El juego de trileros: la Alemania de Merkel
Lo que con una mano da, con la otra te lo quita. Parece que es el lema que Alemania ha asumido para afrontar la crisis pandémica y las consecuencias económicas en el marco de la UE. No es una estrategia nueva. Es lo que ha mantenido a la canciller Angela Merkel durante ya casi 16 años en el poder (que se cumplirán en 2021 con el fin de la legislatura). Si algo caracteriza a Merkel es la capacidad para caer de pie tras situaciones complejas, como buen animal político.
Volvamos a 2020. ¿Cómo enfrenta Merkel –y tras ella, media Alemania agrupada en su figura mediante el efecto bandera la actual crisis? Consciente de que no puede aplicar la misma política inflexible que nos ahogó a todo el sur de Europa tras la crisis de la deuda de 2008 en adelante, tiene que mostrar de nuevo su doble cara. La Unión Europea, tocada tras el Brexit y con las heridas no cerradas de su terrible disciplina financiera, se asoma al abismo mientras Merkel reuniendo al eje franco-alemán, trata de nadar y guardar la ropa. Según una encuesta de Polit Barometer, un 68% de su electorado está a favor de ayudar (cito literalmente) a «los países más afectados como Italia o España», el mismo porcentaje que en el conjunto de la sociedad alemana. Solo el electorado de un partido se muestra en contra: el de AfD, con un 72% opuesto a esta ayuda. Sin embargo, aunque sea la única oposición, es la mayor amenaza para la CDU de Merkel .
Por eso, en las negociaciones la canciller tiene que hacer gala también de la mano de hierro, y esto se ha jugado mediante una pugna de un mes y medio para no aceptar las peticiones de Italia, Portugal y España, que solicitaban la mutualización de la deuda mediante coronabonos mientras se ingeniaban otras fórmulas. Y así, el 18 de mayo, Macron y Merkel salen supuestamente al rescate de la Unión Europea con un insuficiente paquete de reconstrucción de 500.000 millones de euros, muy lejos de las aspiraciones de los países del sur del continente. Además, en esta ocasión cuentan con una ayuda inestimable para fortalecer sus figuras como baluartes de Europa: la posición de Holanda, Austria, Suecia y Dinamarca, quienes, con su inflexibilidad y total falta de solidaridad, dejan en buen lugar de cara a la opinión pública al eje franco-alemán.
La inflexibilidad y la disciplina fiscal alemana no ha cambiado en todo esto, pero se es consciente de que una postura pública demasiado inflexible e insolidaria podría suponer el fin de la Unión Europea. Además, la sociedad alemana, que gusta de aleccionar y de tener un carácter moralista, considera que una pandemia no es achacable ni a la siesta española ni a la corrupción italiana o el dispendio de Grecia (como acusaban en la crisis económica y financiera pasada). Por eso, la encuesta apuntaba a esa amplia mayoría de la población alemana dispuesta a que la UE apoye a los países del sur. Sin embargo, lo aprobado hasta ahora es solo un parche para una UE que tiene todas las costuras desgarradas.
El juego de trileros en el que se maneja la canciller no puede restañar las heridas de años de recortes y sufrimiento los pueblos del sur de Europa. Las máscaras no son ya capaces de cubrir durante mucho tiempo las arrugas de una Unión Europea muy envejecida y caduca. Hay una oportunidad para construir una Europa de los pueblos. No hay que afrontar la situación como una disyuntiva entre Unión Europea o volver a los Estados-nación de la primera mitad del siglo XX tratando de buscar casus belli entre países para tapar las miserias del capitalismo con las banderas nacionales. «La solidaridad es la ternura de los pueblos», decía la escritora nicaragüense Gioconda Belli. Si algo nos enseña esta pandemia, es que la humanidad es frágil, pero la solidaridad sigue siendo nuestro mejor baluarte.