Christian Zampini •  Opinión •  27/01/2022

Jugando con fuego II: Washington, Moscú y la ‘balcanización’ del conflicto

  • El conflicto en Ucrania se enmarca en una lucha de posiciones mantenida entre Rusia y Estados Unidos desde hace una década, en la que Moscú aspira consolidar su posición como potencia regional frente a la estrategia de Washington de achique de su zona de influencia.
  • Viene de Jugando con fuego I: El patente riesgo de un conflicto nuclear.
Jugando con fuego II: Washington, Moscú y la ‘balcanización’ del conflicto

La escalada de conflicto que mantiene en vilo a todo el planeta se encuentra rodeado de interrogantes, desde las causas del mismo a las verdaderas intenciones de sus principales actores. A uno y a otro lado, nos encontramos un relato atravesado por la propaganda, que hace difícil esclarecer cuales son los verdaderos motivos que les impulsan a esta escalada suicida.

Como todos sabemos, el conflicto de Ucrania ha tenido un largo recorrido previo a los actuales acontecimientos. Desde su independencia de la Unión Soviética, el país se ha encontrado sumido en la dicotomía de permanecer ligado a Moscú, algo inevitable en un contexto de codependencia económica, y aproximarse a Occidente a través de la Unión Europea. Los conflictos políticos internos y las pulsiones nacionalistas impidieron que se consolidase como un nexo entre Moscú y Bruselas, proyecto ansiado por Víktor Yunukóvich que terminó desmoronándose tras el fracaso del Tratado de Adhesión a la UE de 2012. A partir de ese momento, las tensiones políticas se dispararían hasta concluir en el Euromaidán, una revuelta ciudadana instrumentalizada por los sectores más nacionalistas y la extrema derecha, represiones salvajes mediante, y que daría inicio a un largo conflicto civil.

La situación, en un contexto marcado por los efectos de la crisis económica no tardó en ser aprovechada por los Estados Unidos, en su estrategia de arrinconamiento de Rusia. Esto no tardó en provocar la inmediata reacción de Moscú que, en uno de las acciones más temerarias del conflicto, anexionó unilateralmente Crimea (bajo el temor de que el nuevo gobierno radicalizado en Kiev acabase con el acuerdo que les permitía mantener su puerto militar de salida al Mar Negro).

La creciente tensión del momento sería atajada por la intervención diplomática de Francia y Alemania, que junto a Ucrania y Rusia conformarían el denominado Cuarteto de Minsk que alcanzó el acuerdo de paz Minsk II en febrero de 2015. Sin embargo, este acuerdo no terminó de solventar los problemas. Ucrania permanecía en un estado de permanente tensión, con buena parte de su territorio emancipada de facto bajo el patrocinio de Rusia (las provincias de Lugansk y Donetsk, con una población de mayoría rusa), y el empuje bélico de Estados Unidos.

Y es que a pesar de la aparente solución diplomática, en Washington la administración de Obama, empujada por sectores demócratas entre los que se encontraban el propio Joe Biden y Hillary Clinton, así como importantes sectores republicanos encabezados por John McCain, no daba ni de lejos por finalizada la ventana de oportunidad para continuar presionando a Rusia.

Las tensiones permanecieron en la zona bajo la ambigua e indescriptible administración Trump, si bien su apuesta por sustituir las amenazas militares por sanciones comerciales estancó cualquier atisbo de escalada bélica.

Biden y el retorno de la política expansiva OTAN

La llegada de Biden a la Casa Blanca supuso el regreso de la agenda expansionista de la Alianza Atlántica. Unos planes anunciados ya durante la campaña, bajo la premisa de una política “multilateral”, frente al repliegue aparente de Trump. La promesa de “revitalizar la OTAN frente a Rusia y China fue el precedente inmediato de una apuesta por incrementar la presencia militar en el este de Europa, culminada con la inminente amenaza de incorporar a Ucrania en la estructura militar.

El planteamiento no tardó en activar a Rusia, que rechazó frontalmente la incorporación de Kiev a la alianza militar, argumentando que supondría el establecimiento de tropas amenazantes en su propia frontera. Tras el rechazo estadounidense a un acuerdo en base a la exigencia rusa de “garantías de seguridad”, Moscú puso en alerta a su ejército, desplazando tropas para disuadir a Kiev de una potencial operación militar en el este del país que recupere el control de Donetsk y Lugansk. Al movimiento de tropas ruso, le sucedieron las acusaciones estadounidenses de planificar una invasión, con la advertencia de una intervención militar con tropas de la propia OTAN, estableciendo la encrucijada en la que nos encontramos.

