Carlos Alberto Lerma Carreño •  Opinión •  30/06/2016

El significado de la negociación de La Habana

Es ineludible pensar y opinar en relación con los diálogos de La Habana y la firma del acuerdo que terminaría con el conflicto armado entre el Estado y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –Ejercito Popular –FARC EP-. El anuncio de la inminente firma ha llenado la prensa escrita impresa y virtual de documentación importante para entender el contexto del trascendental acuerdo y su alcance. ¿Pero que tanto hay de expectativa y que es lo que significa para la sociedad este acuerdo?

 

Se debe reconocer que se trata de un acuerdo con uno de los actores armados y que significa un gran paso en el logro de una “situación de paz” para el país, pero en ningún modo puede interpretarse como muchos lo hacen como la firma de la paz, en ello hay una expectativa exagerada. Para llegar a un escenario donde los distintos actores políticos armados privilegien las vías democráticas y constitucionales para hacer política en lugar de las armas, todavía falta camino, no solo por la incertidumbre de la negociación con el Ejército de Liberación Nacional -ELN-, sino porque deben desmontarse las estructuras excluyentes que impiden que actores políticos con opiniones opuestas puedan a través de los mecanismos y canales institucionales hacer política. También falta, todavía más, para que el Estado tenga el monopolio de la fuerza y las armas que en muchos territorios se encuentran en manos de las mafias -bandas criminales, carteles, pandillas, etc.- de las distintas industrias ilegales; gasolina, cultivos ilícitos, trata, minería, microtráfico, etc.

 

¿Qué es lo que se logra con el acuerdo de La Habana?

 

Más allá de los puntos y contenidos del acuerdo vale la pena analizar el momento mismo. ¿Por qué las Farc se disponen a firmar un acuerdo con el gobierno? hipótesis hay muchas: el avance de las FFMM y de los organismos de inteligencia que consistentemente provocaron duros golpes a las FARC. El ascenso en distintos países de América Latina de la izquierda al gobierno, lo que permitiría un cambio en la estrategia especialmente asesorada por el gobierno de Hugo Chávez. La muerte de los líderes más radicales de las FARC, que permitió el ascenso a la dirección de líderes más propensos a las vías democráticas. El desgaste del conjunto de las fuerzas revolucionarias no solo por el asedio de las FFMM sino por las actividades ilegales que las financian, pero que implican grandes esfuerzos, enfrentamientos con otros actores armados y costos políticos. El estancamiento y desgaste del discurso político de la sociedad justa en un mundo que se abrió camino hacia los derechos humanos. La imposibilidad de tener una victoria – el empate entre Estado y guerrilla-. Tal vez todas estas y otras que se escapan a este escrito hayan confluido para impulsar y/o posibilitar la negociación.

 

Estas hipótesis nos indica obviamente que no es una situación-decisión sencilla y que al contrario es más compleja que incluso la simple voluntad del gobierno y las Farc, para sentarse a negociar, también es obvio que la sociedad en la cual se alzaron en armas las personas que integraron las FARC cambio y que la sociedad del 2016 es una sociedad menos excluyente y más moderna –no solo por los avances en infraestructura y tecnología, sino porque culturalmente e ideológicamente el país ha cambiado, existe una mayor conciencia de los derechos humanos y se ha fortalecido la crítica –aun con los muertos que ha costado-.

 

El acercamiento, el dialogo y la negociación entre el gobierno y las Farc representan un escenario de la modernización del país, al resolver la tensión de la garantía de derechos en medio de la violación permanente de los derechos. No se trata que con la firma del acuerdo el país entra automáticamente en un estado idealizado de paz, sino que el Estado ha dado un importante y crucial paso al desarrollar una vía pacífica para resolver un conflicto de más de 50 años, que libera las anclas de la pesada “temprana modernidad” totalitaria, del panóptico de Bentham y Foucault. La negociación representa no solo la apertura de la democracia y la política sino el cuestionamiento al poder moderno de la limitación y la sujeción del individuo, de la coerción social y el sometimiento, y la búsqueda de alternativas donde la crítica y el cuestionamiento del poder político y económico puedan convivir sin ser perseguidos y exterminados. Se trata pues de una modernidad –toda modernidad es inacabada y en constante cambio- que transgrede al retar al Estado de que es posible una negociación con un grupo armado sin someterlo, sin estar vencido y sin entregar el Estado y al mismo tiempo implica el reconocimiento de la sociedad en conflicto que es capaz de tramitar sus conflictos por vías pacíficas, pero que no se resuelve en el totalitarismo y la hegemonía, pues esto socavaría las mismas bases del acuerdo.

