Pos Afganistán y pos Covid-19: EE.UU. en declive
Con la derrota en Afganistán queda claro que la economía estadounidense está próxima del caos, y que arrastrará consigo a todos aquellos países que sigan prendidos del dólar como moneda de intercambio y reserva mundial.
Al cierre del ciclo de dos décadas que van de 2001 al 2021, la campaña en Afganistán resultó un fiasco para EE.UU., lo que muestra que el estigma de Vietnam sigue sobre la mesa en los planes de guerra de la maquinaria militar-industrial. No obstante el descrédito su ejército sigue tirando bombas y misiles, destruyendo a las poblaciones.
EE.UU. abandonó Afganistán el 30 de agosto de 2021. Se fue incumpliendo todas las promesas del títere que le declaró la guerra. Salió huyendo, dejando atrás destrucción y caos; ni “democracia”, ni “libertad”, ni “paz”, falsas banderas, pretextos con otros fines.
Recordemos que tras los atentados del 11 de septiembre, el 7 de octubre de 2001, el imperio invadió Afganistán para “destruir a Al Qaeda”, el “culpable del terrorismo”. Sospechoso resulta que las agencias de inteligencia no descubrieran la intentona golpista meses atrás. Claro que la guerra bien pudo haber parado, porque el 9 de diciembre del mismo año los talibanes anunciaron su rendición en Kandahar.
Pese a que George Tenet, como director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), le propuso al presidente Bush “una acción encubierta de una guerra no convencional en contra del terrorismo”1, los integrantes del gabinete querían la guerra.
Donald Rumsfeld planteó “una guerra más amplia” que fuera más allá del uso de la fuerza militar. Se “deben emplear todas las herramientas disponibles, militares, legales, financieras, diplomáticas y de inteligencia”, propuso en el bunker de guerra de Bush. El presidente decidiría una “guerra mundial contra el terrorismo”. La decisión la había tomado el mismo 11/S al ser informado de los atentados: “Nos habían declarado la guerra, y en ese momento tomé la determinación de irnos a la guerra” (Woodward, cit.).
El gabinete de guerra estaba conformado por: Dick Cheney, vicepresidente; Colin Powell, secretario de Estado; Donald Rumsfeld, secretario de Defensa; Condoleezza Rice, asesora de Seguridad Nacional; general Henry Hugo Shelton, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor y Paul Wolfowitz, secretario de Defensa.
Era marzo del 2002 cuando el ejército mejor armado del mundo inició el “combate” a la organización de Osama bin Laden. Y en abril George W. Bush prometió llevar “la verdadera paz” a Afganistán (con fines imperiales).
Dijo entonces: “La paz se logrará ayudando a Afganistán a desarrollar su propio gobierno estable. La paz se logrará ayudando a Afganistán a entrenar y desarrollar su propio ejército nacional. Y la paz se logrará con un sistema de educación para niños y niñas que funcione”.
Bush le llamó “guerra preventiva” o “libertad duradera”, una campaña que luego expandiría al mundo. Bush y su gabinete estaban rompiendo las fronteras para la guerra permanente.
De Afganistán seguiría Iraq. Había que derrocar a Sadam Hussein, a fin de destruir sus “armas de destrucción masiva”. Claro que en el fondo se trató de desestabilizar al Medio Oriente y Norte de África (según declaró después el “zar antiterrorista” Richard Clarke). Se trataba de apoderarse de los pozos petroleros.
Después, tras la formalización de su “Estrategia de Seguridad Nacional en 2002”, Bush se lanzaría contra más países, 85 en total desde entonces a la fecha. Esa nueva estrategia, “de largo alcance y de prevención contra estados hostiles y grupos terroristas”, justificaría una “guerra contra el terrorismo de alcance global, una empresa mundial de duración incierta”. Terrorismo imperial en acción.
Declarar la guerra al terrorismo significó para Bush y su gabinete invadir países a discreción por la apropiación de sus recursos estratégicos: el negocio de la guerra en toda su extensión. Así comenzó la era Bush, al romper el orden internacional vigente durante todo el periodo de Guerra Fría, imponiendo reglas propias.
