Inmaculada Sarmiento Lorenzo •  Opinión •  25/07/2016

Votar cada día

Cansada de los ritmos tan lentos a los que se producen los cambios políticos y sociales, llegó un momento en que, después de pensarlo detenidamente, decidí que no podía esperar más a nadie ni la posibilidad de expresarme y decidir por medio de mi voto cada cuatro años .

Tenía que hacer algo, aunque fuese de forma individual, que me hiciera sentir que cada día contribuyo de forma real a ese cambio que espero se produzca para dejar un mundo mejor a las futuras generaciones.

Descubrí que comer es un acto político. Me refiero a qué comemos, dónde lo adquirimos, cómo lo comemos, cuánto comemos.

Entonces empecé a usar mi carro de la compra como un carro de combate antineoliberal. Creo que mi lista de la compra es más política que mi voto, y esta acción política que tiene que ver con todo lo que hacemos ante el hecho y la necesidad de comer conlleva una complejidad y un trabajo superior al de ir a votar, pero creo que tiene casi más potencia transformadora. Por eso merece la pena detenerse, pensar y decidir qué, cómo, cuánto y dónde.

Dejar de consumir alimentos precocinados anunciados en televisión, productos demasiado industrializados, con aditivos o complementos que deberían existir en los alimentos de forma natural y ahora la industria los añade de forma artificial, no comprar alimentos fabricados por multinacionales explotadoras o expoliadoras de terrenos en países empobrecidos etc. ha contribuido a hacerme sentir que yo decido qué como y no el sistema de consumo sobre mí. Además de hacerme sentir también más fuerte y sana.

Hay vida después de las grandes superficies, os lo aseguro. Yo practico el consumo de barrio y sobre todo, procuro que mis verduras, hortalizas y cuando me lo puedo permitir frutas, hayan sido cultivadas aquí en Córdoba, así de fácil y así de difícil.

Cuando lo cuento surgen muchos «Yo no puedo, no tengo tiempo», «Con eso no se cambia nada», «Es más caro» etc. etc. Pero estoy segura que no es necesario comer piñas tropicales o naranjas en pleno verano, y que no consumirlas reduce el impacto medioambiental que provoca su transporte. Me gusta colaborar con el pequeño comercio, con las familias de mi barrio. Creo que la cercanía es un valor.

A menudo nos preguntamos por qué la comida saludable es cara pero no llegamos a preguntarnos por qué la comida basura es tan barata y esa debería ser la pregunta. En la respuesta encontrarás que ahí está la trampa.

Estamos rodeadas de publicidad de una industria alimentaria que nos dice lo que tenemos que comprar. Si de forma reflexionada hacemos selección de marcas y productos todo empezará a cambiar. Si no compras comida con aditivos químicos o transgénicos, dejarán de producirla. Desde que pisamos el supermercado tenemos mucha responsabilidad. Podemos cambiar empresas, políticas y hacer tambalear industrias que solo piensan en su rentabilidad en vez cuidar la salud de las personas que adquieren sus productos.

Tenemos el poder de cambiar el mundo en el que vivimos. Es posible y está en tu mano. Los gobiernos no van a cambiar las cosas por sí solos. La industria alimentaria tendrá que cambiar cuando no compremos sus productos, esto es imprescindible que lo comprendamos como personas consumidoras que somos.

Os animo a realizar cada día un consumo responsable. Podrán decretar leyes para que no pueda protestar ni quejarme contra las imposiciones de los mercados y las bolsas, pero no habrá ley que me obligue a decidir qué echar en mi carro de la compra.

* Inmaculada Sarmiento Lorenzo. EQUO Córdoba


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