Necesitamos la República como el comer
Me llamó poderosamente la atención, hace unos meses, el hecho de que quien era por entonces Jefe de Gabinete de Pedro Sánchez, Óscar López, dispusiera, a su vez, de una Jefa de Gabinete, Pilar Sánchez Acera. Me pregunté si esta última no dispondría, a su vez, de un jefe o jefa de gabinete, y así sucesivamente en una espiral infinita de jefaturas de gabinete. Este asunto, aparentemente de orden menor y casi anecdótico, en realidad es un síntoma de la concepción del Estado surgida de la transición desde el franquismo hacia la monarquía. Un Estado que, aunque asume una cierta condición social para asemejarse a los de nuestro entorno, si bien alejado del nivel de éstos(Estado del ‘medioestar’), mantiene un hilo con aquella tradición de la Restauración canovista en virtud de la cual cuando cambia el gobierno las Administraciones se llenan de enchufados, asesores y cargos de confianza del partido que ha ganado las elecciones. Además, esos funcionarios ocasionales nombrados a dedo llegan en ocasiones a detentar un poder por encima del que tienen los cargos electos y los funcionarios de carrera, manejando a su antojo enormes presupuestos.
A esta colonización del Estado por el bipartidismo se suma su utilización por las oligarquías para extraer recursos de la sociedad. En primer lugar, mediante privatizaciones de empresas públicas estratégicas, la práctica totalidad de las cuales han pasado a manos del sector privado en mucha mayor medida que en el resto de la Europa occidental. En segundo término, desentendiéndose los ricos de la financiación de los servicios públicos, de lo cual resulta una presión fiscal sobre las rentas del capital y los patrimonios inferior a la de los países del entorno. Y, finalmente, por la colusión entre el bipartidismo instalado en las distintas Administraciones y sectores empresariales que han utilizado las contrataciones públicas para el enriquecimiento mutuo, a costa del contribuyente, mediante el recargo en los precios y el cobro de comisiones. Paradigma de lo cual es el asunto de la desaladora de Escombreras. Finalmente, una última peculiaridad hispana: los aparatos de Estado del franquismo pasaron intactos a la nueva democracia, lo que ha condicionado a ésta sobremanera, porque como decía Mao(con perdón)’el poder siempre está en la punta de los fusiles’, a los que habría que añadir las togas.
Pero no sólo se heredaron los jueces, policías y militares que habían servido a la dictadura y que han mantenido su impronta, a lo largo de muchas décadas, en las sucesivas generaciones de estos servidores públicos: en el paquete venía también la monarquía que impuso Franco para sucederle. Una Corona que incluía dos aspectos dudosamente compatibles con un Estado de Derecho: su no control por el Parlamento y su completa inviolabilidad, independientemente de la naturaleza del delito que perpetrase. La impunidad de las tropelías protagonizadas por el emérito-ahora de actualidad por la torpe denuncia impuesta por el de Abu Dabi contra Revilla- así lo ponen de manifiesto. Circunstancias que se pueden repetir, ante su falta de consecuencias penales, en la persona de sus herederos. De momento, tenemos un monarca, Felipe VI, que interviene en la política con un sesgo crecientemente reaccionario, vulnerando la neutralidad que se le supone a la Jefatura del Estado, máxime cuando ésta procede de la bragueta y no de las urnas.
Consustancial al régimen del 78 es el excesivo poder de las élites financieras, tanto de las que proceden del franquismo como de aquellas surgidas al calor de privatizaciones de los 80 y 90 del pasado siglo. La banca, las energéticas y las distribuidoras operan en régimen de oligopolio y su dominio del mercado les permite obtener unas rentabilidades muy superiores a las de sus pares europeas. Los costes financieros y energéticos que imponen al conjunto de las empresas empujan a éstas a comprimir los salarios para alcanzar tasas de rentabilidad medias. Ello explica que las remuneraciones de la clase trabajadora española estén, dada nuestra renta por habitante, por debajo de su potencial. Prueba de lo cual es que, a pesar de la sustanciosa elevación del salario mínimo, el poder adquisitivo de la clase trabajadora no ha subido: simplemente hay más gente cobrando el SMI, resultando una igualación a la baja de los salarios.
Donde se aprecia en toda su crudeza la desigualdad de este capitalismo rancio que heredó la democracia es en el tema de la vivienda. Se han publicado recientemente dos datos que así lo atestiguan. Por un lado, somos el país europeo que más crece y, a la vez, el que cuenta con más población con problemas para acceder a una vivienda. También el que más pobreza infantil registra tras Rumanía y, en fin, el que menos posibilidades de futuro ofrece a una juventud precarizada que no encuentra techo.
Definitivamente no estamos en ese Estado Social y Democrático de Derecho que se establece en la Constitución. Un Estado clientelar con demasiadas cloacas y una lacerante desigualdad impropia de la cuarta economía del euro no dibujan el perfil de una democracia moderna. Y cuando en seis días se conmemora el aniversario de la proclamación de la II República, es momento de recuperar aquel anhelo regeneracionista y de justicia social que empujó a aquellos republicanos de Eibar a izar la primera bandera tricolor de España un 14 de Abril de 1931.
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