Rusia en la alteridad histórica
“OCCIDENTE” Y DARWINISMO
Hasta la irrupción de Rusia en la escena internacional, y con ello en la escena ideológica mundial (o lucha de cosmovisiones), “occidente” ha venido monopolizando el discurso sobre la modernidad, al tiempo que ha producido una modernidad ligada fundamentalmente al darwinismo. Sentencia el darwinismo, que es derrocado -o no pervive- todo aquello rebasado o superado sucesivamente por nuevos usos, instituciones o relaciones de poder siempre dotadas de un grado superior de avance o de “actualidad”. Tal concepción significa, y no es difícil darse cuenta de ello, el sumum de conservadurismo para todo lo relativo a “occidente” (“lo existente es aquello que tiene que existir por actual”) y el sumum de “revolucionarismo” para todo lo relativo al no-“occidente”. El no-“occidente” (todavía) debería superar su falta de actualidad histórica a base de incorporar aquello funcional en “occidente”; territorio generador de la plus-evolución, esto es, generador de cuota tras cuota adicional evolutiva.
En tal medida, “occidente” se anuncia como territorio legítimamente especializado en la producción histórica. Autor y autoridad de la producción histórica hasta el punto de alcance del “fin de la historia” (Francis Fukuyama), de inercias globales debido a su superioridad. El presente de ya probado éxito es así el espejo que refleja su futuro a los eclipsados entre destellos de neón, paneles publicitarios, clusters de parabólicas y vías cimentadas de conexión madrugadora con los stocks y las sucursales de los monopolios.
En relación al Tercer Mundo, el darwinismo como idea-fuerza occidental significa fundamentalmente la culpabilización de la humanidad sufriente: “dictadura”, “atraso”, “aislacionismo”, “autarquía”, “vagancia”. E, indesligablemente, el darwinismo representa la promesa de su salvación a través del sufrimiento mismo: deuda financiera, operaciones militares, “primaveras” y revoluciones naranjas con fuego y sangre y fratricidio y caos y soldados de fortuna para una mejor individualización integrativa de la población en el orden mundial, educación social, ingeniería social, golpes propiciados por la naturaleza, ONGs, vacunaciones con esterilización incluida, eugenesia, etc. Al producir al esclavo y sus condiciones, el amo se hace necesario, reproduciendo así al esclavo a través de su ligamen impuesto (léase a Hegel).
En el polo opuesto al interior de esta dialéctica ideológica y práctica, los dominadores se auto-justifican invocando el concepto opuesto al de castigo (la recompensa adaptativa) que sería dispensada por un comportamiento utilitarista esencializado como programación natural del individuo, de las sociedades y de las naciones. Uno triunfa más o menos en función de grados de eficiencia en el ajuste explotador y al tiempo fructificador de un mundo-objeto (Mito de origen del dominio “occidental”). A su vez, la posición alcanzada sería justa en la medida que ella es poder posibilitador de la conformación del mundo a imagen y semejanza de las cualidades portadoras de la posición de dominio. La globalización iría a dispensar, pues, su promesa de disolución del dominio en la libertad del juego competitivo entre entidades individuales, empresariales, sociales, portador de victoria –siempre, precisamente y por definición- para el actor mejor cualificado para beneficiar a los demás.
Dicho pensamiento y práctica de fondo (domina porque funciona y, siendo funcional, está destinado a dominar) es la base del indiferentismo en cualquier terreno, que “occidente” nos presenta en términos de liberalismo versus conservadurismo. Sin embargo, esa práctica discursiva significa en realidad el conservadurismo por antonomasia al ser así perfectamente burlada cualquier posibilidad de medir y de valorar lo que impera, con arreglo a cualquier gradación humana referencial exterior a la propia auto-apología de aquello que funciona. A la propia auto-apología de todo aquello que la ingeniería social y las fuerzas materiales de dominación han llevado al triunfo práctico tanto como a la moda y a ser modelo ideológico modelador.
