Libardo García Gallego •  Opinión •  30/10/2018

El mierdero colombiano

A quienes se ofenden porque alguien afirma que “Colombia es un país de mierda”, es preciso aclararles: el territorio colombiano es hermoso y lo fuera mucho más si la mitad del mismo dedicado a ganadería extensiva se regresara a bosques, si la parte rural estuviese repartida entre campesinos, agricultores y ganaderos de verdad, y no entre unos cuantos terratenientes, si fuera prohibida la minería a cielo abierto, si no fuera tan larga y profunda la inequidad entre ricos y pobres; como ¾ de su población son ignorantes, ingenuos, idiotas útiles o con mentalidad de esclavos porque no saben identificar las causas reales de la miseria, del subdesarrollo, de las inequidades e injusticias sociales, pues convencidos de que vivimos en un país democrático votan siempre por sus amos y desprecian a los de su misma clase. Mierdero es el resultado de haber dejado el manejo del Estado en manos de la clase más corrupta, más ladrona, de quienes se enriquecieron explotando la fuerza de trabajo del pueblo llano y sólo gobiernan para su exclusivo beneficio, en contra de las necesidades y demandas populares.

Sin embargo, si estas ideas no les satisfacen, que miren simplemente las aberraciones que se destapan cada día en los poderes públicos: En el legislativo se ratifica el estímulo a la corrupción y a la inequidad, a pesar de que una parte considerable de la población exige transparencia y leyes anticorrupción, los senadores y representantes avalan a los corruptos, por ejemplo el pícaro Ministro de Economía, enriquecido con dineros del Estado, es defendido con el argumento de que es un buen negociante y conocedor de la hacienda pública, claro que le ocultan el ser una ficha al servicio del neoliberalismo y del FMI; no se consideran empleados privilegiados y se niegan a disminuirse sus humillantes salarios y se empeñan en que pueden ser reelegidos indefinidamente. En la justicia, liberan mediante trampas jurídicas a los peores corruptos de cuello blanco dejando vencer los términos de los procesos, se hacen los de la vista gorda frente a reconocidos criminales y ni siquiera los indagan para que se conserven inocentes y hasta ejerciendo cargos públicos, y a los poquitos que condenan les asignan casas o chalets por cárcel. Innumerables alcaldes y gobernadores se han robado los dineros recaudados para las obras públicas. Si todo esto no constituye un mierdero, entonces ¿le seguimos llamando “país de las maravillas”, “estado pulquérrimo”? Si fueran casos excepcionales, hasta razón tendrían en sentirse ofendidos, pero son generalizados, no son excepciones.

Si a lo anterior le añadimos los delitos de toda clase cometidos a diario a lo largo y ancho del país, desde el robo de celulares, bicicletas, carros, atracos a residencias y establecimientos comerciales; el crecimiento desmedido de homicidios, secuestros y torturas a sus víctimas; las numerosas masacres, cuyos autores cuentan orgullosos que han cometido unos 200 o 300 homicidios y son autores intelectuales de otros 3.000; policías y militares formando parte de bandas criminales; un Estado que firma un pacto de paz, pero incumpliendo y traicionando a la contraparte; un Estado que no respeta ni garantiza los derechos humanos de su población, como lo ordena su propia Constitución: la salud y la educación pública postradas, cuyos recursos se han destinado a la guerra, a la corrupción de sus administradores o a las empresas particulares; el desempleo aumenta y los miserables ingresos de los pobres son cientos de veces inferiores a los de los ricos.

Con las coimas o sobornos prostituyeron toda la sociedad y enterraron la ética, la honradez, la moralidad, la decencia; el que no la recibe es un bobo, un gil. Desde la Presidencia de la República hasta la más lejana inspección de policía, desde las Altas Cortes hasta los jueces más lejanos les caen con propiedad los versos de Luis Carlos López: “Oh luna, viste robar anoche en despoblado y el ladrón era el juez municipal”

Mierdero es el mejor calificativo para describir a Colombia, donde se subsiste a semejanza de la letra del tango “Cambalache”, escrita por Santos Discépolo. Puede limpiarse, sí, pero con una educación crítica, objetiva y de alta calidad, mediante la cual el pueblo, ese 75%, despierte, se concientice, aprenda a distinguir sus amigos de sus enemigos y asimile los valores de la decencia o ética. Y eso no será pronto ni fácil.

Armenia, Octubre 25 de 2018

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