Siria y el desgajamiento del mundo árabe
A más de seis años de guerra impuesta, Siria es ahora el dramático ejemplo de un mundo árabe desgajado en el tiempo donde, salvo pocas excepciones, la solidaridad y la defensa de las soberanías pasaron a un segundo plano.
A principios del 2012, cuando Estados Unidos tenía listos centenares de misiles Crucero para bombardear el país,y tan de prisa como la mayoría de los diplomáticos occidentales, una buena parte de las embajadas árabes fueron cerradas y se unieron al feroz proyecto de destrozar a Siria.
El veto de Rusia en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas detuvo los intentos de promover la continuación de la llamada Primavera árabe de nefastas consecuencias en Iraq y Libia, entre otras trágicas situaciones de índole social y económica.
Aun así, el vasto proyecto para desmembrar y desarticular a Siria continuó promovido desde Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Turquía y el tácito respaldo de la Liga Arabe y las monarquías del denominado Golfo Pérsico.
Salvo excepciones, ninguna voz se alzó para cuestionar, al menos, la presencia de tropas turcas en el norte de la provincia siria de Alepo desde 2016 y la de militares estadounidenses en las de Hasaka y Raqqa.
Tampoco ocurrieron señalamientos y se guardó un silencio cómplice cuando a principios de abril del presente año efectivos estadounidenses y jordanos irrumpieron en la de Sweida, al sur de Damasco, o ante los esporádicos pero continuos ataques de la aviación sionista al norte de las tierras sirias ocupadas de las Alturas del Golán.
Sin precedente alguno en la convulsa historia del Medio Oriente, la guerra impuesta le ha costado a Siria más de medio millón de muertos, mutilados y heridos, una cifra superior a los 200 mil millones de dólares en pérdidas económicas y el desplazamiento dentro y fuera del país, de casi 12 millones de personas.
Desde Arabia Saudí, Qatar y Turquía llegaron las armas y los hombres que respaldaron la actuación de más de 100 grupos terroristas y la destrucción de Siria fue el objetivo principal, soslayando en buena medida, la causa palestina o el enfrentamiento al régimen sionista de Israel.
Entre 2011 y 2016, sin otros ‘enemigo a la vista’, las monarquías saudí y qatarí aumentaron como promedio en un 200 por ciento el gasto militar y llegaron a más de 13 mil millones de dólares, cifras significativas y a las que se unieron con volúmenes superiores a los mil millones de dólares, Omán y Kuwait.
El por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de Arabia Saudí y Omán, por ejemplo, supera seis veces la media mundial en ese indicador, dedicados en buena parte los planes contra Siria, Yemen y Bahrein.
Al mismo tiempo, esos regímenes alentaron desde 2011 la ‘suspensión’ de Siria de la Liga Arabe, cuya jefatura detentaba hasta ese instante el actual mandatario sirio, Bashar al Assad, convirtiéndose así en ‘la caja de resonancia’ de los planes de Washington y las antiguas metrópolis coloniales como el Reino Unido y Francia y los afanes ‘nostálgicos del antiguo Imperio Otomano de Ankara.
A ese barraje de ostentoso ‘poderío bélico’ se sumó una campaña mediática sin precedentes desde el canal qatarí Al Jazeera, con ecos en el llamado Observatorio Sirio de Derechos Humanos en Coventry, Reino Unido, y los medios de comunicación más reaccionarios de Europa Occidental.
En estos años de implantación del pánico y el terror, la gestión de la Liga Arabe, en cumbres sucesivas en Mauritania y Jordania, no logró suficientes consensos para una búsqueda real de la paz en Siria y en ningún momento dedicó ‘tiempo y esfuerzos’ al diabólico bloqueo comercial contra esta nación o al veto casi absoluto a sus fuentes comunicacionales vía satélite.
Las ‘causas comunes’ minímamente solidarias no ocuparon espacios para quienes, sobre la base de los petrodólares, incrementaron además, la exacerbación sin límites de discrepancias de base confesional en una obvia manifestación contra la mayoría de los pueblos árabes que constituyen con sus más de 350 millones de habitantes, el cinco por ciento de la población mundial.
Las causas contra Siria la fueron cercando sobre todo cuando en 2009, el presidente Al Assad decidió no aceptar el proyecto qatarí-estadounidense para construir un oleoducto de más de cinco mil kilómetros para conducir el petroleo y el gas desde Iraq y a través del territorio sirio, hacia el puerto israelí de Haifa.
La dudas sobre el papel saudí y qatarí, en estrecha alianza con Washington, Londres y París, se han disipado, tanto en el seno de las Naciones Unidas como en las negociaciones por poner fin a la crisis en Ginebra, Suiza o en Astaná, Kazajastán, promovidas estas últimas por la sensatez de Rusia e Irán.
Con estos elementos y sobre los que faltarían incluso aún más detalles y acciones, Siria es el más evidente ejemplo del desgajamiento del mundo árabe, desunido, disperso e históricamente desvanecido por las ansias de poder político basado en una injusta distribución de las riquezas naturales y bajo la sombra persistente, tenaz y caótica de las potencias que quieren dirigir el mundo según sus intereses.