Imperio fallido
En el contexto destaca el derrumbe de la Unión Soviética en 1991; a partir de entonces EE.UU. se creyó hegemón —“disfruta de una posición de fuerza militar sin paralelo, y de gran influencia económica y política” (Bush dixit)—. Para los estrategas de la derecha conservadora de su gabinete el mundo requería de un nuevo orden a la caída de la URSS, lo que vino a terminar con el contrapeso “frío” de la posguerra.
El imperio se apuntó. Adiós a los Acuerdos de Yalta y al equilibrio bipolar vigentes desde entonces, el mismo que firmaron Roosevelt, Churchill y Stalin. El país que pregonó el Fin de la Historia se empeñó en la hegemonía y la unipolaridad. A ello le llamó EE.UU. el Nuevo Orden Mundial (NOM).
Pero el NOM nació muerto por la crisis económico financiera de 2008 que puso al imperio en su lugar. Lo que economistas y gabinete creyeron hegemonía para reformar el capitalismo en su expresión financiero-especulativo falló en los cálculos.
El proyecto lo habían creado miembros del gabinete Bush en el año 2000. El think tank conservador Project for the New American Century (creado en 1997, “sin ánimo de lucro con el objetivo de promocionar el liderazgo mundial de Estados Unidos” y cerrado en el 2006), publicó que para hacerse del control del Golfo Pérsico se precisaba emplear la fuerza militar y así “mantener la preeminencia global de Estados Unidos y conformar el [nuevo] orden de seguridad internacional de acuerdo con los principios e intereses estadounidenses [de ellos]”.
Solo hacía “falta algún acontecimiento catastrófico, como un nuevo Pearl Harbor”. Y al año siguiente, el 11/S llegó. O fue montado. El ala conservadora del partido republicano se ocupó de la política exterior y el terrorismo se estableció como principio de la nueva política exterior de EE.UU.
“Una nueva gran estrategia está tomando forma en Washington —escribió el internacionalista G. John Ikenberry—. “Se presenta más directamente como una respuesta al terrorismo, pero también constituye una visión más amplia sobre cómo Estados Unidos debe ejercer el poder y organizar el orden mundial […] “Según este nuevo paradigma, Estados Unidos va a estar menos vinculado a sus socios y a las normas institucionales mundiales, al tiempo que da un paso adelante para desempeñar un papel más universal y anticipatorio a la hora de atacar las amenazas terroristas y enfrentar a los Estados rebeldes que buscan armas de destrucción masiva […] Estados Unidos utilizará su incomparable poder militar para gestionar el orden mundial”. (“La ambición imperial de Estados Unidos”, Foreign Affairs en español, otoño- invierno, 2002).
Además, vaticinó lo siguiente: “Los conceptos surgidos de la guerra que el gobierno de Bush libra contra el terrorismo constituyen una visión neoimperial en la que Estados Unidos se arroga el papel global de fijar normas, determinar las amenazas y utilizar la fuerza […] Estas ideas radicales podrían transformar el orden internacional actual de una manera en que el fin de la Guerra Fría no fue capaz de hacerlo. El enfoque del gobierno estadounidense está cargado de peligros y podría estar destinado al fracaso. A juzgar por la historia, desencadenará una resistencia tal que dejará a Estados Unidos en un mundo más hostil y dividido” (Ibídem).
Tal y como inició el ciclo de la invasión a Afganistán, plagado de mentiras por el 11/S, así llegó a su fin tras largos 20 años de destrucción. El deshonroso retiro —“la huida” calificó Vladimir Putin— de las tropas de Afganistán así lo pusieron de manifiesto: EE.UU. Cosechó los resultados de ese mundo “más hostil y dividido” sumido en un descrédito total.
Si a esto se suma que la huida se dio en el contexto de la pandemia por el covid-19 —esa otra creada “guerra bacteriológica” genocida, como es más evidente cada día—, surge el estigma de Vietnam y al mismo tiempo su degradación como potencia.
El estigma de Vietnam
1.- EE.UU. como potencia imperial, perdió la guerra contra el país enterrador de tres imperios: Gran Bretaña, la URSS y ahora al Pentágono y sus aliados ¿Estaba eso “sobre la mesa” cuando la planificación? Todo esto, pese haber asesinado a Osama bin Laden, el exsocio de los Bush y capacitado por la CIA.
2.- EE.UU. dejó Afganistán en manos de los talibanes, ejército de rebeldes al que prometió erradicar junto con Al Qaeda, así como los sembradíos de amapola, que aumentaron. Los talibanes ganaron un país, fuertemente reforzados por las armas estadounidenses.
