Luis Pino •  Opinión •  25/02/2020

Colombia y Venezuela: La gran Colombia por rehacer

Colombia y Venezuela: La gran Colombia por rehacer

La mayoría de las personas de estos tiempos que hoy viven en Colombia y Venezuela desconocen que antes fuimos la Gran Colombia.

La mayoría de las personas de estos tiempos del siglo XXI y que hoy viven en Colombia y Venezuela desconocen -y los pocos que los saben lo olvidan- que antes fuimos la Gran Colombia, recién estrenado el siglo XIX, junto con otras hermanas repúblicas y pese a su resistencia local, como Ecuador, Perú y lo que conocemos hoy como Bolivia, en medio de complejos históricos y retaliaciones por resentimientos infundados que hoy han vuelto a aflorar en  la inconciencia popular  mediatizada.

Esta maravillosa realización bolivariana como nación fuerte,  poderosa y libertaria, duró desde el 17 de diciembre de 1819 en el Congreso de Angostura, hasta 1830, en donde desapareció la República y quedó latente la nación y el sentido libertario bolivariano, en la conciencia popular más que en los libros y en las leyes, razón por la cual la Gran Colombia ha seguido palpitando en Colombia y Venezuela, de manera peligrosa para las clases gobernantes privilegiadas y de manera afortunada para las mayorías, para los pobres y en el reacomodo natural del  nuevo mundo multicéntrico y pluripolar, gracias a la ligazón consanguínea, geográfica, comercial, económica, histórica, social y afectiva, indisolubles por la fuerza de los hechos.

El caso es, que antes de ser hijos de la Gran Colombia, devenida después en la República de  la Nueva Granada, desde 1831 hasta 1858,  que luego fue  la Confederación Granadina hasta 1861, pasando a llamarse Estados Unidos de Colombia hasta 1886, fecha en la que comenzó a llamarse República de  Colombia,  siempre con Bogotá como asiento capital de la misma, esta tierra era desde la invasión española en el siglo XV, un virreinato del imperio español, a donde fueron a dar lo más arrogante y ambicioso de entre los súbditos de la corona, mientras que a la Capitanía General de Venezuela (de menor rango colonial) mandaron a lo más truhanesco y aventurero de esa población de invasores llamados “eufemísticamente” conquistadores.

Destrozada la Gran Colombia, gracias a la traición de propios en pos de sus riquezas personales, de sus mezquindades, ignorancia generalizada y miedos infundados que sembraron Santander y José Antonio Páez, la otrora Capitanía General, quedó desmembrada de la Gran Colombia, para ser nuevamente  la República de Venezuela que en 1810  se había declarado como tal, bajo los nombres de Confederación Americana de Venezuela, Estado de Venezuela (desde 1830), Confederación de Venezuela, Provincias Unidas de Venezuela, Estados Unidos de Venezuela o Confederación Venezolana, hasta República de Venezuela en 1856. Hoy, es República Bolivariana de Venezuela desde la Constitución de 1999.

Pues, resultó que en estas tierras olvidadas por la corona española para sus  bondades, pero sobreexplotadas en sus riquezas humanas (esclavitud, vasallaje y servilismos de súbditos), minerales, vegetales y animales, también se dio el más maravilloso de los mestizajes, mejor expresado por Gabriel García Márquez y Rómulo Gallegos, en toda su narrativa de un realismo inusitado, que muchos críticos de escritorio y botiquín han llamado erráticamente, realismo mágico o real maravilloso americano. Desde ese momento, empezamos a ser “ese vino de plátano amargo, que nos es más nuestro”, según paráfrasis metafórica del cubano José Martí.

Y como estilla del mismo palo, nació otro tipo de sujeto de entre los criollos, como nuestro Libertador, el más grande de América y el más preclaro estadista de su siglo, Simón Bolívar, nacido en la Caracas mantuana, mientras que en otros puntos nacían Antonio Nariño, Francisco de Paula Santander, José Antonio Páez, los mártires  Atanasio Girardot y Antonio José de Sucre, Rafael Urdaneta y tantos más, la mayoría de los cuales estaban ávidos de poder y riqueza, más que de “libertad, independencia o soberanía”.

En medio de la vorágine de emancipaciones, en las que los blancos criollos no estaban dispuestos a pagarle tanto tributo a la corona española, llevaron a luchar a los más inermes, mestizos, esclavos y negros, con el discurso de libertad abstracta, mientras los ricos criollos, entre las godarrias y las charreteras, se cogieran a sus países como haciendas o pulperías particulares, al mismo tiempo que el  sueño de Simón Bolívar, palpitante con el sentir de la mayoría, del Pueblo humilde (que para ese entonces no era considerado Pueblo), se escapaba de entre las manos, paradójicamente, en cada guerra que ganaban los llamados “Patriotas” y en cada colonia que liberaban y anexaban a la Gran Colombia.

Esa tradición de la corrupción disfrazada de patriotismo se ha hecho  perenne hasta nuestros días en esa clase política que hoy nos sigue gobernando en Bolivia, Ecuador, Perú, Panamá, Colombia y Venezuela, en donde no se quedan atrás los del Sur y del Este de Nuestra América, con sus pedanterías particulares, aún patentes en la Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil y Chile, mientras que en los hoy conocidos estados caribeños que se libraron de ser colonias de los imperios holandeses, ingleses, españoles y franceses, las nociones de soberanía, libertad e igualdad, están más firmes en sus pueblos, aunque están pagando un precio muy alto, de intromisión, latrocinio, acoso, bloqueos y miseria elaboradas desde el imperio estadounidense y sus aliados, ayudados por sus neocolonias rastacueriles. Pero, resisten y vencen.

