Brexit, frexit, nedxit… o los Estados Unidos de Europa
La semana antes del referéndum británico, cuando todos esperaban que el Reino Unido siguiera en la Unión Europea y que el voto del miedo finalmente se impusiera, me dispuse a enumerar cuáles serían los beneficios de un eventual brexit. Lo llamaba incluso “Bendito Brexit” en la cabecera del artículo, porque lo que surge claramente de estas elecciones es la necesidad de una nueva Unión Europea o, por contra, su disolución definitiva.
Tras los momentos iniciales de auténtico shock que hemos visto en periodistas, políticos y tertulianos varios, ya al fin se habla abiertamente de los motivos de desafección de las poblaciones europeas por las instituciones de la UE. Y ahí hay muy poco recorrido, la socialdemocracia europea, junto con liberales y conservadores han impuesto estos años una agenda austericida que literalmente ha dinamitado los cimientos de los estados del bienestar del Viejo Continente. El máximo exponente de esa tendencia en nuestro país fue la reforma express del artículo 135 de la Constitución. Hecho con nocturnidad y alevosía, como se cometen la mayoría de los atracos, en la nueva redacción de este artículo se consagra el principio de estabilidad presupuestaria y se establece la prioridad absoluta en los presupuestos para el pago de la deuda frente a los gastos sociales más elementales para el mantenimiento de la calidad de vida de la población. De esta manera, se entregó la soberanía social y económica a la UE y se obviaba el principal cometido de todo estado y todo gobierno: el bienestar y la felicidad de su ciudadanía.
Con estas evidencias, es obvio que se produzca un manifiesto rechazo a la Unión, sobre todo por parte de la mayoría social que ha sufrido en sus carnes los efectos de las decisiones de los próceres comunitarios. Nadie puede extrañarse, pues, de que surjan de norte a sur amplios movimientos de toda índole que digan basta a las políticas de Bruselas —o mejor, de Alemania—, que pidan el rescate de la soberanía cedida a los burócratas europeos y apuesten por el empoderamiento de una ciudadanía que se siente abandonada por sus dirigentes. En muchas ocasiones, el testigo del rechazo lo ha recogido la extrema derecha, impelida por el miedo a la inmigración de los países del este del continente e incluso a la llegada de refugiados; pero muchas otras veces ha sido la izquierda quien ha aglutinado mejor el sentimiento de desencanto.
Populistas los llaman, curiosamente desde las formaciones pertenecientes al Partido Popular Europeo y desde los restos de una socialdemocracia desnortada que ha perdido el contacto con la realidad desde hace décadas, que ha hecho un viaje infausto hasta quedar totalmente desdibujada y fundida con lo peor de la derecha. ¿Se imaginan que diría Hollande o Pedro Sánchez de la privatización de la banca y de los sectores industriales clave que llevó a cabo Francoise Mitterrand en los 70 si la impulsase ahora otro partido? Bolchevique comunista sería lo más suave que imagino…
Y es que el terreno de juego político nos lo han ido estrechando hasta límites insospechados, de manera que el espacio que queda entre las viejas derecha e izquierda tradicionales es prácticamente despreciable. Del campo de fútbol de primera en el que se jugaba en la segunda mitad del siglo pasado, hoy no queda más que un exiguo futbolín con unos pocos jugadores, casi todos iguales, atados a una barra que manejan unas pocas manos que jamás se presentan a las elecciones. ¿A quién le extraña que el partido cada vez interese a menos gente? Si la desafección por los partidos tradicionales nacionales es un hecho más que patente y recurrente ¿cómo no va a multiplicarse cuando se trata de un organismo supranacional que puede presumir de ser de todo menos democrático y representativo?
Como afirmaba anteriormente, las políticas de la Unión Europea han sido generadoras de millones de euroescépticos. Sin embargo, en el propio enunciado de la frase se encuentra la solución. Tienen que cambiar drásticamente las políticas de la UE si quieren recuperar la confianza popular en las instituciones comunitarias. Por eso he defendido que, a pesar de los indudables problemas que generará el brexit, a la postre va a ser algo muy positivo para el conjunto de la Unión.
Hay quien dice a boca llena que hoy ha muerto la Europa de los mercados y ha nacido la Europa de la ciudadanía. Que ha muerto la Europa monetaria y que ha nacido la Europa social. Que hoy ha muerto la religión de la contención de la deuda y ha nacido la Europa de los estímulos… Tampoco creo que haya que lanzar las campanas al vuelo y montar un botellón en honor de su graciosa majestad. Se trata más bien de una cuestión de oportunidad. Merkel y su banda no van a ceder tan fácilmente, pero tendrá que mover ficha, tragarse sus propias palabras, o arriesgarse a un Frexit, a un Nedxit o a la destrucción total del proyecto de integración continental. De la postura de los gobiernos comunitarios, de los equilibrios de fuerza en el Parlamento Europeo y en la Comisión, dependerá el camino que tome la institución. Por eso es tan importante votar cambio en España el próximo domingo, pero con la cabeza puesta también en el cambio de la Unión Europea. No desaprovechemos esta oportunidad. Se puede sacar algo muy positivo de esta situación que, a priori, nos pintan tan negativa. Pero no nos vendrá dada, no caerá del cielo. La tierra para quien la trabaja.