Valores morales en la antigüedad Siria, y su base material y religiosa
La economía neolítica agropecuaria, y más tarde la economía de regadíos y canales, es la raíz de una moral que halla sus más firmes valores en la templanza, en la moderación, y en el rechazo social a perder los estribos. El ideal normativo de moderación en el individuo y en el comportamiento social, es el reflejo de la necesidad de moderación meteorológica y climática para la producción y la vida en el campo. El campesino requiere de un justo medio en el cielo literalmente como el comer, trasponiéndose este requisito a la relación con uno mismo y a las expectativas puestas en los demás: se huye de los excesos y se sanciona negativamente el fanatismo y los extremos. Servida está así la moral del equilibrio que dice “la verdad no está de un lado ni del otro sino en la síntesis de la positividad de ambos”, tal y como la vida no está del lado de la sequía ni de la inundación.
Por lo mismo la moral será de tipo dialéctico, esforzándose por ver, más allá del árbol, el bosque en los asuntos mundanos, tal y como la verdad celestial estriba en el conjunto sistémico de poderes que comprende, y lejos de estribar en uno u otro poder atmosférico “aislado” respecto de la Totalidad. Y la dialéctica regresa de vuelta a la moral moderantista, como en la dialéctica taoísta china, de origen campesino, que afirma la superación de los contrarios en una resultante que, armónicamente, incorpora a estos contrarios superándolos (como la categoría de Aufheben en la dialéctica de Federico Hegel). Por lo demás, dice el proverbio chino “Demasiada cantidad de algo bueno es malo”, siendo transformada la cualidad por acumulación de cantidad y a partir de un punto crítico cuantitativo.
En tal dialéctica, el conflicto es valorado como ético si no es violento. El conflicto es la simiente de la evolución vital, tanto como es un conflicto vital el conflicto entre sol y nubes, siendo el sol tapado y saliendo del encapotamiento alternativamente con el transcurso estacional, y sin que llegue a imponerse uno u otro polo dialéctico erradicando a su contrario.
La culminación del proceso neolítico de domesticación de grupos de animales, determinó el valor sirio primigenio de la paciencia, así como de la cordialidad y calidez humana, cualidades sin las que se volvía imposible el éxito de una economía pecuaria de transporte de los rebaños y explotación ganadera.
Los fenómenos disruptivos atmosféricos son valorados como “gritos del cielo” que amenazan la estabilidad de campos y de cosechas, forjándose con ello el valor sirio de no gritar para expresar los términos de una discusión o de una situación dialéctica. Y de ahí la sanción valorativa negativa de la vehemencia y del comportamiento espasmódico o impulsivo, irreflexivo. No puede uno someterse a la primera reacción dictada por la primera impresión, sino que debe uno tener Fe en el retorno de las aguas a su cauce.
Las buenas ideas llegan, en cambio, con la serenidad racional, lo mismo que el buen tiempo y la serenidad atmosférica son más fertilizantes, productivos y aseguradores de una constancia de rendimientos agrarios, que un tiempo de abundancias estruendosas.
Saber perdonar y la tolerancia del otro son valores despertados por la creencia en unas fuerzas Sacras que, en su juego sociológico celeste, aceptan su tiempo y su lugar, y el de los demás. No llueve siempre ni hace siempre sol. Ni la humedad dura siempre. Ni tampoco la sequedad. Ni el vendaval. Ni la ausencia de viento. Ni la crecida del río ni la mengua de su caudal, etc.
Todo es un compartir en la estructura política celeste supra-mundana, que, por ello, no es de tiranía por parte de uno, sino de poliarquía entre las fuerzas, entidades y seres que integran el Ser de la divinidad.
El valor de la humildad dimana de la certidumbre de saberse en manos de Dios. Esa fuerza ante cuya dirección impresa, no es ni siquiera imaginable el oponerse, e igual que el cuerpo no puede permanecer erguido ante el huracán. ¿Cómo va uno a desafiar a la lluvia a que no le moje?: Esa determinación independiente en su grandeza de toda intercesión volitiva humana, es Dios.
Tal valor de la justa provisión divina despierta el valor de la hospitalidad, pues, ¿cómo va uno a osar privatizar para sí, y por tanto privar a otro, una riqueza natural y social que es, ella misma, Ser de la Divinidad? ¿Y cómo va uno a rehusar compartir el producto social sólo posible a partir de beneficiarse con respecto a factores atmosféricos, hídricos, minerales y geológicos? ¿Cómo va uno a limitar la penetración de El, Dios, en satisfacer las necesidades de los demás?
Este valor de la hospitalidad se expresó en la historia, por ejemplo, en la hospitalidad con que los cananeos (poblamientos como Gerar, cuyo Rey fue Abimelech) acogieron a las tribus hebreas abrahámicas, proporcionando hábitat y sepulcro bajo tierra cananea para los muertos hebreos, incluida Sarah, la esposa de Abraham.
El sacerdote Reu’el el medianita, de la ciudad de Median, prestó refugio a Moisés cuando él hubo matado a un egipcio y hubo de huir de ese país. Moisés casaría con la hija de Reu’el y permanecería en casa de éste hasta regresar a Egipto. Reu’el volvió a acogerle tras el éxodo desde Egipto.
Melquisedec, Rey de Salem (Ur Shalim, Jerusalén…), dio la bienvenida a Abraham y alimentó a él y a los suyos.