La consumación de la modernidad occidental gira entorno a la subsunción de la particularidad y del ser-en-el-mundo específico de cada grupo humano -provisto por su propia historia y en tal medida por su puesta en relación, tensión, reciprocidad, con otras poblaciones- en una matriz cultural transversal donde la élite es artífice, disfrutadora y modelo para una multiplicidad formateada según patrones imitativos y de anhelo. “Occidente” es un intento de apropiación privativa de la historia, y de suministro de roles caracterizados por un esfuerzo de auto-modelaje a imagen de la matriz abastecedora. Así pues, aquello auto-presentado como un laissez faire estimulante de multiplicidades, es sin embargo la emisión ultra-centralizada de esa cultura de la insignificancia y de la supervivencia angustiosa a través de usos utilitarios de un entorno cosificado en condición de oportunidades. Los dispositivos de este avasallamiento son fruto de la centenaria acumulación de burocratismo, maquinismo, militarismo, tecnología de la propaganda e impulso maniqueo dotado por las religiones supremacistas (judaísmo pentatéuquico y calvinismo junto a las derivaciones de tronco calvinista).
Dicha descomposición de la especificidad debe por fuerza apoyarse en la falsificación nihilista del valor genérico humano y de sus producciones específicas, anunciándose –a sí misma y a su morfología de usos sociales y de valores- como la modernidad per se, sin extramuros planetarios ya pero con espantosas lagunas de interrupción: fanatismo, atraso, escasez material, sociedad-masa, dictadura. La auto-apología de “occidente” se condensa en la premisa alusiva, bien a la sin-historia (primitivismo, miseria, ausencia de individuación social), o bien a la ausencia de humanidad (fanatismo, autoritarismo, regímenes, dictadura, homogeneidad ideológica) fuera de la plenitud tendencial –del fin de la historia- arrogada por el propio “occidente”.
OTRA MODERNIDAD
Rusia representa uno de los principales polos desbaratadores de esa asociación modernidad-occidente, desmintiendo la premisa de acotamiento de lo no-occidental a esas lagunas no-modernas, pre-modernas o anti-modernas que apuntábamos arriba. Rusia rompe la pseudo-ley “occidental” de correspondencia, desde las ciudades-Estado medievales italianas y a fortiori en la trayectoria occidental posterior, entre la clase económica dominante y la clase política dominante. Lo que vemos en Rusia es la negación del Estado liberal, es decir, del poder político vehículo y catalizador de la clase propietaria de medios y de procesos de acumulación de riqueza. En Rusia no hay línea de continuidad entre la economía y la política, sino que en cambio nos encontramos con una matriz política coercitiva de la economía para situarla como fuerza operativa al seno de una racionalidad englobante nacional. Este imperio de lo político comporta indisociablemente una limitación de la capacidad de la economía para subvertir la fisonomía social según óptimos de utilidad económica o de subsunción estructural sociocultural a la dimensión económica de lo social. Dicha limitación se ejerce por medio de lo legal y también es religiosa, idiosincrásica y comunitaria, en conjunción al Estado y sin que puedan concebirse separadamente la fuerza política y la fuerza cultural.
Rusia y el panarabismo son equiparables en esto: desarrollan y (se) potencian desde los diversos referentes y anhelos modernos, sin reproducir el modelo sociológico, comportamental o preferencial desarrollado en paralelo por “occidente”. Toda tentativa de competir con “occidente” en materia de eficiencia económica hegemonizadora será una derrota en sus propios términos, ya que competir es el juego de “occidente”: aceptar como dato fundamental la propia historia materializada por “occidente” conlleva emular competitivamente una estructura económica y de relaciones reflejo de la subjetividad histórica del “occidental”.
Pero los rusos no son “occidentales”; no pueden –ni debieran- competir por mayores grados de expansión, provisión y satisfacción utilitarista, sino, en cambio, tejer su alteridad en proyección hacia pueblos afines o de posible reciprocidad. Esto convertiría en ventaja la desventaja. En esta trayectoria última necesaria, Rusia parte de un parentesco étnico, lingüístico, comunicativo, cooperativo, histórico, con un colosal espacio territorial desde la América rusa (Alaska) hasta Prusia, el Adriático y la península escandinava, pasando por Mongolia, el arco caucásico, la Persia septentrional y Siria, donde viven decenas de miles de rusos descendientes de aquel personal civil cooperativo desde los años cincuentas. El ser ruso mismo es hoy una síntesis o bien una variación de tipo al seno de una multiplicidad jurídicamente unificada tanto como poli-cultural y poli-existencial. Por ejemplo: los ruso-mongoles, quienes viven desde la categoría de ciudadanía y profesan ejercicio civil a cualquier efecto, al tiempo que continúan afirmando, combinadamente a la modernidad, sus artes de subsistencia y en general su cultura material.
