Douglas Calvo Gaínza •  Opinión •  30/11/2016

Fiestas por la muerte de Fidel Castro. ¿Buena propaganda para el anticastrismo?

No es de extrañar que mucha gente haya hecho fiesta por el fallecimiento de Fidel. Pero a la vez, ello suscita alguna que otra breve meditación. Concretamente, ahora recuerdo a Míster Ronald Reagan.

Gracias a él se cometieron genocidios donde fueron borradas comunidades mayas enteras en Guatemala. Se auparon las desapariciones de mujeres bajo los uniformados ladrones de niños en Argentina. Y su apoyo imperial llevó a que fuera asesinado sobre el púlpito Oscar Arnulfo Romero.

Asimismo, su gestión presidencial causó decenas de víctimas al pueblo cubano (recuérdese a cada internacionalista caído en Granada o Nicaragua). Había motivos para fiestear en La Habana una vez que se lo llevó la Parca. Pero sin embargo, cuando Reagan murió en el 2004 no hubo fuegos artificiales en Cuba, ni cerveza y puerco asado en las calles.

Mofarse por el fallecimiento de otro ser humano es una violación a los sanos instintos naturales. Y no creo que se diferencien mucho los que saltan de alegría por la muerte de un anciano de 90 años, de los extremistas que lincharon públicamente a Muammar-El-Gadaffi. Y mediante tal inhumanidad se arroja idéntica mala impresión sobre la causa que se defiende. Admitamos que los rebeldes anti-gadafistas o los anti-castristas de todo el orbe tengan la verdad absoluta: su insano júbilo ante el deceso de su rival habla de facultades racionales obnubiladas y pésima habilidad política. Nadie con dos dedos de frente se divierte ante las cámaras cuando muere nadie, así sea Gengis Khan, Adolfo Hitler, Stalin o George W. Bush Jr.

En particular, la muerte de Fidel Castro es evento que con facilidad mueve a impresiones irracionales, lo cual con fina sutileza captó Obama al comentar: “Sabemos que estos momentos embargan a los cubanos -a los de Cuba y a los que están aquí- de emociones muy fuertes, recordando los incontables modos en los que Castro alteró el curso de sus vidas, sus familias y a la nación cubana”. Tiene razón, y por ello sería bueno para quien hoy tanto se alegra, el razonar un poco más antes de dar rienda suelta a lo más primitivo de su psiquis: ¿ayuda a un futuro inclusivo para todos los cubanos semejante actitud desalmada? ¿Es con personas que bailan ante una tumba con quienes se construirá una Cuba considerada “democrática”? En mi criterio, no. Tanta festividad por un viejo que muere es algo francamente ridículo, que demuestra una gran impotencia para vencerlo en vida, una rudísima concepción del valor de la sana imagen pública y sentimientos no disímiles a los de los profanadores de tumbas. Simplemente, parece un fanatismo adverso a la propia causa defendida.

Conviene más razonar con sangre fría, sin imaginarse que la muerte de un individuo, sea quien sea, puede alterar definitivamente el curso de la Historia. La mejor propaganda para la causa de una sociedad no-socialista en Cuba jamás será el carnaval por la defunción de una persona nonagenaria que ya no intervenía activamente en la política de la Isla, sino el raciocinio calmado que busca lo mejor para todos. En vez de achacar a Fidel cada balsero ahogado en el mar, piénsese en cordura qué habría pasado con la emigración ilegal cubana si no se la hubiera recibido con prebendas en USA. ¿Habría habido tantos muertos si cada “balsero” fuera devuelto ipso facto a la Isla? Y, ¿por qué los EEUU no hacen una “Ley de Ajuste Mexicano” o “Ley de Ajuste Haitiana”…? ¿Son “refugiados políticos” todos los que emigran desde Cuba a Norteamérica? ¿Son malvados dignos de muerte todos los izquierdistas de la Isla? ¿Qué habría que hacer entonces con Noam Chomsky y Jack London, si hubieran nacido en Cienfuegos o Sancti Spiritus, ahorcarles? ¿Todo aquel que admira la personalidad histórica de Fidel Castro es un renegado de la especie humana, o puede haber “castristas” decentes y de buenos sentimientos? Tales preguntas actuales exigen respuestas medidas, calmadas, lógicas, y no demostraciones de obsesión y chifladura mental.

Preguntaba en el título si las fiestas por la muerte de Fidel Castro son una buena propaganda para sus adversarios. A mi entender, no. Me parece pésima, igual que si acá se hacen espectáculos el día que fallezca Posada Carriles. En todo caso, si Castro fue tan malo como dicen, a los que hoy echan las campanas a vuelo aquél los contagió con su perversidad, ya que lo llevan en el alma como rey incitador al rencor y el odio perennes, sin capacidad alguna para la razón.

Por lo pronto, quede como contraste con los tales la actitud de Fidel al abrir los aeropuertos cubanos a la aviación norteamericana el 11 de septiembre del 2001. Fue un gesto caballeroso hacia la nación donde se gestaron cientos de atentados contra su vida, y el cual le favorece mucho más como ser humano que lo que ahora ayuda a esos “fiesteros” su insensibilidad. Aun admitiendo que él haya sido un déspota y demás, los que hacen gala de brutal necrofilia al mofarse de su gastado cadáver (que bien podría ser el de su propio abuelo) son también víctimas de una cruel tiranía: la de su ciega intransigencia, ésa que los inhabilita para cualquier empresa democrática.

 

 


[1] Escritor cubano residente en La Habana.

 


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