¡Que vienen los rusos!

El franquismo acuñó la conocida expresión ‘Rusia es culpable’ para hacer responsable a la URSS de la guerra civil española y, en general, de todos los males que aquejaban por entonces a la patria. Esta rusofobia no era patrimonio exclusivo del fascismo español, sino que, y por contar sólo desde el siglo XX-obviando la invasión napoleónica de la Rusia zarista-, enraizó profundamente entre las clases dominantes europeas y occidentales a partir del triunfo bolchevique de Octubre de 1917, de suerte que los principales Estados europeos de ese tiempo montaron un cuerpo expedicionario que, apoyando a los ‘blancos’ de la guerra civil surgida de aquel proceso revolucionario, llegó a las puertas de Moscú. Después vino el nazi-fascismo, cuyos objetivos declarados eran acabar con el comunismo y colonizar, en el sentido más literal del término, todo ese inmenso territorio extraordinariamente rico en recursos naturales que va más allá de Los Urales.
Desde la caída del muro de Berlín, la OTAN se ha acercado hasta las fronteras rusas, frente a las cuales montó bases y misiles capaces de alcanzar Moscú en unos minutos. Así que, con estos antecedentes, quienes deberían sentirse amenazados por Occidente son las gentes de la Federación Rusa, que en los últimos dos siglos han sufrido, desde Europa, tres invasiones más el cerco que arranca en los 90 del siglo XX. A nadie debiera extrañarle, pues, esa obsesión existencial por su seguridad que exhibe Rusia, la cual ha empujado a sus gobernantes, en distintos momentos históricos, a desplegar actitudes intervencionistas, no con fines imperialistas(no tiene economía ni ejército para ello), sino con la intención de dotarse de colchones de seguridad frente a los eternos agresores que vienen del oeste.
Lo cierto es que vivimos, a cuenta de la eterna culpabilidad de Rusia, unos tiempos de histeria belicista y ardor guerrero en los que a los tertulianos atlantistas, muchos de ellos progres redomados, sólo les falta aparecer en los platós vestidos de caqui y llamando traidores a quienes no estuvieran dispuestos a secundar la llamada a filas si es que procediese. Bueno, esto último ya lo hacen, aunque a la hora de ir a las trincheras invocarían su condición de imprescindibles guerreros de la pluma para eludir cualquier riesgo que amenace su integridad física. Este ambiente tóxico genera cuatro fenómenos inexplicables cuyo esclarecimiento debiera abordar, de inmediato, ese paradigma del rigor periodístico que es el programa Cuarto Milenio.
El primero hace referencia a la misteriosa transformación que ha experimentado el ejército ruso casi de un día para otro. Hasta ayer mismo, Bruselas y Madrid nos aseguraban que las tropas de Moscú iban a la guerra en burros, robaban los chips de lavadoras para hacer malos misiles y se batían en retirada en todos los frentes ucranianos. Ahora, a través de sus voceros en los medios, nos cuentan que como no espabilemos gastando una bestialidad en armamento, los camareros y camareras de La Manga van a tener que aprender ruso para atender a los soldados de Putin que, victoriosos tras conquistar toda Europa, elegirán sin duda el bello litoral murciano para su merecido descanso del guerrero.
El segundo nos remite a algo muy extraño que afecta a las cuentas del Reino de España. Europa ha decidido gastar 800.000 millones más para rearmarse frente a Rusia. Con arreglo a los repartos convencionales que se establecen entre los presupuestos nacionales, a nuestro país le corresponde el 10% de aquella cantidad, es decir, 80.000 millones, a razón de 20.000 millones a lo largo de cuatro años. Sin embargo, Sánchez nos jura que la factura no pasará de 6 mil millones por ejercicio. ¿Qué enigmático algoritmo rige su calculadora?
El tercero disloca todas las reglas de la aritmética que aprendimos en la escuela: dado un presupuesto, el aumento de una partida por encima de las demás representa una minoración de éstas respecto de aquélla. Ocurrirá igual aunque el presupuesto crezca-porque crece la economía-si el gasto militar lo hace en mayor medida(por incremento de su porcentaje, hasta el 3%, sobre el PIB). Este desequilibrio se puede resolver con más deuda o con más impuestos. O con ambas cosas a la vez.
Y, por último, está ese feo asunto de querer esquivar al Congreso de los Diputados, en tanto que expresión de la soberanía popular, a la hora de decidir sobre lo que concierne a la paz y al tamaño del Estado del Bienestar. Sin duda es lo más importante de lo que pueda tratar un parlamento, por lo que resulta un verdadero enigma que
partidos como el PSOE y Sumar se avengan a patear de esa manera la democracia, brindando a la derecha la oportunidad de presentarse como su adalid. Tiene que ser muy gordo lo que hay detrás de este movimiento de rearme-lo que sin duda desentrañará Iker Jiménez-como para que una organización como Sumar, que integra en su seno a gentes que nacieron a la política al calor de las movilizaciones contra la OTAN, esté dispuesta a inmolarse en el altar del belicismo. Creo que las derechas y la progresía no tienen la misma idea sobre quien amenaza nuestra libertad y seguridad que esos millones de personas explotadas y sin techo bajo el que vivir. Que no temen a los tanques de Putin entrando por los Pirineos, sino a no llegar a fin de mes, a no poder pagar un alquiler y a que les den 2 años para operarse.
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