Un choque de versiones

El argumento de Rusia es claro: la extensión de la Alianza Atlántica hasta sus fronteras supone una amenaza intolerable a la que debe responder. La incorporación de Ucrania a la OTAN supondría así mismo, según plantean, una violación de los acuerdo de Minsk II.

Por debajo de este argumento, se encuentra la frustración de Moscú ante el creciente riesgo de perder el control de su esfera de influencia, reducida ya tras la caída del Muro de Berlín a estados vecinos que pertenecieron a la Unión Soviética, en un momento en el que aspira a resituarse activamente como un actor de peso en el escenario internacional. Aún más tras verse obligada a reducir intervención en asuntos internos de Ucrania, reducida a su patrocinio a las provincias rebeladas contra las autoridades de Kiev, después de 2014. En la Duma, los halcones, representantes de una oligarquía para la cual los mercados rusos se están quedando pequeños, exigen pasar a la ofensiva y establecer una política más agresiva.

Por su parte, Estados Unidos se niega a prestar atención a las reclamaciones rusas de seguridad. Las acusaciones a Rusia de planear una invasión, las exigencias de respeto a la soberanía de Ucrania (más que poco creíbles, insultantes, a tenor del comportamiento de Washington durante las últimas décadas) y la premisa de mutua defensa ante un país que, no olvidemos, aún no pertenece a la OTAN, recuerdan en exceso a las actuaciones previas a la intervención contra Yugoslavia en 1999, a la invasión de Irak en 2003 o la intervención sobre Libia en 2011. No puede caer en el olvido, en ningún momento, que los Estados Unidos cuenta con una maquinaria tradicionalmente muy poderosa de buscar casus belli, hagan lo que hagan sus contendientes para evitarlo.

Ucrania no es Yugoslavia y Rusia no es Serbia

A tenor de las acciones estadounidenses durante la escalada, todo aparenta que no aceptará ninguna solución que suponga el cumplimiento completo de sus objetivos: que Rusia renuncie a intervenir en el caso de que Kiev inicie una acción militar para acabar con la autonomía de Lugansk y Donetsk, ni ante la incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica, trasladando su estrategia de achique hasta la misma frontera rusa.

Una operación militar en estas provincias llegaría además, inevitablemente, acompañada de una crisis humanitaria con desplazamientos de población rusa fuera de Ucrania, generando un doble beneficio a los Estados Unidos y sus planes. Por un lado, acabaría con cualquier excusa de Rusia para intentar volver a intervenir de forma directa o indirecta en un territorio convertido en un emplazamiento estratégico. Por otro, generar una crisis interna de difícil gestión a las autoridades rusas. Un planteamiento idéntico al ejecutado en la antigua Yugoslavia con el apoyo, primero, a las tropas croatas en la Operación Tormenta en 1995, y de forma directa, después, en los bombardeos a Serbia en 1999.

El problema del planteamiento es que, a saber, la Rusia de 2022 no es ni de lejos la Serbia de los años ’90. Hablamos, como veíamos en el anterior artículo, de una de las dos mayores potencias nucleares del planeta. El resultado potencial es un conflicto global a gran escala, en el que la capacidad de destrucción puesta en marcha sea absolutamente irreparable. Cabe preguntarse, por mucho ego herido ante los fracasos de la administración Biden (una realidad denunciada incluso por el presidente croata Zoran Milanovic), y por muchas presiones de los halcones que se estén produciendo en el Congreso, cómo es posible que en Washington no lo tengan este factor en cuenta en su estrategia de escalada. ¿Le merece la a Estados Unidos y sus aliados? ¿Y a Rusia?

 

Jugando con fuego es una serie de artículos que busca advertir sobre el riesgo real que supone una escalada de conflicto entre las dos principales potencias nucleares del planeta, y denunciar la actuación irracional de sus principales actores. Mañana continuará con Jugando con fuego III: Pero, ¿qué pinta España en todo esto?


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