Paco Campos •  Opinión •  29/08/2016

Por qué es algo digno de plantear

Porque ha de haber un cuando para ello, y si no lo hay, entonces deja de ser una buena razón para convertirse en un precepto. Como dice Rorty, muchas veces conviene ser provinciano y dejar atrás los ideales reguladores de Habermas, como ese de la comunicación libre de dominio, del que habría que coger el microscopio para encontrar una contextualización. Es posible que haya mundos en los que se encuentren comportamientos no sólo predecibles sino además seguros de predicción. Pero, claro, cuando las comunidades de humanos practican, entonces no creo que podamos encontrar nada.

El provincianismo radica en tener que mantener, pese a las grandes herencias de la racionalidad –como la kantiana de ‘la obligación moral no condicionada-, mantener, digo, cierta practicidad de cara a la justificación de una cuestión digna de plantear. Y saliéndonos del ámbito de la teología y del lenguaje religioso, donde el universalismo eclipsa cualquier iniciativa, cualquier intuición divergente, es en la política, en la política democrática, donde se libran los mejores debates de filosofía política oculta, del pensamiento soterrado en los relatos públicos, porque, ahí, en ella, es donde más planteamientos efectivos caben y, por tanto, donde más provincianismo rortiano se practica.

Muchas veces hemos oído que lo que antes era ‘así’, ahora es ‘asao’, y choca con la prescriptividad que todos llevamos dentro, y nos permite decir por ello que la política democrática está corrompida por la incorrección, por lo políticamente incorrecto. Y casi siempre no es así, no es el caso. Lo que se ha producido es que tenemos la necesidad de justificar, no exactamente por la vía de la racionalidad, una situación tornada previsible y, por tanto, convertida en un futurible, que no es lo mismo que posible –algo que puede pasar o no-, sino algo que va a suceder necesariamente pero que no ha sucedido todavía, que sucederá en poco tiempo.

La pregunta que Rorty lanza es si siempre cabe una teoría de la racionalidad al hablar de la verdad en el espacio destinado a la comunicabilidad democrática; o si, por el contrario, nos basta con un universo de discurso ‘provinciano’. Él lo dispone para el caso de la educación, que es un territorio en el que la política del precepto más chascos se ha llevado, simplemente porque la confusión entre religión, moral y educación, un tótum revolútum siempre indigesto, crea, de modo automático conflicto de intuiciones interpretativas. Por eso es conveniente aplicar los planteamientos en lugares comunes, lo más comunes posibles, y apreciar así hasta dónde puede llevar la posición provinciana, y ver lo lejos que queda de aquéllas leyes de la Ilustración que pretendían uniformarnos a todos.


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