André Abeledo Fernández •  Opinión •  25/05/2020

La nueva normalidad, un buen momento de poner sobre la mesa un nuevo modelo de Estado y el derecho a la autodeterminación de los pueblos.

Son momentos de construir una sociedad mejor para todos y de todos, de sacar partido a la inevitable nueva normalidad para poner sobre la mesa la necesidad de más justicia social y un nuevo marco de relaciones entre los pueblos del Estado español que haga que la casa de todos pueda ser un lugar mejor para vivir y convivir.

Yo defiendo el derecho a la autodeterminación de los pueblos, como un derecho fundamental, que cuando se niega destruye la convivencia y dificulta enormemente el dialogo para construir, mientras facilita el enfrentamiento que suele llevar más temprano, o más tarde, a la ruptura.

Suelo poner un ejemplo que seguramente no es el más adecuado, pero que considero que es muy explícito.

Comparemos el derecho a la autodeterminación con el derecho al divorcio, y a la pareja, el núcleo familiar que convive en la casa, con los pueblos y naciones que conviven en el estado.

Imaginemos una pareja felizmente casada, que vive en un país donde no existe el derecho al divorcio, una pareja feliz, con unos hijos sanos a los que adoran, en definitiva una familia bien avenida, que tiene una vida cómoda y con sus necesidades cubiertas.

Ahora imaginemos que ese país legaliza el divorcio, ¿a alguien se le puede pasar por la cabeza que esa pareja feliz vaya a divorciarse porque se le reconozca el derecho a hacerlo?.

Pues lo mismo pasa con los pueblos, cuando la convivencia es buena en la casa de todos que es el Estado, los pueblos son mucho más conservadores y fieles que una pareja, no corren el peligro de enamorarse de otro y si el estado respeta su hecho diferencial, les garantiza su derecho a decidir, cubre sus necesidades básicas y trabaja por la buena convivencia de los pueblos que forman este estado plurinacional, o unión de repúblicas, o estado federal, la fórmula o sistema en la que esos pueblos hayan decidido organizarse, ningún pueblo se va a divorciar, ninguno entenderá la independencia como solución a problemas inexistentes.

El problema viene cuando no hay respeto al hecho diferencial, cuando las distintas nacionalidades no son reconocidas, cuando hay idiomas de primera y de segunda, cuando el derecho a la autodeterminación no está reconocido y el estado se convierte en una cárcel de pueblos, en vez de en la casa de todos.

Defiendo la unión voluntaria de pueblos libres, de naciones que deciden caminar juntas, los hace más fuertes, los enriquece esa diversidad de culturas, tradiciones, e historia diferenciada.

Necesitamos cambiar el actual modelo de estado, heredado del nacional catolicismo y fruto de una falsa transición, bien sea mediante un estado Federal, o un estado plurinacional donde cada nación, entendiendo que hablamos de naciones formadas por pueblos libres, pueda decidir qué tipo de relación quiere tener con el resto del Estado.
Reconociendo el derecho a decidir, podremos construir un futuro en común.

Por mi parte defiendo que ese futuro debe ser socialista, pienso que la única forma de ser capaces de construir entre todas y todos un futuro sin odios, una unión de voluntades donde impere la igualdad, la justicia social, y el respeto a la diferencia.

Parafraseando a Lenin, que resumió la esencia de lo que trato de decir en una frase, de un modo magistral, “no se puede hablar de libertad, si antes no se reconoce el derecho de los pueblos a separarse de su metrópoli cuando lo crean conveniente”.

Stalin non dejó la actual definición de nación, la más clara expresada del modo más brillante:

¿Qué es una nación?.
«Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura.»

También Lenin defendió argumentos muy parecidos a los que yo trato de expresar en defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos:

«Acusar a los partidarios de la libertad de autodeterminación, es decir de la libertad de separación, de que fomentan el separatismo es tan necio e hipócrita como acusar a los partidarios de la libertad de divorcio de que fomentan el desmoronamiento de los vínculos familiares. Del mismo modo que en la sociedad burguesa impugnan la libertad de divorcio los defensores de los privilegios y de la venalidad en los que se funda el matrimonio burgués, negar en el Estado capitalista la libertad de autodeterminación, es decir, de separación de las naciones no significa otra cosa que defender los privilegios de la nación dominante y los procedimientos policíacos de administración en detrimento de los democráticos».

Negar la existencia de las nacionalidades históricas, negar la existencia de un sentimiento nacional dentro de las distintas naciones que forman el Estado español, es encender una mecha muy difícil de apagar.

