Paco Campos •  Opinión •  25/03/2018

Dejémonos de buscar criterios

¿El mundo o el hombre poseen una esencia, esto es, una naturaleza intrínseca? Mucha gente cree que sí, sobre todo filósofos que no soportan las diferencias como resultado de una comparación sin más, y creen por eso, como pensó Aristóteles, que hay una diferencia específica, una especificidad que tal y cual. Hay peligro de llevar esta conclusión fuera del plano de la filosofía. Por ejemplo, aplicarla a la condición humana y proclamar que somos superiores a los negros no, como hacían los antropólogos norteamericanos de finales del XIX, por genética, sino por cultura y tradición tecnológica, y así sucesivamente. Los campesinos son diferentes de los urbanitas por primitivos, e inferiores por ignorantes. Y así sucesivamente.

Si dejáramos de buscar adecuaciones entre el pensamiento y la realidad, encajes buscados por nuestra imaginación, dejaríamos de inventar normas y criterios, aleatorios, claro está, que permitieran dejarnos tranquilos. Porque, en definitiva, buscamos seguridad, y huimos de lo contingente, lo cambiante, lo que puede o no puede que sea. ¡Qué manía conservadurista es esa que nos lleva al precipicio antes de mirar con perspectiva! y decir: bueno, con esta ley, por ejemplo, pretendemos vivir en armonía, y no establecer el criterio de que todo el que no se adecue a ese encaje, será castigado. Como en ese gran Panóptico que Jeremías Bentham diseccionó, o el “vigilar y castigar” que tanto obsesionó y criticó Foucault.

No nos saldríamos del tiesto si pensáramos que la verdad que buscamos, en buena lógica, “es una propiedad de las entidades lingüísticas, de las proposiciones”, dice Rorty en La Contingencia del Lenguaje, 1986. No producto de un empecinamiento.


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