Hemos visto cómo Rusia concreta un modo disidente de modernidad. Lejos de poder ser tachado por “occidente” como un antagonista empantanado en la historia (Norberto Ceresole) y por ende condenado a ser devorado o bien a la insignificancia (comunitarismo aldeano, tribalismo, fanatismo, “atraso”, descomposición-desmembramiento de la solidaridad social y de su identidad, terrorismo, sociedad-masa doctrinaria, autocracia, dictadura), Rusia no se antepone a la modernidad ni se contrapone a ella. Rusia contrapone otra modernidad a la cosificación “occidental” de la modernidad. Hemos visto que ni siquiera debiera plantearse contraponerse ni superponerse a “occidente” en una medición utilitarista de grados de éxito o de competitividad. Debe sencillamente alter-situarse y alter-postularse.
La alteridad se pronuncia una vez tras otra en Rusia si atendemos a las demás instituciones socio-históricas falazmente auto-arrogadas por “occidente”: cristiandad, democracia, Razón, individuo, libertad, Estado.
“Occidente” sólo en apariencia es un proyecto universalista. Es, en realidad, puro particularismo en proyecto de consumar hegemonía. Reemplaza la igualdad por su falsificación: por una tendencia mundial hacia la identidad entre partes jerarquizadas e, indisociablemente, hacia la identificación de los sometidos con los amos; unos sometidos atosigados, en no pocos contextos, por la agonía existencial de emular a los amos.
Tenemos, pues, una relación de simulacro entre “occidente” mundializado, esto es, devenido imperium mundis, y el espectáculo de “occidente” entre las sociedades hambrientas de la fácil, fluida y abundante banalidad corriente en los núcleos duros del “éxito”. Toda la diferencia persistente, mirado el asunto a través de una perspectiva tendencial, se reduce a una diferencia de grado correlativa al antagonismo entre los sometidos y los verdaderos “ganadores”. Un mismo tipo humano compartido es desglosable, tendencialmente y según regiones, en sucesivas versiones decrecientes “de calidad” desde los epicentros del imperio hasta el subconsumo de las sobreproducción imperial y la adopción caricaturesca de sus imágenes.
Por ello “occidente” y su pseudo-universalismo son en el fondo identitarismo del homo economicus y de su racionalidad utilitarista valorada como “superior”. De ahí que “occidente” alimente y financie a todo identitarismo con poder de empantanar a un grupo humano en la debilidad, desarmándole así de posibilidad de desarrollo propio e independiente. Desde este prisma se entiende que “occidente” creara el llamado “islam político” y su expresión organizativa la llamada “hermandad musulmana”; bajo cuyo proyecto el Estado liberal y abstencionista se conjugue en complicidad con redes políticas neo-tribales de control en el ámbito social local, provinciano y regional. Redes así generadoras de sus respectivas clientelas, tan dependientes de las élites folk autóctonas, como mentalmente absortas en su pequeño mundo-de-la-vida subjetivo; inofensivo bajo la matriz objetiva de dominación transnacional. Extraviadas, en cualquier caso, con respecto al antagonismo histórico de nuestros días.
Por motivos semejantes cualquier apelación a una “revuelta contra el mundo moderno” es ya una entelequia, justo cuando cualquier pre-modernidad localizada está determinada a ser la cara romántica folk de la relación dominatriz “occidental”. La sedicente revuelta anti-moderna: una imagen star ofrecida por el propio espectáculo “occidental” de “la rebelión”.
DISIDENCIA DE ESTE TIEMPO
CRISTIANDAD: Rusia es disidencia (se ubica en la alteridad) y es disentimiento (siente distinto de raíz) respecto de la infraestructura ideológica (teológica) del Imperio, residente en la premisa sacralizadora del dominante (llamado “ganador” o “elegido” o “predestinado”) donde confluyen el judaísmo viejo-testamentario con el presbiterianismo calvinista y sus distintas derivaciones gregarias. Frente al tronco ideológico que cifra el Destino en la servidumbre de los más (los gentiles) hacia otros -hacia quienes fueron “creados de otra pasta y serán premiados por su origen ontológico diferencial”-, el cristianismo ortodoxo ruso se asienta sobre la premisa de fraternidad universal y sobre una concepción del curso histórico donde los “perdedores” son portadores de subversión y de Justicia, en lugar de portar una losa de predestinación a servir a los “ganadores”, a los electi, a los listos, a los guays o a la tribu de los “mejores” (en su versión jacobita, bursátil o de confortable clase media euroamericana). Frente aquellos que se arrogan haber nacido “con estrella”, la iglesia ortodoxa acaudilla hoy aquellas inmortales palabras de Jesucristo (“No hay pueblo elegido”, “Todos los hombres somos hermanos”, “los últimos serán los primeros”, “los pobres heredarán la Tierra”), encontrándose en ello como en un hilo conductor de humanidad a través de marcos de diversidad, con el catolicismo hispánico-mediterráneo e hispano, la Shia libanesa, iraní y yemenita, y el catolicismo en la Armenia histórica y en el Oriente árabe-persa (Siria y los maronitas, siríacos, caldeos…; Iraq y su población cristiana asiria…).