3.- EE.UU. se degradó y denigró a su propio ejército y a sus aliados (OTAN dixit), al perder el control de un país clave en Oriente Medio las fronteras que comparte con Paquistán, Irán, China y las tres exrepúblicas soviéticas de Asia del Sur: Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán. Una derrota geopolítica con consecuencias que benefician a las principales potencias.
4.- Rusia y China son los ganadores principales con la “derrota” de EE.UU. en Afganistán. El primero —Rusia— se sacude un conflicto detonado al sur de su territorio, lo que desactiva la presión sobre el Heartland de Mackinder, y al segundo —China— le deja campo libre para la Nueva Ruta de la Seda.
5.- La derrota de EE.UU. por su salida de Afganistán —o el retiro de Joe Biden— presionará al imperio para que abandone su presencia militar en el resto de países de la zona, como en Siria e Iraq (los primeros en protesta); quizá también en Jordania, Kuwait, Bahréin, Qatar, etcétera.
6.- Sin presencia militar, EE.UU. perderá influencia gradual, pero efectiva, en la toma de decisiones en materia de inversiones, de extracción y explotación de petróleo (¿en la producción de amapola y su derivado también?) y de recuperación de la infraestructura destruida, dejando cancha libre a las inversiones chinas. Los talibanes podrían convertirse en fuertes aliados de la potencia emergente.
7.- Un país, cualquiera, que pierde una guerra —al menos en el sentido tradicional de Guerra Fría—, no se recupera jamás de la derrota, así como EE.UU. no se quitó nunca el estigma de Vietnam.
8.- Lo que queda más claro es que EE.UU. pierde terreno militar, económico y geopolítico de cara a las dos potencias que encabezan la multipolaridad: China en el terreno económico y Rusia en el nuclear-militar.
9.- Es evidente que EE.UU. se ha debilitado económicamente por el financiamiento de costosas guerras. Claro que su Congreso es quien aprueba los presupuestos anuales a la maquinaria de guerra y al Pentágono.
10.- EE.UU. carece de una economía fuerte, la que tiene es financiera y especulativa más no productiva —su principal falla estructural—, en tanto la maquinaria de la Reserva Federal que actúa como Banco Central está imprimiendo dólares a toda velocidad, lo que crea una burbuja inflacionaria y la pérdida de valor del billete verde.
11.- En el contexto de la pandemia por el covid-19, que no generó la debacle económica sino al contrario funcionó como un distractor para justificar la crisis, EE.UU. no logrará superar a su principal competidor —a China— imprimiendo dólares.
12.- Dada la debilidad de la economía estadounidense y la pérdida del valor del dólar en las transacciones comerciales globales, los países competidores y agentes de la multipolaridad están negociando con sus propias monedas, como Rusia y China.
13.- Si en tiempos normales la economía estadounidense no logró remontar al gigante asiático, ahora menos. La competencia es una realidad en la economía mundial, aprovechando las ventajas del libre comercio en el marco de la globalización.
14.- China será pronto el nuevo país hegemónico, de la mano de otras naciones que ya forman parte de bloques como la Organización para la Cooperación de Shanghai, Brics, más lo que derive del avance de la Nueva Ruta de la Seda, de la mano de los acuerdos con Rusia en comercio bilateral, manufactura, hidrocarburos, inversiones, transporte y turismo entre otras.
15.- En pocas palabras, el mundo verá pronto la consolidación del multilateralismo con el avance de “El Gran Despertar”, que suplantará a un NOM que pronto quedará al descubierto por el origen de la “guerra bacteriológica” y la geopolítica de las vacunas. Recordemos que la pandemia se está usando para lanzar los neo-acuerdos de Bretton Woods.
16.- Sin embargo, como fiera herida, EE.UU. es una maquinaria de guerra cuyo negocio se alimenta de sangre y requiere estar siempre en activo. Además, la guerra contra el terrorismo sigue vigente.
17.- Con la falacia del peligro “terrorista” —como en las Torres Gemelas, que no soportan las pruebas de atentado orquestado, preparado, financiado y ejecutado por Bin Laden, porque las pruebas delatan más una parafernalia— el imperio sigue amenazante atacando gobiernos no afines a sus intereses. ¿Y qué con Arabia Saudita, cuando 15 de los 19 “terroristas” identificados eran saudíes?
