. Así lo pone en evidencia la actual campaña de la OMT. Incidir de forma voluntaria en alguno de los aspectos con los que se ha caracterizado la idea del turismo inclusivo, es relativamente sencillo mostrar avances en términos de inclusión. En un contexto en el que las críticas de los movimientos sociales a los impactos del turismo son cada vez mayores, desde una perspectiva corporativa identificarse con conceptos que les aporten legitimidad, y que aplicados de forma parcial no alteren las relaciones de poder establecidas, resultan especialmente atractivas. Por tanto, el concepto de turismo inclusivo requeriría un desarrollo más articulado e integrador entre sus diferentes partes.

Cambio de perspectiva: tensión entre exclusión e inclusión

Llegados a este punto, tras el recorrido realizado a través de los diversos conceptos que han tratado de iluminar vías de corrección de las dinámicas turísticas, ya fuera en un sentido global o parcial, no parece que tenga mayor interés proponer un nuevo término con el que nombrar cómo debería ser idealmente el turismo. La rápida capacidad de transformación de la industria turística, y sus distintas formas de integrar distintas críticas, hace que este empeño no augure excesivas ilusiones. En su propuesta, la OMT, lejos de acercarse a nuevas perspectivas de abordaje de la inclusión en el turismo, parece volver a las viejas fórmulas promovidas por el Banco Mundial y las políticas de corte neoliberal, usando lo inclusivo fundamentalmente como instrumento de legitimación y márquetin social de una industria fuertemente afectada por la actual crisis.

Sin embargo, en el actual debate parece mucho más interesante la mirada que aporta esta tensión entre exclusión e inclusión. Este tipo de preocupación por la forma de observar la realidad conecta con el giro crítico en los estudios turísticos que se define como una perspectiva de la investigación que se interroga por la justicia y la transformación social en y a través del turismo. Haciendo responsable al capitalismo de los estragos causados por la industria turística, que aplica una racionalidad instrumental en su desarrollo, busca cómo mejorar la producción y el consumo en el turismo tomando en cuenta también las capacidades de agencia de los colectivos humanos (López-González, 2018).

Más que promesas de un turismo al servicio de un crecimiento inclusivo, necesitamos que el turismo deje de estar organizado bajo la lógica de la acumulación y la reproducción del capital y, por tanto, de ser uno de los responsables de la exclusión. Pensar el turismo en un futuro próximo implica preguntarse por la tensión entre exclusión e inclusión en algunos aspectos centrales que configuran el actual sistema turístico. Ejemplos de turismos con resutados inclusivos los tenemos, como, entre otros el SESC Bertioga en Sao Paulo, la Cooperativa Los Pinos en El Salvador o la asociación ASOPROLA en Costa Rica (Cañada, 2017, 2020a, 2020b). Desde ahí apostar por un camino de transformación en un sentido post-capitalista como única posibilidad si, de verdad, lo que nos preocupa es la inclusión (Fletcher, et al., 2021).

 

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Fuente: https://www.albasud.org/noticia/1372/turismo-mas-exclusion-que-inclusion

 


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