Lorenzo Gonzalo •  Opinión •  30/08/2017

El teatro y el comején

Estados Unidos de América, a diferencia de lo expresado por la crítica innecesaria, partidista o ideológica, tiene una economía de relativa estabilidad, de reconversión tecnológica paulatina y donde sobrevivir es más fácil e incluso, aceptablemente más gratificante, comparado con la inmensa mayoría del Planeta Tierra. Que me perdonen los furiosos, pero como decía Santa Teresa de Jesús: “humildad es verdad”. Su distribución de riqueza es nefasta, como en todo sistema capitalista de gobierno, lo cual es otro problema, pero no exactamente la producción y crecimiento económico.

Para acusar a Washington de ser enemigo de la humanidad, ser incapaz de desprenderse o al menos, alejarse de las prácticas imperiales, resultado de la loca cabalgadura de una economía desenfrenada, no hay que recurrir a palabras luctuosas o alterar manualmente la foto del paisaje. 

El problema sensitivo del país es su crisis política, la cual como siempre digo, con sus diferencias respecto a otros credos, responde a los mismos factores que disolvieron la URSS y experimentan China, Vietnam y Cuba como exponentes del ideal socialistas, así como viene ocurriendo en el Hemisferio Latinoamericano, Europa y el resto de los continentes. 

Con el Presidente Donald Trump, el debilitamiento del entramado político se ha manifestado con mayor agudeza, adquiriendo niveles que desmienten la efectividad de su sistema de Estado, poniendo en tela de juicio valores que un día fueron guía y faro, tales como el balance de poderes y los mecanismos partidistas de gobierno. 

Trump demuestra que, una vez en la cima del gobierno, los márgenes de actuación personal adquieren una peligrosa dimensión, donde la personalidad y carácter del protagonista tienen amplios márgenes de actuación. 

Las manifestaciones de Donald Trump respecto a Corea del Norte, amenazando atacarla con “fuego y furia jamás vistos”, nos hace pensar en Hiroshima y Nagasaki y cuestionarnos ¿qué más fuego y furia pudieran existir? 

A veces no sabemos qué traumas podría haber tenido el extravagante gobernante y que, a pesar de no beber (nos imaginamos que tampoco inhala) y no ser parte de la epidemia de opioides que amenaza gran mayoría de la ciudadanía estadounidense, actúa tan erráticamente y sobre todo, irresponsablemente. Aunque debemos admitir que no siempre es errático, especialmente cuando se trata de defender su elección. Esto lo ha demostrado recientemente, al referirse al enfrentamiento entre supremacistas blancos y quienes protestaban por el mensaje que defienden, en Charlottesville, Virginia, diciendo que condena “la egregia manifestación de odio, fanatismo y violencia de todas las partes. De todas las partes”. De este modo esquivó criticar a los supremacistas, culpando también a las víctimas y complaciendo a victimarios como David Duke quien no tardó en declarar que, “le recomiendo (a Trump) que se mire en el espejo y recuerde que fueron los Americanos Blancos, quienes lo pusimos en la presidencia”. 

Cuando expresó la amenaza a Corea del Norte, su Secretario de Relaciones Exteriores, enfatizó el uso de la diplomacia para resolver el asunto, al propio tiempo, James Mattis, Secretario de Defensa, dijo que, aunque la opción militar era una realidad y se refirió a ella como una manera absoluta y segura de “terminar con Kim Jong-un”, la diplomacia no estaba descartada. ¡Parece un gobierno de locos! Nada cuadra y todo es posible. 

Para colmo ahora dijo que la opción militar también está considerada para acabar con el gobierno venezolano. Por suerte, lo poco que queda de dignidad en los países que se apresuraron a inmiscuirse en la política interna de ese país, criticándolo, han manifestado que rechazan una intervención estadounidense en el Hemisferio. 

El sacudión por el que atraviesa el sistema político estadounidense y las múltiples manifestaciones progresistas de carácter social que se manifiestan cada vez con mayor fuerza, irremediablemente cambiarán el rumbo y las estructuras del Estado, aunque no sabemos con qué dirección. 

La economía mientras tanto continuará funcionando si las intervenciones políticas no contradicen en esencia ciertos parámetro que han mostrado ser cambiables, pero no forzados por las conclusiones de una noche de acalorados debates. Mientras tanto el tablado del teatro inaugurado en Washington en 1786, es víctima del comején. 

Con Donald Trump, “América no es más grande” y el Planeta presencia la debilidad de un progreso científico-técnico mal administrado.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.


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