Paco Campos •  Opinión •  29/05/2017

La clarividencia de los pragmatistas

Da gusto leer a Dewey, y sobre todo a su seguidor Rorty, del que se ha dicho es la pluma de la filosofía más amena después de Russell; y es verdad, ya lo creo. Por ejemplo, qué diferencia entre sus artículos de ética, de la ética sin obligaciones universales, y los ladrillos con que nos saluda el El País escritos por ese manojo de catedráticas de universidad más próximas al monjerío, a la moralidad que a las costumbres, los hábitos, la convivencia o la eficacia, esto es, a la prudencia. Parece no haberse enterado todavía esa filosofía de gabinete que nada hay incondicional y que esa moralidad de los principios incondicionales nada tiene que ver con el hombre que no concibe que pueda existir algo no relacional.

Da pena, digo, porque la clarividencia pragmatista se basa en afirmaciones tan simples que un niño chico comprende con un mero consejo, mientras que los estudiantes de Ética, hombres hechos y derechos, tienen que memorizar para los exámenes los sistemas morales filosóficos de los grandes pensadores, tipo Kant y toda su tradición de corte racionalista, y luego no encuentran en la vida misma una oportunidad para ponerlos en práctica. Recuerdan estos estudiantes especializados a Rajoy cuando evoca los principios del Estado inventado por él mismo, y su intransigencia al diálogo, a relacionarse con algo o alguien que discrepe mínimamente de sus consignas.

Es muy fácil todo si empezamos a identificar, como hicieron los utilitarios, lo moral con lo útil. Y si advertimos que cuando aparece la moralidad es cuando hay conflicto, cuando los hábitos y las costumbres, el sentido común, dan paso a la imposición o el autoritarismo. Nada podremos sacar en claro si no partimos de las exigencias concretas que otros inculcaron en nosotros, y que tenemos que tener en cuenta en nuestras vidas, como dijo Dewey en Naturaleza humana y conducta (1922). Sólo esa pequeña distinción entre moralidad y prudencia es suficiente para poder vivir de acuerdo con nuestras necesidades, en vez de ir por la vida dando discursos huecos diciéndole a la gente lo que tiene que hacer, como siempre han hecho los curas.


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