Desafíos
Con el elenco de la obra de teatro Hamilton –la más exitosa de Broadway de estos tiempos– abrazados sobre el escenario al final de la función del viernes, uno de los actores pidió muy cordialmente que el vicepresidente electo Mike Pence, quien llegó de último momento a ver la famosa producción, escuchara una palabras antes de irse de esta obra de amor:
Nosotros, señor, somos el Estados Unidos diverso que está alarmado y ansioso de que su nuevo gobierno no nos protegerá, ni a nuestro planeta, a nuestros hijos, nuestros padres, ni defenderá y respetará nuestros derechos inalienables. Pero de verdad esperamos que esta obra lo haya inspirado a respetar nuestros valores estadunidenses y que trabaje a nombre de todos nosotros. Todos nosotros. De nuevo, de verdad le agradecemos por ver esta obra, esta maravillosa historia estadunidense presentada por un grupo diverso de hombres y mujeres de diferentes colores, creencias y orientaciones.
La obra –que ha ganado los máximos premios en casi todas las categorías– es la historia en rap de Alexander Hamilton como uno de los padres fundadores, su relación con George Washington y adversario de Thomas Jefferson, y otras figuras durante la revolución contra el imperio británico. Pero, además de su idea novedosa de emplear el rap, casi todos esos personajes históricos anglosajones (a excepción de Hamilton, que nació en el Caribe y es presentado como inmigrante) son representados por actores de diversas razas y etnias (el guionista y creador de la obra, quien hizo el papel principal hasta hace poco, Lin Manuel Miranda, es de padres puertorriqueños).
Después de estas palabras, el público estalló en una ovación –los mismos habían abucheado a Pence cuando llegó a tomar su asiento– y los videos del incidente se volvieron virales; casi todo periódico y sitio de noticias registró el suceso. Pero ahí no acabó. El presidente electo Donald Trump se molestó y durante el sábado y este domingo envió cuatro tuits. El primero declaraba:
“Nuestro maravilloso futuro vicepresidente Mike Pence fue hostigado anoche en el teatro por el elenco de Hamilton, con las cámaras prendidas. Esto no debería suceder” y continuó: “el teatro debería ser siempre un espacio seguro y especial. El elenco de Hamilton fue muy grosero anoche con un muy buen hombre, Mike Pence. ¡Pidan disculpas!” Siguió este domingo, insistiendo en que había oído que la obra está sobrevaluada, y repitió que deberían ofrecer disculpas.
El actor Brandon Victor Dixon respondió a Trump en un tuit: conversación no es hostigamiento, señor.
A la vez, fuerzas derechistas han lanzado una campaña para un boicot a la obra (algo bien recibido por infinidad de personas que esperan tener la oportunidad de conseguir boletos, ya que las entradas han estado agotadas para los próximos meses y es el boleto más difícil de conseguir en todo Broadway).
El acto de desafío ante los próximos ocupantes de la Casa Blanca es una de muchas rebeliones pequeñas y grandes que están intentando rescatar a este país de uno de los momentos políticos más feos –esa es la palabra mas básica para caracterizarlos– en la historia del país (y eso que hay gran competencia por ese honor).
Tal vez las voces más influyentes a nivel nacional han sido los comediantes satíricos en sus programas de televisión, como John Oliver, Samantha Bee, Stephen Colbert y Trevor Noah. O James Corden con su huésped Benedict Cumberbatch, que justo antes de la elección ofrecen un comentario.
Saturday Night Live, con sus más de cuatro décadas en televisión, ya no tiene la agudeza y el filo de sus primeros años, pero también provocó la ira de Trump cuando el sábado pasado el actor Alec Baldwin retomó su imitación ya famosa de Trump en un sketch bastante dócil. “Vi partes de Saturday Night Live anoche. Totalmente parcial y prejuiciado, nada chistoso”, comentó en un tuit la mañana del domingo.
George Takei, famoso por su papel en la serie clásica Star Trek, pero también actor en otras series y películas, escribió en el Washington Post que escuchar a asesores cercanos de Trump hablar de un registro musulmán, y señalar como antecedente cómo se hizo algo parecido con los japoneses-estadunidenses en la Segunda Guerra Mundial, es alarmante, ya que ese es un episodio en el cual 120 mil estadunidenses, incluidos yo y mi familia, perdimos nuestros hogares, trabajos y libertades porque nos parecíamos a la gente que había bombardeado Pearl Harbor. Takei cuenta la historia de cuando tenía cinco años y él y su familia fueron trasladados a un campo de concentración. Indica que se está aplicando esta misma óptica a musulmanes estadunidenses hoy día, y concluye: qué terrible es contemplar, una vez más, que el gobierno podría ser otra vez instrumento de terror y división. Eso no se puede repetir. No lo podemos permitir.
El desafío de artistas y comediantes contra uno de los presidentes más incultos (de nuevo, incluso ante feroz competencia de sus antecesores no tan distantes, como George W. Bush), junto con el brote de múltiples y constantes manifestaciones de protesta por las calles y plazas de este país, es, en su esencia, una lucha de lo noble y lo bello contra lo profano y lo feo. Esta resistencia no es sólo un acto político, sino que gira en defensa de valores y principios, y de luchas anteriores. Estas expresiones tanto en las calles como en los teatros, como el elenco de Hamilton, son un mosaico de colores y acentos.
Aquí, en esta coyuntura, hay un par de enfrentamientos a la vista: el de un Estados Unidos del pasado (en su versión mítica) frente al país del futuro, pero también un masivo desafío a lo feo, usando como municiones explosiones de belleza, desde escenarios de teatro y televisión hasta las calles de todo el país.
David Brooks es corresponsal del diario La Jornada en Nueva York.
Fuente: La Jornada