Por una izquierda pragmática
Atengámonos a la máxima utilitaria del mayor bien para el mayor número. Pues bien, agreguémosle, como si de un condimento se tratara, la incondicionalidad y la madurez, y obtendríamos el pasaje para el viaje hacia la afirmación de que no hay argumentos concluyentes, punto éste de partida de todo pragmatismo que se precie, y más si hablamos de la política democrática. O de otra manera: una política democrática no puede obedecer a principios universales excluyentes, principios que, generalmente, responden por sí mismos y se aceptan, por tanto, en la creencia de que su aplicación supone una verdad incontrovertible. Y, claro, surge rápidamente el conflicto entre los que los asumen y los que no.
Con lo dicho, estamos dispuestos a cuestionar no sólo las leyes históricas del desarrollo capitalista, sino también la ortodoxia de los materialismos, sean o no marxistas. Cuestionar desde la justificación, renunciando a la validez de lo que hemos interpretado como verdad en el transcurso de la historia, y que hoy se presenta como gran relato al que nos acogemos para así no renunciar a la posibilidad de definirnos. Y definidos como tales, empezar a cuestionar al contrario u oponente, situándonos en un discurso políticamente correcto, pero, a veces, la mayoría, poco fructífero.
Y si el pragmatismo se mueve manejando las categorías antes dichas, reflotar el concepto de izquierda para este nuevo contexto, implica una nueva izquierda, o mejor, una reinterpretación del concepto, de tal manera que pase a ser operativo lo que antes era protocolario o, en el mejor de los casos, lo que antes era programático o normativo. Aunque dicha reinterpretación no se trate de un simple traslado, sino de cuestionar, de cara a la efectividad, si los principios clásicos, históricos, de la izquierda del Atlántico Norte sirven ya para confrontarlos con la sociedad estandarizada por el modelo liberal conservador.
No se trata de un reto, sino de una necesidad ante la carencia de recursos, o ante la inoperancia de los habidos hasta ahora. Y como eso de ‘la nueva izquierda’ es un marbete ya muy repetido en el tiempo, es por eso que se requiere de una nueva denominación, a justificar, que puede ser, sin ningún tipo de prejuicio, la de ‘izquierda pragmática’. Entrar en este campo exige un tratamiento analítico del término ‘pragmática’.
¿Hay verdades objetivas, o son relativas las verdades a la cultura, los lenguajes, las costumbres etc.? ¿Puede haber un acuerdo alguna vez al que podamos tacharlo de ‘universal e incluyente’? (paradoja de Wellmer 1993). Si niego esta segunda pregunta no tengo por qué aceptar que la verdad se manifiesta en relación a algo concreto, simplemente mantengo que puedo justificar algo verdadero por el sólo hecho de su efectividad, de su operatividad característica. O de otra manera, si concibo la verdad como representación de la realidad, y por eso estoy abocado a una teoría de la correspondencia, entonces careceré de espacio no natural –el espacio político, moral o estético- y seré presa de los razonamientos finitos y estructurados. Lo contrario a lo anterior me permitirá jugar ampliamente con la justificación como criterio de verdad para distintos escenarios, pero no por ello asumir que la verdad que sostengo es relativa (Rorty 2000).
Visto esto, una teoría pragmática no tiene por qué ser tachada de anticientífica o antimetafísica. No es ni lo uno ni lo otro porque asumiría un criterio más amplio que el representacional y, por qué no, en el que cabría una metafísica descriptiva o de mapas con la que ilustraríamos los discursos polémicos sobre la historia de las ideas filosóficas: entre otras, la historia misma de los decursos comunistas en los del socialismo para un solo país, y los internacionalistas –polémica inacabable, porque, precisamente, se interna en la metafísica de las ideas. Pretender que una verdad determinada es buena por sí sola y también trascendente al contexto en el que funciona, por ejemplo, una sociedad democrática es como decir que mi PC es bueno para mí y no por si sólo: algo que funciona no lo hace porque yo lo apruebe sino porque cumple en cualquier situación en el que sea usado según caracteres.
De este modo, con lo visto hasta aquí podemos decir que una izquierda de pensamiento pragmático ha de ser no condicionalizada y a la vez madura y honesta, pero también efectiva, esto es, cumpliendo las teorías etnocéntricas, que es lo mismo que describirla a través de una racionalidad alejada del tribunal kantiano de la razón, pero cercana al mundo de la vida. Sobre si esa izquierda pragmática es posible en algún tiempo, habría que responder que lo está siendo aunque de manera latente y plasmada más en una realidad confluyente que en un partido político de viejo corte. Habrá que anotar ese mosaico de iniciativas y programas que conformaría un resultado final, una acumulación de efectos positivos, máxima ejemplar del pragmatismo clásico.