El único modo de construir un modelo de Estado donde quepamos todas y todos es reconocer que somos un estado plurinacional, donde distintas naciones deciden trabajar juntas, convivir y construir una unidad de destino que durará mientras que los pueblos de las distintas naciones así lo decidan.

El reconocimiento del derecho de autodeterminación dará sentido al nuevo modelo de unidad voluntaria de pueblos libres y dará la estabilidad necesaria para construir un futuro de convivencia en armonía.

No creo que la simple independencia sea la solución para la clase trabajadora en Cataluña, porque el problema de la clase obrera se llama capitalismo y la verdadera lucha se llama lucha de clases, una guerra entre explotadores y explotados que no entiende de fronteras en un mundo donde la explotación esta globalizada. Una lucha de clase que continua vigente como motor de la historia.

Pero entiendo que un pueblo puede sentir la necesidad de decidir su destino, sobre todo cuando desde los poderes del Estado español, desde casi siempre, se ha tratado de imponer un idioma, una cultura y una historia, eso es opresión.

Entiendo además la autodeterminación como un derecho fundamental, el derecho que deben tener los pueblos a decidir su destino, el derecho a acertar o equivocarse.

Autodeterminación e independencia no son sinónimos, como algunos quieren hacernos creer, el derecho a decidir no tiene como efecto la independencia, podría ser que el pueblo tomase esa decisión, o no.

El PP ha demostrado en aquella nacionalidad histórica donde gobierna, como es el caso de Galicia, trata de destruir las señas de identidad de un pueblo, de una nación, su lengua, su cultura, su historia, este es el contexto de un Estado que no ha sabido dar más respuesta que la represión y los oídos sordos a un problema real.

Nadie ha hizo más por la independencia de Cataluña que los gobiernos del PP y los planteamientos de la ultraderecha.

Negar el sentimiento nacional de un pueblo, negar que Galiza, Catalunya o Euskadi son naciones, es un ataque a la convivencia y a la unidad.

Las amenazas no son argumentos ni solucionan problemas de convivencia, eso es algo que la derecha española no quiere entender.

En democracia no se puede dar respuesta a las reivindicaciones de un pueblo con amenazas y represión. Ese es el lenguaje de las dictaduras.

Defender el derecho de autodeterminación es legítimo y ser independentista también, quien defiende estas posturas no es un delincuente, ni un terrorista.

El PP en Cataluña intenta apagar un fuego que ayudó a encender con gasolina.

Cuando se habla del “problema catalán”, del “tema catalán”, es siempre intentando influenciar a la opinión pública, tratar de transmitir el mensaje de que el derecho a la autodeterminación de los pueblos no es un “derecho”, intentando criminalizar a quien lo defiende.

No existe un problema catalán, ni gallego, ni vasco, existe en todo caso una “realidad” o “singularidad” a la que tenemos que dar respuesta política.

El derecho a la autodeterminación de los pueblos no debe ser visto como un peligro, ni como una amenaza para la clase obrera.

La patria burguesa no es la misma que la patria obrera, los oligarcas temen cualquier cambio que pueda afectar a sus intereses, y cuando defienden la centralidad, o la independencia, lo hacen pensando en eses intereses, y no por el bien de su pueblo.

Defiendo la unión voluntaria de pueblos libres, de naciones que deciden caminar juntas, los hace más fuertes, los enriquece esa diversidad de culturas, tradiciones, e historia diferenciada.

Pero convertir un estado en una prisión de pueblos es siempre una decisión de los explotadores.

Necesitamos cambiar el actual modelo de estado, heredado del nacional catolicismo, y fruto de una falsa transición, bien sea mediante un estado Federal, o un estado plurinacional donde cada nación, entendiendo que hablamos de naciones formada por pueblos libres, pueda decidir qué tipo de relación quiere tener con el resto del estado.

Reconociendo el derecho a decidir, podremos construir un futuro en común.

Yo defiendo que ese futuro debe ser socialista, pienso que la única forma de ser capaces de construir entre todas y todos un futuro sin odios, una unión de voluntades donde impere la igualdad, la  justicia social, y el respeto a la diferencia.

Parafraseando a Lenin, que resumió la esencia de lo que trato de decir en una frase, de un modo magistral, «no se puede hablar de libertad, si antes no se reconoce el derecho de los pueblos a separarse de su metrópoli cuando lo crean conveniente”.

Otra frase muy afortunada es la de Salvador Seguí, “el único enemigo que hay en Cataluña, es el mismo que en Madrid: el capitalismo”

No consintamos que los miserables que se envuelven en banderas para beneficio personal, los que venden odio y mentiras, consigan enfrentar a los pueblos de España.

Esta es la lucha de clases, el pueblo trabajador tiene que estar junto para defenderse de los que solo siembran miseria.


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