Rusia proyecta, así, hacia el mundo, una coordenada como poco bidimensional de alteridad con respecto a la hegemonía “occidental”. Habíamos mencionado la primera de ellas asentada sobre la tierra y conducida a través de un hilo inter-nacional euroasiático desde Centroeuropa a Alaska y desde la Carelia a la Persia caucásica. Acabamos de añadir una segunda coordenada (sintetizable para con ésa otra primera) y relativa a la base religiosa congeniadora de lo universal (de lo humano: la fraternidad) con lo propio (con la especificidad) en lo universal y a través de lo universal (lo ruso, lo árabe, lo europeo, lo persa, lo hispánico, etc.).
Y, paralelamente, ¿cómo pudiéramos ni por un instante disociar la religión universal y fraternal –antagónica a “los elegidos” y a sus invocaciones supremacistas-, respecto de su base comunitaria y vital, sea que pensemos en las comunidades de pescadores de la antigua Palestina, en la zadruga balcánica (yugoslava hasta hace unos años), en la obschina rusa o en las comunidades itinerantes de Mongolia y de la Transcaucasia?
DEMOCRACIA: Por más que se bala en “occidente” sobre los déficits democráticos en Rusia, lo cierto es que desde una perspectiva relativa, es decir, interna rusa a contraluz de su propio devenir contemporáneo, jamás Rusia contó ni por asomo con cuotas tan amplias e integrativas democráticas, descontando el periodo entre el albor de la revolución bolchevique y la década de los 30 del siglo XX. Esto es así para cualquier ruso y más con la memoria de la miseria comportada por la drástica neutralización nacional bajo el periodo político de “occidentalismo”. Parte de la que con Yeltsin fue generación lumpenizada ha crecido con Putin hasta convertirse en la generación del turismo internacional de fuerte gasto –o en los padres de esta generación. Desde la perspectiva de la estructura social hay, pues, mesocracia en Rusia, como no la hubo desde la época dorada de la URSS.
Ésa es la base social in crescendo, en la esfera cuantitativa y en la cualitativa, sobre la que se asienta una democracia con claros signos aclamativos -como aclamativa fue la democracia romana en el clímax republicano anterior a la decadencia; como aclamativo fue el proceso democrático venezolano que llevó al Comandante Chávez al poder; y como aclamativa ha sido la democracia en la República Islámica de Irán hasta el reciente giro hacia el formalismo técnico gubernamental después de Ahmadineyaad.
Cuando los gabinetes políticos y de prensa occidentales hablan de “populismo” son conscientes de estar haciendo propaganda: Putin es ampliamente popular y así lo atestiguan las estadísticas de votación, porque lidera el encaje ruso de una manera firme y a la vez responsable frente al riesgo de involución, es decir, de descomposición nacional rusa frente a las presiones del globalismo. Putin personifica moderación y cierto liberalismo limitado y puesto en vereda por el Estado, muy razonable para el espíritu práctico ruso y antídoto eficaz (por ser cauto) contra el proverbial “fatalismo ruso”, una idiosincrasia que hace proclive al pesimismo o a la inacción o al estoicismo bajo marcos de incertidumbre. Esa infusión de seguridad paternal por parte del Gobierno, contribuye a su investidura de popularidad; a una investidura aclamativa.
Pero también la oposición es afirmación del ser-en-el-mundo de los rusos, y de su autoconciencia de identidad, comprendiendo por identidad: quien es uno, qué lugar ocupa en los diversos vectores de la estructura mundial, quiénes son los parientes y amigos o aliados de facto o potenciales, quiénes son los enemigos más o menos coyunturales, quién o qué es el archienemigo inconciliable de su ser-en-el-mundo, y de su pervivencia y desarrollo. Y ahí precisamente reside el problema de “occidente” cuando se trata de “dar apoyo” a una forma opositora con cierta base social actual y potencial: en que la polifonía de partidos, por contrapuesta que se presente, dimana en su grueso de un axioma común: el ser nacional ruso, hacia cuya fortificación se mueven todas y cada una de las fuerzas políticas mínimamente entroncadas en la realidad poblacional rusa.