Otro valor ligado a las artes de subsistencia agropecuarias es la confianza en que Dios protegía a aquellos pobladores. Los cananeos fenicios, inspirados por el valor, surcaron el Mediterráneo (llamado entonces el Gran Mar de Amurru, en alusión a los pobladores amorritas). Asimismo, perimetraron África y llegaron a las costas de América –aunque no se establecieron allí. Eran osados y carecían de miedo al confiar en que la Divinidad en el agua de los mares (Yamm) no les abandonaría.
Otro valor es el de superar cualquier dogmatismo, pues los contrarios, aunque parecen ser mutuamente excluyentes, conforman los dos polos buenos del mismo proceso natural virtuoso, que los integra a ambos: Que el calor sea bueno o malo es relativo, dependiendo del grado de calor, de la estación, etc. Y ello con los demás fenómenos climáticos. Nosotros decimos: “Marzo tormentoso, o alternativamente marzo ventoso, y abril lluvioso, hacen a mayo florido y hermoso”.
Por su parte, el concepto de Ea filosofado por el gran Tales de Mileto, de origen cananeo, concepto que hunde sus raíces en la cosmología cananea del agua como la ontología de la vida, determinó el concepto de arkhé (principio) de la physis (naturaleza) entre los filósofos físicos helenos.
La certidumbre en depender igualmente unos y otros grupos humanos y más allá de cultura, respecto del Ser de la Divinidad y de sus múltiples fuerzas de actuación, hizo emerger el valor de la igualdad y lo consolidó. Por eso lo cananeos fueron exógamos, estableciendo relaciones de alianza y matrimonio, y por tanto de descendencia y consanguineidad, entre reinos urbanos cananeos y con otros pueblos. Dios era universal, y por eso eran iguales los pueblos en su recepción de condiciones sacras para proseguir con su vida terrenal.
Como en la cosmología siria Antigua la sociedad política celeste funciona porque las distintas fuerzas sacras se sacrifican a las demás en reciprocidad, se afianza el valor del auto-sacrificio por los demás. Así como la lluvia se refrena para que luzca el sol, el sol se modera en virtud de la humedad atmosférica, y así en reciprocidad ante el prescindir de la versión hipertrofiada de uno mismo, o paroxismo.
Asimismo, el valor de la fidelidad se fue fraguando al calor de los Mitos, donde se repite, cíclica y eterna, idéntica unión de entidades, y se repite el combate por ejemplo por encontrar a Baal en los infiernos (‘Anat) o por escapar del inframundo (Damuzi) e ir hacia la unión con Inanna, etc.
El hecho de comprender que la vida a reproducir a partir de la agricultura y el pasto de rebaños, depende de la consociación de elementos celestes distintos, fraguó el valor de la unidad, también con pueblos distintos (cierto cosmopolitismo) a fin de mejorar la sociedad y, es más, fundar sociedad.
A su vez, se fortificó el valor de respeto por lo ajeno, que Dios ha provisto y dispensado, como cuando el Rey Abimelech restituye a Abraham su esposa al saber que ella era en efecto su esposa, tras haberla tomado al decirle Abraham que se trataba de su hermana.
Las sociedades sedentarizadas y fundamentadas en una división ya compleja del trabajo, donde los pobladores se han especializado en oficios y profesiones, fue la base cimentadora de la conciencia que atribuye un carácter social al acto individual, en la medida que el acto individual presenta repercusiones que trascienden al individuo. Por lo mismo, enraizó el valor de la auto-privación individual por la sociedad y por los demás. Además, al residir Dios en todos y cada uno, y por tanto en la sociedad, se enfada y rompe en ira debido a cualquier atisbo de egoísmo de actitud o de acción.
Estos valores no dependieron originalmente de códigos jurídicos escritos, que no aparecen hasta el tercer milenio en Sumeria (primer código aparecido en Ur: el código de Ur-Engur y siendo uno de los primeros el del Rey Urnammu). Hay una segunda gran ola de prolijidad de códigos escritos durante el segundo milenio en Babilonia de la mano de las dinastías amorreas (el ejemplo paradigmático es el célebre Código de Hammurabi).
Lo que sí hacen los códigos jurídicos, es transcribir y poner en tablillas de arcilla aquellos códigos éticos y morales anteriores, o por lo menos el espíritu general de sus normas. Entre otros valores inspiradores, destacarán la solidaridad con los pobres y el valor de la seguridad. Asimismo, la protección de viudas y huérfanos. Destaca, en el código de Uruk Agina, la redacción de leyes cuyo objetivo es atajar la corrupción sacerdotal.
En los códigos escritos es fácilmente perceptible entre los grandes valores directores, el valor relativo a la responsabilidad ética en guiar al grupo humano, como el pastor, y en proveerle de agua fresca y de fertilidad susceptible de cultivo promiscuo. Entre los principios rectores, el de preservar siempre, y, es más, ampliar y mejorar, el legado recibido de obras de ingeniería hidráulica. Se observa, como dato igualmente fundamental, la deriva desde un derecho inicial más punitivo de reciprocidad de actuación respecto del delito (el “ojo por ojo, diente por diente”) hacia el derecho restitutivo, usualmente en concepto de multa a saldar con los familiares de la víctima, y alternativamente en concepto de trabajo para ellos, para la ciudad-Estado o para las obras hidráulicas en el campo. En la determinación de la multa regirá siempre la idea de proporcionalidad.