Por tanto, la guerra impuesta a Siria es una masacre de gente que no se conoce para provecho de gente que sí se conoce pero no se masacra.
El veto de Rusia en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas detuvo los intentos de promover la continuación de la llamada Primavera árabe de nefastas consecuencias en Iraq y Libia, entre otras trágicas situaciones de índole social y económica.
Aun así, el vasto proyecto para desmembrar y desarticular a Siria continuó promovido desde Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Turquía y el tácito respaldo de la Liga Arabe y las monarquías del denominado Golfo Pérsico.
Salvo excepciones, ninguna voz se alzó para cuestionar, al menos, la presencia de tropas turcas en el norte de la provincia siria de Alepo desde 2016 y la de militares estadounidenses en las de Hasaka y Raqqa.
Tampoco ocurrieron señalamientos y se guardó un silencio cómplice cuando a principios de abril del presente año efectivos estadounidenses y jordanos irrumpieron en la de Sweida, al sur de Damasco, o ante los esporádicos pero continuos ataques de la aviación sionista al norte de las tierras sirias ocupadas de las Alturas del Golán.
Sin precedente alguno en la convulsa historia del Medio Oriente, la guerra impuesta le ha costado a Siria más de medio millón de muertos, mutilados y heridos, una cifra superior a los 200 mil millones de dólares en pérdidas económicas y el desplazamiento dentro y fuera del país, de casi 12 millones de personas.
Desde Arabia Saudí, Qatar y Turquía llegaron las armas y los hombres que respaldaron la actuación de más de 100 grupos terroristas y la destrucción de Siria fue el objetivo principal, soslayando en buena medida, la causa palestina o el enfrentamiento al régimen sionista de Israel.
Entre 2011 y 2016, sin otros ‘enemigo a la vista’, las monarquías saudí y qatarí aumentaron como promedio en un 200 por ciento el gasto militar y llegaron a más de 13 mil millones de dólares, cifras significativas y a las que se unieron con volúmenes superiores a los mil millones de dólares, Omán y Kuwait.
El por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de Arabia Saudí y Omán, por ejemplo, supera seis veces la media mundial en ese indicador, dedicados en buena parte los planes contra Siria, Yemen y Bahrein.
Al mismo tiempo, esos regímenes alentaron desde 2011 la ‘suspensión’ de Siria de la Liga Arabe, cuya jefatura detentaba hasta ese instante el actual mandatario sirio, Bashar al Assad, convirtiéndose así en ‘la caja de resonancia’ de los planes de Washington y las antiguas metrópolis coloniales como el Reino Unido y Francia y los afanes ‘nostálgicos del antiguo Imperio Otomano de Ankara.
A ese barraje de ostentoso ‘poderío bélico’ se sumó una campaña mediática sin precedentes desde el canal qatarí Al Jazeera, con ecos en el llamado Observatorio Sirio de Derechos Humanos en Coventry, Reino Unido, y los medios de comunicación más reaccionarios de Europa Occidental.
En estos años de implantación del pánico y el terror, la gestión de la Liga Arabe, en cumbres sucesivas en Mauritania y Jordania, no logró suficientes consensos para una búsqueda real de la paz en Siria y en ningún momento dedicó ‘tiempo y esfuerzos’ al diabólico bloqueo comercial contra esta nación o al veto casi absoluto a sus fuentes comunicacionales vía satélite.
Las ‘causas comunes’ minímamente solidarias no ocuparon espacios para quienes, sobre la base de los petrodólares, incrementaron además, la exacerbación sin límites de discrepancias de base confesional en una obvia manifestación contra la mayoría de los pueblos árabes que constituyen con sus más de 350 millones de habitantes, el cinco por ciento de la población mundial.
Las causas contra Siria la fueron cercando sobre todo cuando en 2009, el presidente Al Assad decidió no aceptar el proyecto qatarí-estadounidense para construir un oleoducto de más de cinco mil kilómetros para conducir el petroleo y el gas desde Iraq y a través del territorio sirio, hacia el puerto israelí de Haifa.
La dudas sobre el papel saudí y qatarí, en estrecha alianza con Washington, Londres y París, se han disipado, tanto en el seno de las Naciones Unidas como en las negociaciones por poner fin a la crisis en Ginebra, Suiza o en Astaná, Kazajastán, promovidas estas últimas por la sensatez de Rusia e Irán.
Con estos elementos y sobre los que faltarían incluso aún más detalles y acciones, Siria es el más evidente ejemplo del desgajamiento del mundo árabe, desunido, disperso e históricamente desvanecido por las ansias de poder político basado en una injusta distribución de las riquezas naturales y bajo la sombra persistente, tenaz y caótica de las potencias que quieren dirigir el mundo según sus intereses.
Por tanto, la guerra impuesta a Siria es una masacre de gente que no se conoce para provecho de gente que sí se conoce pero no se masacra.
Fuente: http://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=81091&SEO=siria-y-el-desgajamiento-del-mundo-arabe