Volviendo sobre Simón Bolívar, en Venezuela no somos pocos los que tenemos presente que para desterrar al imperio español, el Libertador contó con los hermanos colombianos que pusieron sus vidas para luchar a muerte junto al Libertador, en grandes y heroicas batallas en Venezuela, para luego regresar a suelo colombiano a la misma lucha de expulsar a los españoles. Pasadas las batallas y liberados los pueblos, Bolívar creyó en que la organización política en manos de los llamados patriotas se inspiraba y concretaba igual que en los sueños libertarios que expresaban sus elocuentes discursos, proclamas y leyes, cuando la verdad verdadera, fue que la traición impuso, tanto en Colombia, como en Venezuela, gobiernos al servicio del Estado burgués, con corruptos sobreexplotadores de las mayorías inermes.

En Venezuela, con José Antonio Páez, el padre de la cultura adeca, se instituyó y consolidó la corrupción como forma de hacer política, destrozando las cimientes políticas de la nación grancolombiana, en una constante tensión con un Pueblo que se ha resistido hasta la llegada del Comandante Hugo Chávez, quien de manera inacabada por su muerte inesperada, intentó construir las bases del pensamiento bolivariano y socialista, con grandes acercamientos hacia la hermana Colombia y con más de seis millones de desplazados colombianos que hoy viven en Venezuela en iguales condiciones que el resto de los venezolanos.

Después del Comandante Chávez, producto de la exacerbación del boicot imperial estadounidense, de sus aliados y de sus neocolonias, amén del paroxismo de la corrupción, el éxodo de venezolanos a suelo neogranadino ha ido in crescendo, como forma de huida de la crisis económica que ha afectado a la familia venezolana, con la recepción de venezolanos en cada Departamento colombiano en las mejores condiciones posibles, gracias a su gentilicio, mientras que varios gobernantes han utilizado este éxodo como arma política con fines crematísticos y de retaliación para alcanzar el derrocamiento del presidente chavista, Nicolás Maduro Moros.

Y, después de tantos logros con la revolución bolivariana y socialista, el suelo venezolano ha vuelto sobre un retroceso con la base económica como primera determinación, de la que el imperio estadounidense y el resto de verdugos se han valido, con cercos, boicots y todo tipo de trapisondas, para poner a Venezuela como otro asiento colonial estadounidense y para robarse todos sus recursos energéticos, minerales y materiales.

Del otro lado de la frontera oeste de Venezuela, la Colombia maravillosa, después de Simón Bolívar ha sido esclava de la godarria criolla al servicio de las mezquindades, pasando por la consolidación del negocio del narcotráfico que ha permeado a la clase política y ha emergido en el nuevo poder omnímodo en Colombia, hasta nuestros días.

En los lastimosos transitares del pueblo colombiano, no han sido pocas las víctimas de la violencia de Estado o violencia de la godarria colombiana contra su Pueblo, cuyas víctimas de renombre, como Jorge Eliécer Gaitán, Camilo Torres, Luis Carlos Galán, son apenas una pequeña cifra frente a los genocidios o muertes masivas, con falsos positivos, en donde cada día ciudadanos colombianos anónimos han ofrendado sus vidas, además de poblaciones enteras que han tenido que salir corriendo como desplazados, buscando refugio en Venezuela, mientras que, desde la década de los sesenta, parte del Pueblo alzado en armas, como las FARC y el ELN, han mantenido una guerra sin cuartel contra esa clase política corrupta y explotadora, de donde el saldo ha sido la división de la sociedad colombiana, con un esterero de muertos, en esta lucha fratricida, pero con todo sentido y pertinencia, pese a los llamados a una paz bobalicona y el silencio de los sepulcros a la que la clase explotadora y corrupta convoca a los colombianos.

En este orden de ideas, no podemos soslayar que el narcotráfico permeó a la clase política gobernante, siguiendo al dedillo la ruta del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria y de los cárteles colombianos, los que con el paso del tiempo han impuesto otra nueva forma de vivir que se contradice con la forma pura y tropical del gentilicio colombiano. Así se entronizó el narcogobierno colombiano.

Esta clase política de narcogobernantes como Álvaro Uribe Vélez, a cambio del establecimiento de bases militares del imperio estadounidense, han dejado herederos en Juan Manuel Santos, Iván Duque y tantos cientos de funcionarios militares y civiles, que junto con su ejército de paramilitares mantienen a raya al Pueblo, con el terror y asesinato de líderes sociales y a desmovilizados de las antiguas FARC o cualquiera que represente una amenaza contra el nuevo establishment que ha nacido de la fusión “godarria criolla y cárteles del narcotráfico”, ahora, al servicio del imperio estadounidense.

Sin ser conclusivo y quedándome corto en esta exposición sucinta, esevidente que en los campos, caseríos, calles, universidades, escuelas y templos de Colombia, palpita el pensamiento bolivariano, aunque la clase narcogobernante se ocupe de desaparecer la figura y pensamiento de Simón Bolívar, tanto como la noción de nación grancolombiana. Más allá de cualquier mezquindad, el sentimiento y heredad grancolombiano late, también, en la mayoría del pueblo venezolano y, en cualquier momento,  hará ebullición, como en el Chille de Salvador Allende, en donde se abren las grandes alamedas de revolución y vida, desde donde, muy seguramente, ahora desalojarán -no a los españoles- sino a los gringos establecidos en sus bases militares en suelo colombiano. Colombianos y venezolanos, apuremos el paso como herederos de la Gran Colombia.

Escrito por el Dr. Luis Pino

@l2pino2

Fuente: https://www.hispantv.com/noticias/opinion/449344/gran-colombia-venezuela-bolivar


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