 

Los cuestionamientos sobre el acuerdo de la Habana realizados especialmente por sectores de la derecha, ponen de manifiesto el momento histórico del país que transita hacia una nueva mirada de sí mismo y de sus posibilidades futuras y entra en tensión con las fuerzas de derecha más conservadoras y estáticas que prefieren la continuidad del conflicto armado a la posibilidad de abrir la democracia y el sistema político a las personas de la guerrilla, no es solo una posición sustentada en el miedo de gobiernos “castrochavistas”, sino en gran medida al miedo de perder el poder político y el status que aprendieron a mantener en medio del conflicto, al fin de cuentas se trata del ingreso de un competidor más con buenas posibilidades.

 

Por otro lado el acuerdo y la forma como se ha desarrollado, responde a las necesidades de la actual sociedad colombiana. El contenido de la revolución ha perdido fuerza y aceptación social: el discurso revolucionario desgastado -apenas un cliché de un mundo que ya no es-, la presencia de múltiples y variadas organizaciones sociales con relativo poder de incidencia en las políticas públicas del orden territorial y nacional, así como una mayor apertura del sistema político a fuerzas diferentes de los partidos políticos tradicionales, han contribuido a reducir la necesidad de pensar la guerrilla como la única salida a la problemática social y a la exclusión. Su correlato es un Estado reeditado con la constitución de 1991 que reconoce la participación y los derechos de las personas y se propone como uno de sus fines garantizarlos, que se ve en la obligación de efectivamente abrir espacios aun con la resistencia de algunos dignatarios y representantes elegidos por voto popular, que añoran un régimen más cerrado y totalitarista.

 

Hablamos en un escenario donde los partidos políticos tradicionales se han fragmentado y creado nuevos, claro de manera pragmática como empresa electoral, pero también como discursos de lo que quieren y los separan de los otros, esto no puede perderse de vista, ni subestimarse en las coaliciones que se han presentado durante los últimos años, se deben analizar esas sutiles diferencias en lo que dicen, en lo que plantean, es indudable que hay unos planteamientos anclados en el pasado donde la preferencia sexual es una anomalía, donde la violencia contra las mujeres es culpa de ellas mismas, donde el aborto es un pecado sea como sea, donde los opositores solo pueden esperar la cárcel o la muerte, ese mundo anclado entre la premodernidad y la modernidad temprana se resiste a desaparecer aun a costa de negar la realidad y sigue campeando al lado del pragmatismo electoral y clientelista.

 

¿Y el plebiscito?

 

Sin lugar a dudas uno de los temas más controvertidos, lucido y suicida como la modernidad contemporánea. Estamos en la sociedad de los derechos, inacabada, con muchos vacíos, pero al fin y al cabo con derechos y entre ellos el de ser diferentes, el de elegir y “tomar a voluntad sus propios modelos de felicidad y de estilo de vida conveniente” (Bauman, 2002, p.35), de eso se trata el plebiscito de preguntarle al individuo si acepta el camino ruteado por el acuerdo de la Habana, no hay mayor expresión de la modernidad que acudir al propio individuo para decidir su futuro, devolverlo a la angustia de la decisión, pero aquí se debe ser muy exigente en que el individuo sea consciente de cuál es la decisión que toma y ello nos lo enseña la reciente paradoja del Brexit, donde la mayoría de las personas votaron para salirse de la Unión Europea aun cuando ello significa grandes retrocesos de la sociedad de los derechos, esa paradoja del individuo que se contrapone así mismo, es real. Algunos testimonios del Reino Unido post plebiscito dan cuenta de que las personas realmente no tenían claro el significado de lo que votaban y que después se dieron cuenta que no querían votar como votaron.

 

En nuestro país el plebiscito refrendatario del acuerdo de la Habana tiene una deslucida presentación como la decisión entre quienes quieren la paz y quienes quieren la guerra, pero su dimensión trascendental, profunda apenas si sale a la luz en los sectores académicos, se trata no de elegir la paz o la guerra sino de elegir el cómo esta sociedad decide que el Estado debe actuar frente a los distintos actores políticos, decidir si la sociedad en su conjunto sigue de acuerdo con sectores de derecha que exigen que los opositores políticos sean excluidos del sistema político o exterminados. Y esta decisión es tan importante porque los opositores no solo son la guerrilla de los años 60´s, son los jóvenes de hoy día que cuestionan radicalmente las políticas públicas, son los jóvenes que controvierten la institucionalidad actual que a su vez se queda corta para atender sus necesidades y demandas.

 

Si el plebiscito fracasara, es decir fueran más personas las que rechazaran el acuerdo de la habana, este fracaso no sería el mayor monstruo que asusta a la sociedad, pues sin lugar a dudas la negociación ha dejado claro que el país buscará alternativas para institucionalizar la realidad inevitable de abrir el sistema político a los opositores incluso del mismo sistema, el monstruo que asusta a la sociedad es quedar anclada en la premodernidad, en la heteronomía, en la negación del individuo, en quedar determinado sin esperanza de cambio…. El monstruo que acecha es que en el triunfo del individuo renazca el monarca, como una paradoja del destino.

 

Carlos Alberto Lerma Carreño

Investigador Corporación Latinoamericana Sur

 

 

http://www.alainet.org/es/articulo/178443

 


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