Clara Esquena i Freixas •  Opinión •  27/07/2016

Sociedad Pokémon

Desde el lanzamiento de Pokémon Go los medios se han llenado de todo tipo de noticias referentes a su impacto social. La primera oleada de informaciones se refería, sobre todo, a sus incontables bondades. El turismo se beneficiaría de una nueva inyección económica, gracias al atractivo que suponía colocar a los animalitos en lugares estratégicos. Los progenitores contaban, muy sorprendidos, como los adolescentes habían abandonado repentinamente el sedentarismo. Ya no permanecían durante horas delante de la pantalla, apalancados en el sofá, sino que ahora caminaban kilómetros y kilómetros, en busca de los bichos animados. En Estados Unidos, se bromeaba acerca de que el videojuego había derrotado a Michelle Obama en tan sólo unos días, en su cruzada por conseguir que los estadounidenses practicaran ejercicio físico. La comunicación intergeneracional había mejorado de forma espectacular: las familias hacían planes de fin de semana, gracias al pretexto de las excursiones promovidas por Pokémon Go. Eran tantas sus propiedades curativas que las redes sociales se llenaron de mensajes de personas que padecían depresión o ansiedad, las cuales, finalmente, tenían una motivación por levantarse y salir a la calle. Se aireaban, movían el esqueleto, hablaban con los demás jugadores. El mundo era un lugar nuevo por descubrir. Ya tenían un objetivo por el que luchar. Ninguno de los tratamientos que habían probado anteriormente había funcionado con tanto éxito. Una revolución terapéutica se vislumbraba en el horizonte.

 

Cuando ya parecía que los ciegos recuperarían la vista y las personas con problemas de movilidad se levantarían y empezarían a correr, poco a poco, fue emergiendo la cara oscura del invento revolucionario. Aparecían multitudes de la nada que colapsaban los espacios públicos o bien entraban en localizaciones privadas, provocando el enojo de los propietarios. Las “pokeparadas” habían sido aprovechadas por algunos ladrones astutos, que atracaban a los eufóricos pero distraídos cazadores. La falta de atención debida al hecho de estar más pendiente de la pantalla que del entorno podría causar accidentes y por ello habría que dedicar esfuerzos importantes en prevenirlos. Las advertencias se hacían sentir cada vez con más fuerza. Lo que al principio parecía un potente elemento activador podría convertirse, a la larga, un auténtico estorbo o peligro público. Por otra parte, se dieron casos de usos completamente inadecuados, como la localización de Pokémons en Auschwitz, que fue rápidamente denunciada. Otra noticia profundamente perturbadora fue el reclamo de la marca, por parte de los opositores de Bashar al Assad, para llamar la atención sobre los cientos de miles de niños que sufren los horrores bélicos en Siria. Mientras sujetaban los dibujos de la franquicia Nintendo, los menores suplicaban que fueran a rescatarlos. Sin otro recurso al alcance, la publicidad efímera aparecía como una escalofriante alternativa. Se daba un toque lúdico a lo debería ser una prioridad política: proteger a los menores en una guerra. Un videojuego que mueve millones era presentado como tabla de salvación para los más vulnerables.

 

Pero todos estos usos son sólo anécdotas al lado de la bomba que soltó el cineasta Oliver Stone, cuando estaba promocionando una película sobre Edward Snowden en California. Para responder a la pregunta sobre la acusación que había recaído sobre Pokémon Go respecto al robo de datos a los usuarios que lo habían descargado, el director de “Platoon” y “JFK” aseguró que este tema no le hacía ni pizca de gracia porque creía que constituía un nuevo abuso del llamado capitalismo de espionaje, que podría conducirnos hacia el totalitarismo. Recordemos que esta misma polémica también había surgido con los populares juegos Angry Birds o Second Life, entre otros. Es importante, pues, tener en cuenta el enorme poder que se está concentrando en pocas manos, por parte de macroempresas que dominan los flujos de información, tanto con fines comerciales como de vigilancia. Tal y como apunta el economista Yann Moulier-Boutang, hay que abrir los ojos ante esta nueva forma de capitalismo -que él llama cognitivo-, que constituye una forma de explotación contemporánea, dada la provisión gratuita a los GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon) de todos los datos que necesitan para enriquecerse desmesuradamente, mientras los precarios asalariados nos hundimos en la miseria. La diferencia con épocas anteriores, en mi opinión, es que ahora la seducción del consumo consigue que no tengamos ningún tipo de conciencia al respecto sino que aceptemos los abusos dócil y gustosamente. Con una sonrisa de Pikachu pintada en los labios.

www.clarapsicologia.blogspot.com.es


Opinión /