18.- A la tesis de falsa bandera por la libertad, la democracia, los derechos humanos y “elecciones libres”, se unen los medios de comunicación corporativos para difundir mentiras como verdades. Por ejemplo, que son “terroristas” las bandas del “narcotráfico” cuyo negocio administran ellos mediante sus agencias.
19.- Dada la experiencia por la cantidad de guerras en las que ha participado EE.UU. —sus generales y subalternos—, se sabe del jugoso negocio que ello representa. Por tanto, del descrédito nada redituable de la confrontación se ha pasado a la guerra hibrida.
20.- En países como los de América Latina, a los que sigue considerando “patio trasero”, el amenazante imperio continúa financiando y llevando a la práctica, bajo la estrategia de golpes blandos, la violencia para derrocar gobiernos. Lo que no es más que la ejecución de “golpes de Estado”.
EE.UU. perdió la guerra
El imperio estadounidense perdió la guerra en Afganistán. Bien podrá decir Biden que perdió la batalla, pero no. EE.UU. y sus aliados no invirtieron 20 años y millones de dólares para una batalla. Llevaron a cabo una guerra en toda la extensión de la palabra. Y la perdieron. Aparte, Biden no cumplió el compromiso que hizo Bush: dejar un país en paz.
El futuro mediato está a la vista. EE.UU. cosechó lo que sembró, no solo en Afganistán, sino desde entonces a la fecha. Como durante el periodo de la Guerra Fría y en los años vigentes como hegemón, de 1991 a 2008, el año de la crisis estructural de la economía.
Sin calidad moral, derrotado, destruido el orden internacional de postguerra, EE.UU. todavía se sacó de la manga la “guerra bacteriológica”. Otra vez para posponer la debacle de su economía. Aun así, con todo y vacunas, EE.UU. podrá insistir en imponer en NOM. Pero el mundo está despertando a sus pretensiones y se abrirá el debate para la instrumentación del alternativo Nuevo Orden Multilateral.
Llámese así o como “Gran Despertar”, en oposición claro al plan de “El Gran Reinicio”, o “El Gran Reseteo”, ese plan impulsado por el Foro Económico Mundial que encabeza e impulsa su principal promotor, Klaus Schwab y que presume poder cambiar el mundo para bien tras la pandemia.
Desde luego que las acciones atropelladas no son más que acciones desesperadas, primero para relanzar el capitalismo y luego para no perder hegemonía en el mundo. Pero la multipolaridad avanza con China y Rusia al frente.
Sin embargo, EE.UU. no se rinde. Con una arremetida poderosa que incorpora los avances tecnológicos gracias a la Cuarta Revolución Industrial, como la robótica, el 5 y 6G, la biotecnología, el transhumanismo y la computación cuántica.
Pero ni siquiera en esos terrenos, a los que la ciencia está conduciendo la tecnología moderna, EE.UU. tiene supremacía. También China y Rusia compiten en estos campos, acompañados de otros países como India, Irán, Corea del Norte, entre otros.
Y esto, con una ventaja para China: al interior del país, tanto Biden, demócratas, republicanos, el Congreso, la Reserva Federal, el Pentágono y las empresas boyantes de la nueva tecnología, saben que EE.UU. ha perdido el piso en la economía productiva.
El país asiático, aprovechando las ventajas y los vacíos dejados en el marco de la globalización por la potencia otrora dominante y sus aliados occidentales, ha llegado para invertir, producir y acelerar el comercio mundial. Es lo que le está generando ganancias para reinvertir, competir y crecer.
Sencillamente porque el “modelo híbrido” del PCCH (Estado-capital) ni es puramente capitalista y la participación del Estado en materias de planeación, inversión, desarrollo, comercio local e internacional y bienestar social —tareas que con la globalización quedaron al garete en “occidente”—, es vigilada para que las ganancias se reinviertan en actividades productivas y el incremento de reservas, sean oro o divisas internacionales.
A la espera del caos
¿Hacia dónde va EE.UU. tras la derrota en Afganistán y la era postcovid-19? En el pecado lleva la penitencia. Los 20 puntos indicados nos dan una idea de por dónde o hacia dónde va el imperio, pero su caída es inminente. Además de que todo lo que sube tiene que caer, y los imperios —como el romano— no son la excepción sino la regla.
