Christian Zampini •  Opinión •  26/01/2022

Jugando con fuego I: El patente riesgo de un conflicto nuclear

  • La escalada de tensión en la frontera entre Ucrania y Rusia amenaza con provocar un enfrentamiento directo entre Moscú y la OTAN, el punto de tensión que más acerca a un conflicto nuclear global en décadas.
Jugando con fuego I: El patente riesgo de un conflicto nuclear

La escalada de tensión en la frontera entre Ucrania y Rusia parece avanzar de forma imparable e irracional hacia un conflicto abierto entre tropas OTAN y Rusia. Hablamos de la primera ocasión en la historia en el que fuerzas militares de las mayores potencias nucleares del mundo entren en conflicto abierto y directo. Sin embargo, y a pesar de las advertencias explícitas de algunos analistas y las palabras en este sentido del propio presidente estadounidense Joe Biden, la información que rodea al conflicto parece obviar este factor, ignorando por completo el riesgo real de que un conflicto local detone un apocalipsis autoinducido.

Durante las últimas décadas, la inestabilidad internacional ha aumentado progresivamente, empujada por las sucesivas crisis económicas y de recursos. En un sistema global en permanente tensión, empujado por un sistema económico fallido y una grave incapacidad para asumir los cambios de papel de los países y potencias mundiales, los conflictos no han dejado de sucederse, con un desarrollo local, pero con causas y consecuencias globales.

El conflicto de Ucrania que, como veremos en los próximos días, se enmarca por completo en esa lógica, parece ser el próximo punto caliente de esas tensiones internacionales. Con una particularidad: de derivar en una guerra abierta, puede tener el dudoso honor de ser el detonador del fin del mundo.

Arsenales nucleares, lógicas de escalada y mutua destrucción asegurada

Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética se embarcaron en una delirante carrera armamentística que condujo a una proliferación nuclear absolutamente desproporcionada. Tras el desarrollo paralelo de las bombas termonucleares, artefactos con una capacidad miles de veces más destructivas que los arrojados sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, Washington y Moscú comenzaron el desarrollo y despliegue de unos arsenales capaces de destruir el planeta por completo varias veces. El miedo nuclear, con sus picos en los años ’50 y durante la permanente escalada de tensión de los ’80, fue permanente durante las siguientes décadas.

Ya durante los años ’50, pocos años después de la abominable presentación ante el mundo del arma más destructiva creada por el ser humano, se obtuvo la percepción de que las consecuencias de un conflicto nuclear serían irreparables. En 1962, el analista estratégico Donald Brennan bautizaría la percepción con el término Mutua Destrucción Asegurada, con la evocativa abreviatura en inglés MAD (loco). Una premisa según la cual ninguno de los países participantes en un conflicto de estas características podría reclamar en forma alguna una victoria.

A pesar de la consciencia de esta realidad, la proliferación nuclear quedó lejos de detenerse. A partir de los años ’70 los avances tecnológicos permitieron a ambas superpotencias sustituir gradualmente la cantidad de dispositivos nucleares por la capacidad de despliegue y destrucción. Mientras tanto, los acuerdos de desmantelamiento y limitación se sucedían entre las principales potencias, camuflando una modernización de la capacidad nuclear.

Tras el final de la Guerra Fría en 1991, Rusia se consolidó como heredera de la capacidad nuclear soviética, con el progresivo desmantelamiento de los arsenales de países pertenecientes a la URSS, como Kazajistán o la propia Ucrania.

En la actualidad, Estados Unidos y Rusia cuentan, según estimaciones de la Arms Control Association, con aproximadamente 3000 cabezas nucleares desplegadas (alrededor de 1461 de Rusia por 1365 de Estados Unidos), lo que significa que podrían ser lanzadas en cuestión de minutos tras una orden. A este despliegue suma un arsenal con capacidad de operativa de alrededor de 5000 dispositivos más. Más que de sobra para transportar al mundo de vuelta al medievo. Pero con radiactividad.

El progresivo olvido de la disuasión nuclear

Si bien la mutua destrucción asegurada no detuvo la proliferación nuclear, la percepción clara de sus catastróficas consecuencias incidió en la lógica del conflicto añadiendo el elemento de disuasión. Durante la Crisis de los Misiles de 1962, el momento (junto a este si nadie le pone freno) en el que más cerca ha estado el mundo de un conflicto nuclear, esta percepción llevó a evitar in extremis el conflicto.

El trauma causado por la gravedad de aquellos acontecimientos, modificó las relaciones internacionales. Estados Unidos y la Unión Soviética inauguraron una vía de comunicación directa, el célebre Teléfono Rojo, bajo el convencimiento de que una interlocución directa facilitaría la desescalada en caso de nuevas tensiones.

La disuasión nuclear operó incluso durante la angustiosa década de los ’80, durante la cual una Unión Soviética en permanente crisis política, y unos beligerantes Estados Unidos bajo la negligente administración Reagan, volvieron a incorporar al día a día el pánico nuclear. Conscientes de sus consecuencias, Washington y Moscú evitaron siempre y a toda costa un enfrentamiento directo de sus tropas.

Sin embargo, durante la últimas décadas, la ausencia de un bloque antagónico y de la tensión permanente, parecen haber hecho caer en el olvido la consciencia de los efectos irreparables de un conflicto nuclear. Desde el cambio de milenio, las decisiones unilaterales de los Estados Unidos no dejan lugar a dudas al respecto.

En el año 2002, la administración Bush abandonó el Tratado sobre Misiles Anti-Balísticos suscrito en 1972, con la intención de recuperar el proyecto de Reagan de Guerra de las Galaxias. Tras el abandono de este acuerdo, el presidente Obama arrancó un ambicioso proyecto de renovación de su arsenal nuclear en 2014. Trump apuntilló la amenaza nuclear global con el abandono del Tratado INF en 2019, así como de Acuerdo de Cielos Abiertos (inaugurado tras la Guerra Fría, en 1992), en 2020. Una sucesión de acciones que dejan entrever la intención de los Estados Unidos de agitar su arsenal nuclear de forma agresiva. Y un alarmante indicativo de que ha olvidado que las potenciales consecuencias son mutuas.

Biden, los halcones y el Colt nuclear

Las voces más beligerantes de la OTAN y del Congreso estadounidense, claman por la intervención militar para “detener a Rusia”. Mientras tanto, la administración Biden, identificada como débil y desprestigiada tras la retirada de Afganistán, parece buscar un elemento de refuerzo demostrando una actitud agresiva en el peor lugar del planeta para hacerlo.

Si el conflicto de Ucrania deriva en un enfrentamiento directo entre tropas de la OTAN y fuerzas rusas, la escalada nuclear está prácticamente garantizada. Algo que comienza a ser verbalizado a ambos lados del conflicto. Un contexto en el que los movimientos de tropas, los despliegues navales o las sanciones comerciales, perderán todo sentido. Cualquier cálculo estratégico sobre y análisis de los riesgos-beneficios queda anulado. Los riesgos son totales. Y los beneficios, inexistentes. Para todos.

 

Jugando con fuego es una serie de artículos que busca advertir sobre el riesgo real que supone una escalada de conflicto entre las dos principales potencias nucleares del planeta, y denunciar la actuación irracional de sus principales actores. Mañana continuará con Jugando con fuego II: Washington, Moscú y la ‘balcanización’ del conflicto.


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