Carlos Martín •  Opinión •  26/06/2016

El mamoneo y las limitaciones políticas deslegitiman su sistema

 
Cada vez son más las personas que de algún modo se descuelgan o siente apatía por un sistema electoral que no termina por representarles. Del mismo modo ocurre con el mapa político que dibuja un horizonte que a buena parte del electorado o de la sociedad en general no termina de llenarles de satisfacción, y aunque haya salido al ruedo nuevos partidos que vienen con “aire fresco” ya se empieza a notar el ralentí en la intención de votos y aumentar el número de indecisos como muestran los gráficos. Por añadidura, en lo relativo a la conformación de un gobierno y al sentimiento de estado que tan alta cumbre encuentra en los valedores de la política, se encuentran en cambio en horas bajas en el ideario de la sociedad. A la postre y por diversos motivos empieza a surgir un desinterés en los viejos y nuevos partidos, en las ilusiones parlamentarias y en las esperanzas del cambio.  
 
En los últimos datos que arroja el barómetro del CIS a 20 días de las elecciones se aprecia sorprendentemente que los grandes temas nacionales no levantan tanta pasión como se esperaba. La falta de gobierno no quita el sueño nada más que aun triste 5,2% y la cuestión patria ante el desafío independentista también ha encontrado un techo a la baja del 0,6%, con lo que de alguna manera es un fundamento artificial que tampoco iba durar eternamente y mira que la maquinaria mediática ha funcionado a todo trapo. Por el contrario, siguen estando en cabeza los problemas más concernientes a los y las trabajadoras, como son el paro, y los aspectos económicos que les hacen pender de un hilo. A todo esto, las encuestas no dejan de ser mil interpretadas según convengan, asique dejémoslo en algo referencial puesto que proviene de datos oficiales.
 
En cuanto al campo ideológico, mucha gente se está quedando en casa o vota sin inspiración porque descubre que en el amalgama político destaca más el pragmatismo y la eficiencia por lograr sillones y escaños que en sí el programa político. Muchos no reconocen tan siquiera la línea de partido al que siempre han votado. Ahora son todos moderados de centro socialdemócratas y todos hacen primarias y consultan a sus bases. ¿Eso quién se lo cree? Entonces se descafeínan los argumentos hasta tal punto de desfiguración que uno no sabe si vienen o van.  Los que antes iban de socialdemócratas ahora son de centro derecha moderada y por más que se esté allanando el camino hacia la gran coalición el electorado fiel no lo va a entender. Otros que ni de izquierda ni de derechas, luego comunistas para pasar a ser socialdemócratas con un gran tirón, aunque se van dejando a los menos despistados por el camino, son la gran locomotora del cambio que empujan a las masas a seguirles. El problema radica en que sin un verdadero colchón social o de militancia, siendo oposición se acabó ser locomotora para pasar a ser una franja más en el abanico de colores. Es lo que tiene apostar a la única carta parlamentarista que o te sale muy bien o se empieza a desinflar las ilusiones, como también pasará factura codearse con los poderes fácticos ahora posibles socios de gobierno. Otros, los recalcitrantes votadores de la izquierda también tienen su cuesta arriba. Ser fagocitados por la izquierda laxa, cuya resulta es la cuadratura del círculo hacia el más insulso populismo no a pocos les ha echado para atrás. Por último está la derechona que con Batman y Robin tienden puentes a un neoliberalismo 4.0 más globalizante, aunque sin querer cortocircuiten algún sector no tan moderado. El lobo con piel de cordero favorito en las encuetas también se deja tras de sí adeptos. No obstante, todos tranquilos, porque el sector oscuro golpista seguirá conspirando en las sombras independientemente de lo que digan las urnas.
 
Con todo esto la población que espera un cambio ya no oye lo de la casta, ni contra el régimen borbónico, poco del derecho a decidir de las naciones y nada contra la ley de austericidio LOEPSF (derivada del art.135 de la constitución) que supedita la deuda pública a los intereses de Europa. Y a estas alturas surge la figura del ciudadano resignado que agazapado ejerce su derecho al voto apostando por el cambio o por el voto estratégico sin embargo no tiene muy claro que sacará en limpio de todo esto cuando mengüen sus otros derechos. Saben que a la vuelta de la esquina está la troika europea que sin querer incidir en los sufragios como diocesillos por encima de la fiesta democrática están a la espera afilando sus cuchillos para aplicarnos los sangrantes recortes correspondientes aderezados del color que sea. El sujeto votante ha percibido ciertos aspectos poco convincentes en los discursos y en las acciones de los que medran y empiezan a mezclarse los sentimientos con el acto de fe a la hora de declinar una postura.
 
Con respecto al mapa político que se presenta, hay un poco más de lo mismo. Lo bueno del resurgir de las nuevas políticas es que la acción continuista del 78 está transmutando a un elenco de posiciones, pactos y alianzas variopintas que se torpedean entre sí. Hay más payasos en la tele y más opciones espejismo que ponen patas arriba la rigidez institucional de tanta decadencia acumulada. En consecuencia la política se rebela dentro de sus límites marcados y se torna complicada pero sin hacer temblar el edificio que tanto iba a ser transformado. El electorado no es partidario de todos los movimientos que pretenden afianzar un gobierno insostenible. Está un poco cansado ya de ser invocado como un mantra en el: hay que ir a votar y no abstenerse, que lo prioritario es batir al adversario político, o tener que escuchar por activa o por pasiva la repetición monocorde del: hay que tender la mano hacia el pacto, etc., y en resumidas cuentas se termine haciendo justo lo contrario por parte de la clase política que va a otro ritmo y con otros intereses. Por sintetizar, entre disposiciones extrañas los grandes proyectos dan bandazos. Parece que los políticos sí tienen legitimidad para abstenerse acosta de los demás o para aplicar los pactos más incongruentes con la carta blanca que da los escaños. Todo un alarde de democracia servida en un culebrón. De alguna manera todos somos conscientes de que en esto de la política hay una punta de iceberg cara a la galería y la mayor parte sumergida, la enjundiosa, a puerta cerrada entre ejecutivos.
 
Al final el anhelo social, lo sepa o no, demanda una puesta en práctica más participativa donde intervengan más factores que la representatividad unilateral, porque la vida es una encrucijada de facetas y circunstancias que así lo pide. Quitando a una no desdeñable parte de la sociedad que vota dogmáticamente, más de la mitad de la población desempeña el ejercicio para ser representado porque quiere ver a sus mayores, a sus hijos y a ellos mismos regidos por unas condiciones óptimas. Está bien pensar así, pero en el mismo pensamiento cabría aplicarse el mismo fundamento para que se haga cumplir ese precepto y no solo verlas venir como espectadores, sino como sujetos activos. Ricardo Mella, destacado anarquista de principios del siglo XX y crítico de la democracia burguesa, hacía entender que había que ser ante todo dueño de los propios actos, incluso para el partidario del voto, si al mismo tiempo se hacía valer en la práctica y era capaz de escuchar y participar en la organización de base que transforma la sociedad que a la par es rodillo que pone en su sitio al legislador.      
 
De todo ese goteo de indecisos, votantes o abstencionistas que tienen claro su opción y son conscientes de que la democracia que así nos pintan no es finisterre, son a mi juicio la verdadera esperanza del cambio. A día de hoy hay mucho Partido y poca colectividad. Algún día, por cuenta propia, se avanzará algo en la gestión social y política y los comicios no serán una copia barata de la champion league.
 

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