Paco Campos •  Opinión •  29/01/2018

Una democracia insustituible y estrafalaria

Martin Heidegger (1889-1976) define la metafísica como la historia del ser. Pero no como historiografía sino como la historia epocal. Cada época ha sido una expresión metafísica determinada y, por tanto, de nada vale decir que la metafísica ha sido superada porque la superación (Verwindung) lleva consigo recuperación-revisión-convalecencia-distorsión, lo que le hace ser una característica de la metafísica y, por eso, no puede ser superada ni por el discurso de la posmodernidad ni por la crítica a los grandes relatos y, con ella, al fin de la historia. La metafísica es ella misma superación: cómo puede ser superada, lo que sucede con el fin de la modernidad es simplemente un cambio de rumbo.

Pues bien, si sustituimos la palabra ‘metafísica’ por la de ‘democracia’ podremos comprobar que encaja perfectamente el resultado del cambio con lo dicho en el punto y aparte anterior. Y es que actualmente estamos oyendo algo así como: el que no piense como yo, o el que no esté de acuerdo conmigo, no es demócrata. Sencillamente porque yo cumplo lo que dice la ley y el otro no. Visto así, la democracia se vuelve estrafalaria cuando una veces actuamos bajo el imperio de la ley, y otras porque lo dicen los jueces. Un modo de ser o de pensar estrafalario es aquél que es extravagante y difícilmente asumible. Si bien la metafísica, al estilo heideggeriano no puede ser sustituida por algo que no sea ella, tampoco la democracia puede serlo, hasta el punto de enarbolarla como fuerza, o como ‘a la fuerza’.

Gran parte de la sociedad catalana no es democrática porque desobedece las leyes, y la otra gran parte porque queda bajo su imperio. Olvidamos, una vez más, que la base para que ‘algo’ pueda considerarse democrático ha de ser la libertad; concretamente la comunicación libre de dominio. Lo demás son rajoyadeces.


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