Arthur González •  Opinión •  25/08/2018

¿Para que han servido las relaciones con Estados Unidos?

Estados Unidos nunca tuvo buenos ojos hacia Fidel Castro, algo que expusieron en 1958 el presidente Dwight Eisenhower y el director de la CIA, Allen Dulles. Ambos estaban convencidos que no era el hombre que necesitaban para gobernar en Cuba; su autodefensa durante el juicio por su participación en el asalto al Cuartel Moncada, así lo demostraba.

Al no poder impedir el triunfo del movimiento revolucionario de 1959, de inmediato tomaron medidas para frustrar sus planes de desarrollar un proceso nacionalista, independiente y soberano, sin injerencia yanqui.

Por esa razón, a solo 11 meses de la victoria la CIA propuso eliminarlo físicamente, según documentos oficiales.

En enero de 1961 Eisenhower rompía las relaciones diplomáticas, iniciándose más de medio siglo de acciones terroristas, planes de asesinatos, invasión mercenaria, guerra económica, financiera, biológica y mediática, unido a programas subversivos elaborados por la CIA y el Departamento de Estado, respaldados por presupuestos de miles de millones de dólares, pero ninguna de esas acciones ha tenido éxito.

A pesar de esa posición contra la Revolución, Cuba siempre intentó mejorar las relaciones con Estados Unidos y en ocasiones buscó y en otras aceptó las propuestas de establecer conversaciones secretas, pero siempre las presiones y exigencias yanquis lo malograban.

Washington ponía como condición previa, que Cuba se alejara de Moscú y el bloque socialista europeo, eliminara sus relaciones militares con ellos; no apoyara los movimientos revolucionarios, incluida la independencia de Puerto Rico, y se retirara de África, donde los cubanos ayudaban a salvaguardar la independencia de Angola, a petición de su gobierno, por estar asediada militarmente por Sudáfrica, viejo aliado de Estados Unidos, quien apoyaba a la contrarrevolución angolana.

Posterior a la desaparición del socialismo en Europa del Este y la desintegración de la URSS, el presidente George W. Bush, puso como condición que Cuba abandonara el sistema socialista y restaurara el capitalismo, petición idílica y trasnochada.

Barack Obama tomó el mismo rumbo que las 10 administraciones antecesoras, pero en su segundo mandato optó por aceptar las propuestas que había hecho el Council on Foreign Relation durante el gobierno de Bill Clinton y tomó la decisión de entablar negociaciones secretas, sin condicionamientos previos, para lo cual debió excluir al Departamento de Estado y Defensa, evitando que la mafia terrorista anticubana se enterara.

Esa decisión no fue festinada. Estados Unidos estaba perdiendo influencia en Latinoamérica, tenía el repudio mundial por la guerra económica contra Cuba, que sentaba a su país en el banquillo anualmente, unido a las presiones por las campañas internacionales para liberar a los Cinco Héroes cubanos, más las internas por el judío norteamericano Alan Gross, preso en la Habana.

De no dar ese paso, dejaría pasar la oportunidad excepcional de poder influir a su favor en la sociedad cubana, especialmente a la juventud y los trabajares no estatales, antes del traspaso de la presidencia de Raúl Castro a un hombre que no es de la generación histórica de la Revolución.

Ante ese escenario, en diciembre del 2014 ambos gobiernos acuerdan el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la posterior apertura de embajadas. Sin embargo, la pretensión de destruir el socialismo fue recalcado en todas las intervenciones de Obama, y la guerra económica, financiera y mediática para las campañas contra la Revolución y el apoyo total a la subversión, quedaron intactas.

Obama impuso récords de persecución a la banca internacional, para ahogar financieramente a Cuba; aprobó el mayor presupuesto anual hasta ese momento para los planes subversivos con 20 millones de dólares, el apoyo económico y moral a la “oposición” interna; la radio y TV Martí continuaron, al igual que la prohibición del turismo estadounidense a la Isla y el comercio bilateral, excepto la venta alimentos acordada en época de G.W. Bush, después del paso de un destructor huracán que azotó la Isla, siempre mediante el pago adelantado de cada compra.

La Ley de Ajuste, la Torricelli, Helms-Burton y el acta de prohibición de Comercio con el Enemigo, quedaron intactas, al igual que el uso de dólar. También prohibió conversar sobre la devolución del territorio que ocupa su país en Cuba (base naval en Guantánamo).

Su política fue edulcorada y engañosa, pues persiguió los mismos objetivos de sus antecesores, aunque con métodos más sutiles e inteligentes.

No obstante, aprobó algunos memorandos de entendimiento en cuestiones no cruciales para el mejoramiento de la economía de Cuba y que no le creaban mayores dificultades con la mafia anticubana, como fueron el tema de las misiones de búsqueda y rescate de embarcaciones; el combate al tráfico de drogas que mayormente va hacia Estados Unidos; cooperación medio ambiental; programa de capacitación de profesores de idioma inglés; cooperación  en la esfera de la seguridad de los viajeros; el uso de vuelos directos pero solo de empresas norteamericanas; cooperación en la esfera de la Salud y el restablecimiento del correo postal directo.

Amplió las licencias que otorga el Departamento de Estado para los viajes a Cuba, y expresó que con ellos buscaba “promover los valores yanquis entre el pueblo cubano, potenciar aún más su objetivo de empoderar al pueblo cubano, fomentar mayores contactos personales, respaldar con mayor fuerza a la sociedad civil en Cuba, con el marcado interés de promocionar la independencia de los cubanos para que no tengan que depender del Estado cubano”.

Con el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, esa política regresó a los tiempos de la guerra fría, pues según argumentaron Obama no logró sus objetivos, por tanto, había que mantener las presiones buscando que el pueblo se lance a las calles a protestar por las carencias económicas acumuladas.

Para no quedarse atrás, Trump inventó el show de las mentiras de los ruidos acústicos y las falsas enfermedades, solo para afectar el turismo internacional a Cuba y las visitas de norteamericanos, incrementadas notablemente con la política de pueblo a pueblo. Con eso dejó inoperante a su embajada en La Habana.

Buscando el respaldo de los votos de la mafia terrorista anticubana, el Congreso acaba de aprobar un presupuesto ascendente a 35 millones de dólares, para fabricar la “democracia” en Cuba y Venezuela, pagar a los “disidentes” y las campañas mediáticas sobre las inventadas violaciones de los derechos humanos.

Para la radio y TV Martí, emisoras que desde 1985 ni se escuchan ni se ven en la Isla, se aprobaron 29 millones de dólares.

Vale penal resaltar que esos 35 millones, es una cifra inferior a la que solicitó Obama al Congreso en 2015, ascendente a 2 mil millones de dólares para Latinoamérica, y de esa suma 53,5 millones fueron destinadas a la “Iniciativa Regional de Seguridad” (CBSI) y una buena cantidad para programas de promoción de “la libertad de prensa y los derechos humanos” en Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua.

Al sacar cuentas, ¿de que sirvieron las relaciones diplomáticas?

Lúcido fue José Martí cuando dijo:

De esa tierra no espero nada…más que males”.

*Arthur González, cubano, especialista en relaciones Cuba-EE.UU., editor del Blog El Heraldo Cubano.

Fuente: MartianosHermesCubainformación


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