Por eso “occidente” finge y trata de engañar cuando enfoca en Putin su crítica al “déficit democrático ruso”. El problema de “occidente” es que no existe oposición rusa seria que pudiera ser homologable para hacerse cargo de gestionar aquello que “occidente” querría hacer de Rusia. El arco central opositor es tal vez más in-homologable que el propio Putin. Hubo una vez un partido liberal llamado Yabloko (manzana), que desapareció contribuyendo con el tiempo a germinar un heredero –el partido naranja- electoralmente débil a pesar de aglutinar al “occidentalismo”.
¿Y cómo va “occidente” a apoyar a la otra oposición?: nacionalismo étnico con ínfulas de reordenamiento europeo abanderado por Vladimir Zhirinovsky; PCUS; nacionalbolcheviques de Eduard Limonov; euroasiatistas de Alexandr Dughin; coalición de estalinismo y nacionalismo aglutinada en Rusia Trabajadora; etc. No existe en Rusia la quintaesencia política del entreguismo nacional a través de la izquierda a cambio de la gestión burocrática del Estado (no hay socialdemocracia), y la neo-izquierda más o menos “trotskista” es poco menos que testimonial por motivos de memoria histórica fulminante.
INDIVIDUO: Otra cuestión que exaspera a “occidente”, ésta del individuo, ya que Rusia pulveriza la supuesta dicotomía llevada a la cumbre por Karl Popper y demás apologetas de la llamada “sociedad abierta”. Según este modelo clasificatorio, el “mundo libre” es el único que ha permitido la individuación, siendo su extramuros territorio de baja o de inmadura conformación del individuo, sometido por la sociedad doctrinaria en unos casos o bien por la masa o por el Estado y su ideología hiper-concentrada o bien por la comunidad aldeana y sus inspecciones, requerimientos, juicios, tabús, tradiciones y lugares comunes de representación y de “plan de vida”. Que a los rusos les digan que no hay firmeza de individuación en Rusia, ni libertad individual, debe de sonarles a burla sobre todo viniendo de donde vienen: una vigilante maquinaria burocrática primero y, después, su “antítesis” en forma de “sálvese quien pueda” individual bajo una aplastante ruina social.
Rusia es por supuesto una sociedad compleja con sus espacios de ejercicio cívico, sus libertades, ámbitos de creatividad, abanicos de elección y oportunidades de decisión. Cuando “occidente” tacha a Rusia de deficitaria de individualidad tal vez está refiriéndose al individuo “occidental”, desarraigado respecto del principio de Soberanía Nacional y de su reconstitución. Y quizás, a ese tipo de individuo, poca falta le hace esa consciencia, pues su condición expoliadora global le permite vivir a costa de la actividad “occidental” de conjunto proyectada hacia el Planeta, siendo la laxitud de conciencia nacional el reflejo de esa intercambiabilidad transnacional en calidad de “occidentales”.
Por supuesto hay individuo y libertad individual en Rusia, pero una vez más al interior de su condición propia de alteridad: en lugar de un individuo que objetiva el mundo y se auto-objetiva en su búsqueda de un actuar satisfactorio, cosificándose como objeto de los demás y cosificando a los demás como objeto, la centralidad poblacional de sociedades modernas y nacionales como la rusa o la siria entienden la libertad individual como inalienable pero también como producto indisociable de la libertad nacional.
ESTADO: Contra distintos izquierdismos de tronco socialdemócrata y/o sindicalista, Rusia parte de un paradigma de Estado radicalmente distinto a la ideología de la humanización del Capital a través de una fabulada “lógica de lo público”. Rusia es, en consecuencia, alteridad no sólo respecto de las formas más clásicas de implementación del Estado liberal, sino también respecto de sus formas “sociales” de calibre socialdemócrata.
El Estado ruso, ni alberga ninguna clase de ilusión respecto del Capital, ni pretende infundírsela a nadie ni, para empezar, a los capitalistas. El punto de arranque ruso es que la burguesía debe operar con libertad en su actividad económica generando así bases económicas para inversiones de interés colectivo. Y de eso se desprende que la puesta en función colectiva de la economía, requiere de su misma organización estatal, siendo así la política aquella esfera que imprime su sentido y su valor a la fuerza primaria generatriz de riqueza.