Más cuando los pleitos en casa se han instalado en cada sector o grupos de poder: desde la Presidencia (impugnación a Biden) a los partidos políticos (entre demócratas y republicanos); las Cámaras (de representantes y senadores), la Reserva Federal (y sus grandes benefactores), hasta las propias Agencias de Inteligencia (DEA, CIA, Agencia de Seguridad Nacional, etc.).
En el Pentágono la pugna es entre generales de guerra y pacifistas, en los gobernadores por diferencias (Texas, California, Florida), en las empresas oligopólicas por la competencia entre las de la industria tradicional productiva contra las de tecnológicas modernas. Un galimatías en dónde nadie se pone de acuerdo. Incluso entre los principales promotores de la guerra, los generales del Departamento de Defensa, la inconformidad con el general Lloyd Austin por el retiro fallido de Afganistán no se oculta.
Es claro que Biden cargó con todo el peso de la huida. Como Nixon cuando salió con el reporte de la derrota en Vietnam bajo el brazo. Ambos representando a un imperio perdedor y en crisis.
Algunas conclusiones
1.- EE.UU. perdió la guerra en Afganistán luego de dos décadas de despliegue militar. Salió sin dejar tras de sí el orden prometido, y lo que es peor, dejó en el poder a los talibanes armados con todo el arsenal de su propio ejército.
Se apoderó de las reservas de petróleo en el caso iraquí, y en Afganistán abraza el negocio de las drogas. Ello pone en duda la causa misma de la invasión —pese a haber terminado con el líder de Al Qaeda, Osama bin Laden—: los “atentados” al símbolo del imperio, a las Torres Gemelas de Nueva York, lo que delata un escenario autoplaneado.
2.- Pese al poderío militar del Pentágono y la OTAN, EE.UU., Occidente y los países participantes en la operación de Afganistán, con la huida quedó claro que todos los involucrados perdieron su bastión principal en Oriente Medio, dada la posición estratégica y geopolítica del país invadido, lo mismo que Iraq. Por cierto, esto debilita tambień a su principal aliado en la región: Israel.
El terreno queda libre para los otros actores, aquellos que están dispuestos a entrar a recoger lo que el imperio y sus aliados dejaron atrás: un país estratégico para proyectos distintos como “Un Cinturón, una Ruta” de la potencia china.
3.- Está claro que la debilidad de la economía del imperio le impide ya sostener escenarios de guerra permanente. Que se retira de la guerra con grandes movilizaciones militares, pero sigue siendo peligroso. Para ello está ocupando ya, y muy activamente, tanto las guerras hibridas como a los ejércitos privados de mercenarios a sueldo.
Esa estrategia la está empleando EE.UU. ya en escenarios como Latinoamérica y África. Una lógica tan engañosa como peligrosa, porque igual derroca gobiernos que se apodera de sus reservas estratégicas. Es la guerra por otras vías, pero con los mismos fines.
4.- Medidas como los autoatentados del 11/S y la “guerra bacteriológica” por el covid-19, solo tienen por finalidad, al mismo tiempo que acelerar el negocio de la guerra a costillas de los contribuyentes, crear soportes para contener la crisis económica del capitalismo imperial estadounidense, en esta etapa financiera y especulativa que solo destruye a las economías en general.
Pero con la derrota en Afganistán queda ahora más que claro que las leyes económicas no se pueden burlar ni sacudir, y que la economía estadounidense está a un tris del caos. El gran problema es que arrastrará consigo a todos aquellos países que sigan colgados del dólar como moneda de intercambio y reserva mundial.
Por esto es que urge sacudirse al dólar de las reservas de los bancos centrales, así como de los intercambios comerciales. Tal y como lo están haciendo ya los países que están encabezando ahora la multipolaridad, con China y Rusia al frente.
El imperio está perdido. ¡Qué distinto será vivir sin tamaña perversidad! Las señales del derrumbe ya están aquí.
Salvador González Briceño es Director de geopolítica.com.
1 Bob Woodward en La Crisis, “La Casa Blanca por dentro el día de los ataques de Osama”, serie de textos publicados entre mayo y junio de 2002 en The Washington Post y luego en México en el Boletín Mexicano de La Crisis.